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Estrellas en el cielorraso de Gloria Portugal
(Paracaídas Editores, 2016)

Por Miguel Ildefonso




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La poesía más intensa y que ha trascendido es la que ha sido escrita sin prejuicios. Este es uno de los rasgos que se observa en la poesía actual. Una búsqueda quizás más liberada de todo afán de construir un arquetipo, de consagrarse como poesía iluminada, e incluso de querer renovar el academicismo que primó durante décadas. Se escribe sin calcular qué tan culto puede parecer o qué tan oscuro puede ser para sonar interesante.

Debería parecer extraño que, en esta época en que se dice que el coloquialismo murió hace tiempo, sigan apareciendo buenos libros con este registro verbal, este cauce estilístico: libros de poesía con un lenguaje directo, de imágenes cotidianas y claras. Esta pervivencia del coloquialismo (unido al lenguaje lírico-narrativo y a la prosa poética) se debe no a otra cosa que a la supremacía de la cultura visual, al lenguaje masivo de los medios en los que estamos interconectados hoy en día. Más fuerte que todo viejo afán de subversión estética, resulta la contundencia de una imagen bien colocada, bien dicha, capaz de remecer, sin prejuicios, las mejores y las peores mentes de esta generación.

Entonces hay una poesía que no se solaza en su solipsismo, que puede salir a enfrentarse a esa masa que no está necesariamente en los contactos del facebook. Porque siempre ha habido, desde los albores, por un lado la poesía convertida en un objeto de culto solo para poetas, y, por otra, una poesía más desprejuiciada y anárquica, capaz de llegar a las periferias de la cultura, a las zonas erróneas del canon.

Nos encontramos, por eso, con este segundo libro de Gloria Portugal, Estrellas en el cielorraso, que viene para abordar, sin distracciones, de modo directo, un tema que nos compete a todos, a todos los que pertenecemos a este país que carece de una historia bien contada, de una historia verdadera: cómo construimos esa historia, nuestra historia personal y colectiva. Ese es el asunto bajo todos estos poemas que aparentan recuerdos o simples anécdotas cotidianas. Es la memoria sentimental de un sujeto poético que se enfrenta a ese olvido forzado y a esa impostura social en la que está sumido el mundo hoy en día.

A mediados del siglo XIX, en la ya imponente Norteamérica, había un poeta de la urbe, de las masas, de visión totalizadora: el viejo Walt Withman. Mientras, discretamente, poetizando el pequeño mundo de su casa, pues era así la situación de la mujer en esa época, estaba Emily Dickinson y su potente poesía.

Estrellas en el cielorraso tiene una primera parte más Dickinson, y una segunda parte más Whitman. Valga esta comparación para separar el ámbito de la casa, del mundo familiar que prima más o menos hasta la mitad, del resto donde nos encontramos con una serie de personajes urbanos y con una mirada crítica a la sociedad.   

Hay una evolución que empieza con el primer poema, HILLMAN 1976, en donde la tecnología (léase la Modernidad) está ligada íntimamente a la vida humana, el auto de la casa se confunde con la memoria del cuerpo de la voz poética. Aquí es cuando nace la conciencia de lo monstruoso que resulta aquello, en primera instancia, y también de la memoria que se deforma, en una segunda instancia. En el poema que sigue, EL MONSTRUO, la hija al llegar a ser madre se vuelve aquel monstruo que vio en la figura de su padre cuando era niña. El poema es el aprendizaje de cómo se reconstruye la historia personal. Lo que viene es el acto de matar al monstruo. En el poema LA NIÑA, es el retorno a la casa familiar, pero la puerta está dura, “la cerradura está obstruida”, dice. Finalmente logra entrar, cruza el tiempo, la memoria recobra su imagen, y se ve a ella misma de niña viéndose ahora convertida en madre, en un juego de espejos donde la memoria se impone con su lucidez. Ahora la voz poética es capaz de contarlo todo. Y empieza por discernir ese amor maternal, en el poema VENUS DE WILLENDORF. Hay una crítica a la imagen del amor reconocido solo por lo bello. El amor no tiene que estar dependiente de la imagen externa y precaria que poseemos. La memoria del amor es capaz de grabar elementos que pertenecen a aquello inefable del cuerpo amado, y que perviven en el recuerdo del olor o del calor. Se rompe entonces el imperativo de belleza estandarizada, de la norma que controla hasta los sentimientos.

En el poema AMIGO IMAGINARIO se inicia una apertura hacia otros seres. “Yo quería tener un amigo/ no me importaba que fuera imaginario/ con tal que escuchara mis historias/ me contara las suyas/ se sentara a la mesa junto a mí a la hora del almuerzo/ o se quedara en mi habitación/ para que no me asustaran los monstruos/ que vivían debajo de mi cama”. Se plantea aquí un propósito de narrar más conscientemente su historia, discerniendo entre lo real y lo imaginario; y así entramos al mundo de la naturaleza, en donde se fusionan ambas vivencias.

El poema GERANIOS es la historia de la resistencia ante las adversidades y contradicciones de la vida, una enseñanza que viene de la abuela. En el poema EL GLOBO es la lección de un niño que ve perder su globo. Ante esa anécdota sencilla y cotidiana, la poeta es capaz de extraer una revelación que el niño tendrá que asimilar. Es el momento en que empieza la división entre quienes aman la vida sin ese afán de poseerlo todo, y los que la entienden mediante el poder de la posesión.

