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Dédalos de Luz y Sombras, de Roberto Salazar Gamarra
(Editorial Calcomanía, 2015
)

Por Miguel Ildefonso



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Roberto Salazar (Lima, 1958) es un poeta que integró el grupo Neón en los inicios de la década de noventa, en una época de grandes transformaciones mundiales que se vieron reflejados en la estética poética de esa generación. La poesía se fue globalizando, por un lado centrándose en la elaboración de un lenguaje que acusaba su crisis, su fractura respecto no solo a la tradición sino a la vanguardia, y por otro a revelar lo que hay de nuevo en el engranaje social que se manifiesta en el discurso de modo fragmentario. Roberto Salazar, al igual que la mayoría de su grupo, se instalaba en una poesía de tipo urbano, la que provenía del simbolismo y del coloquialismo, configurando un sujeto poético atento a todos los aspectos de la vida moderna, que implica tanto la mirada culta como la popular. Allí están sus libros: Contra el muro, Arte rupestre, Canciones, Ciudad sitiada, Suites londinenses/ Cartas del Náufrago y El ángel caído/ Luces. Su poesía ha ido configurándose cada vez más personal, centrándose en una mirada intima del mundo, pero ganando en profundidad y en extraer el sumo del lenguaje.

Con Dédalos de luz y sombras (Editorial Calcomanía, 2015) nos hallamos en la elaboración de un discurso poético capaz de registrar como un calidoscopio una realidad bullente. La pluralidad de la metáfora del laberinto retrata esta intención de tocar tanto la claridad del mundo al que atentamente observa el poeta, como aquellas sombras profundas en donde nace una melancolía sosegada, en una poética de la “atenuación” (E. Vélez); es decir, “una poética que no se sirve de la exageración para expresar el profundo sentimiento de soledad que alberga, sino que lo deja solo sugerido mediante metáforas que aparentemente lo aminoran.” (Dany Cruz Guerrero).

El libro es doble, en una segunda parte contiene relatos. La parte de poesía que estamos viendo está divida en cuatro secciones. Empieza con Silencios. “Déjalo en el tiempo”, dice la voz poética aquí, en esta sección donde justamente es el tiempo el que se ve interpelado, registrado, a través de la memoria y las reflexiones del poeta. En una sucesión de encabalgamientos, de versos sostenidos, nos vemos situados en la cotidianeidad del hogar, los desplazamientos interiores, como si se tratara del alma de las cosas: “Entonces éramos el día los periódicos indicaban la fecha y un dolor azotaba mis ojos cerrados como ventanas de un alma que no ha encontrado su cuerpo”. Es, precisamente, que la poesía restituye al cuerpo su alma, a la palabra su sentido. Por eso mismo, este laberinto, estos laberintos, no han sido escritos durante el recorrido, sino ya una vez hallada la salida. Es el volver la mirada a aquello que se vivió y que la palabra no pudo enunciar. De ahí también que el pasado vuelva de modo onírico, en imágenes inconexas, surrealistas muchas veces, para extraer de la memoria sucesos colectivos: “oyendo pasar botas golpistas/ o duros coturnos”. Coturnos son esos zapatos antiguos, como botines, con suela de corcho, sujetos con cintas de cuero, que se usaban en la antigua Roma.

En la segunda sección Bullicios, poemas numerados al igual que el resto de las secciones, algunos con título propio, nos hallamos de cara con la ciudad, en donde el poeta se aproxima más a la imagen femenina como musa, como deseo: “Mujer a flor de nilo”. Las visiones aquí son las amplias, viajan en esa levedad del aire, del vuelo alado de las aves y los ríos que fluyen. Por eso vemos a surfistas, a astronautas y el cosmos todo como un anhelo se lo absoluto: “mas todo parece motoro y añádase/ caballos de fuerza a los dentífricos/ las muelas están apañadas sin fruteras”. Las imágenes se vuelven más elaboradas como para hacer sentir ese bullicio de lo cotidiano.

Ciudades es la tercera parte, es un poema que habla de algunas ciudades, unas como un cementerio, otras como una cancha de fútbol, una feria de libros y otra tan pequeña que puede caber en una uña. Es hacia este final en que el dédalo se va haciendo de más luz. Es como si se abriera un camino en adelante, lo cual se vislumbra en la cuarta sección, Poemas en prosa. “Charlie se niega, abre sus pupilas porque no quiere complicidad en estas tierras”. Charlie es semejante a Rimbaud, quien emprende un viaje, quizás una huida, pero huida para abrir nuevos territorios.

Salir del Dédalo o de los dédalos, entonces, es haber marcado un itinerario de viaje interno, a través de ciudades de silencio y caos, yendo a tientas a veces por lo oscuro, o en compañía de la amada como la Beatriz de Dante para ser guiado hasta la salida.

La poesía es ese recorrido humano, trascendental, que se repite de generación en generación, pero que se renueva en el arte, en el lenguaje, según la voz personal que le imprime el poeta. Roberto Salazar ha hallado esa voz; así como transcurrido el tiempo, veinticinco años, cada miembro del grupo Neón hallo la suya. Algunos están recitando sus poemas en otras dimensiones, que nuestros sentidos no pueden alcanzar; pero que en poesía, la más sincera, si es posible percibirlas, pues el lenguaje es memoria viva, y allí no es posible la muerte. Los libros nos trascenderán. 



 



 

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"Dédalos de Luz y Sombras", de Roberto Salazar Gamarra.
(Editorial Calcomanía, 2015)
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