En los poemas LA MASCOTA, ENCUENTRO CASUAL CON UN PÁJARO y FLORES INUSITADAS, nos acercamos mucho más a la naturaleza como un volver a la  inocencia, al origen. Hay un anhelo de recontarlo todo, hasta redefinir el sentido de la existencia. Empresa audaz, como se dice en el poema EL LOCO, quien dice: “tengo una corte de animales domésticos/ un séquito de insectos/ mis dominios son extensos campos de dientes de león”, y más adelante: “Yo no reniego de mi suerte/ no codicio lo que no tengo/ simplemente existo como efímera mata de mala hierba/ en una esquina del parque”.

Notemos que ya el ámbito es externo a la casa, y si bien el reino sigue siendo el de la naturaleza, nos hallamos en una naturaleza cercada por la urbe, y aquí empieza la otra confrontación. Para empezar la identificación con lo verdadero, con la historia verdadera, está establecida ya y se proclama en el poema CANCIÓN DEL DIENTE DE LEÓN, incluso con su precariedad como vemos en el poema que sigue, EL ABURRIDO. Cito: “Las nubes/ son grafiti sobre un muro interminable y opresivo// Siento que me sé el mundo de memoria”.

Hay un giro ahora hacia una voz más desencantada y ácida. Pareciera que la memoria interfiere ahora con la conexión que había con la naturaleza, con la reconciliación alcanzada. La reconstrucción del pasado, propósito de este libro, implica no solo dar lectura bajo la luz del foco de la casa, sino explorar más allá de esa vida cercana, la que está bajo el cielorraso. Por eso en el poema SÁBILA se interpela ella misma: “Te han condenado a vivir de cabeza/ colgando detrás de una puerta/ Si el destino hubiera torcido sus ramas/ otra sería tu historia:/ serías libre para embriagarte de tierra/ tendrías flores”. Este poema es uno de los más contundentes del libro. Aquí empieza más claramente el desarrollo del tema del desarraigo, del fracaso, de la condena de vivir, de haber sido arrancado de su propia esencia, de haber sido arrebatado del destino para lo cual ha sido creado, la interrupción forzada de ese destino. 

Por eso el heroísmo no es visto en los verdaderos héroes, nos dice el poema EL BOMBERO. Y así desfilan como hojas de hierba en el cemento EL PASAJERO, EL TRAPERO, el taxista, EL MALABARISTA. La ciudad que identificamos es Lima, ese gigante monstruo compuesto de inmigrantes, como se dice en APUNTES PARA UN POEMA, en donde hay que ponerse máscaras para sobrevivir a la noche, como vemos en los poemas STRIP TEASE, SERENATA, MAÑANA, ESCRITO EN UNA PRIMERA PÁGINA, FACILIDADES DE PAGO, LA CABEZA, ELOGIO DE LAS BARATIJAS, EL CLIENTE y CELULAR.

Finalmente, con el último poema SI MI CASA PUDIERA HABLAR, es la memoria recobrada la que se objetiviza, la que halla su propia verdad: “Y es que los que podemos hablar/ no siempre decimos toda la verdad”, dice la voz poética al cuestionar lo que ha contado, lo que ha recordado. Entonces aquí lo que nos queda, porque estamos hablando de arte, es la poesía. Lo que se erige más allá de las ruinas de todo discurso, de las verdades y las mentiras de la historia, es aquella experiencia imperecedera, la que nace de las palabras que dejan las estrellas en el cielorraso.

Aquí tres poemas.

 

EL GLOBO

Se desprendió del niño igual que un pétalo y voló
(con ojos húmedos lo vio remontarse por el cielo
perdiéndose en la lejanía)
el frágil artefacto se trocó en celeste cuerpo
reluciente y diminuto
inalcanzable como el sol

Pero desde abajo
él no podía comprender esa belleza

Nada es bello para un niño
si no lo tiene entre sus dedos

 

 

LA MASCOTA

En un pequeño recipiente
el pez dorado a veces se pregunta
qué hay detrás del vidrio
con el que su cuerpo choca

Ese es el mundo donde sueña
con un lugar mucho más grande
porque cree vislumbrar seres gigantes
a través del agua
seguramente dioses que gobiernan
su orbe transparente

Desliza sus aletas
en un presente interminable

Quien nunca estuvo acompañado
no conoce la soledad

 

 

EL BOMBERO


entras allí
cuando todos salen corriendo

La banda sonora del film que crees protagonizar
son esas ensordecedoras sirenas

Las llamas desintegran techos y  esperanzas
y en medio del cielo que se incendia     de nubes que estallan
al fin adviertes que no eres
la estrella  de la película

El azar y la fatalidad
pasaron por allí minutos antes
es el fuego soberbio quien atrae las miradas
llenando  toda la pantalla

Sabemos muchacho que no le temes
pero son tan fuertes tus ímpetus
y ya te metiste
en  esa infame gruta de carbón humeante

No hay nada más que hacer
ahora el humo se alza sobre escombros
como una escalera improvisada hacia la nada

No te veremos ascender

 

Calle NN, invierno. 2016.



 

 

 

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"Estrellas en el cielorraso" de Gloria Portugal.
(Paracaídas Editores, 2016).
Por Miguel Ildefonso