Martes 11 de septiembre de 1973.
Los soldados conscriptos Por Ignacio Vidaurrázaga Manríquez En Martes once. La primera resistencia.
LOM,
2013, 330 páginas
En la composición del escenario del cerco a La Moneda y del ambiente reinante entre las tropas, resultará muy revelador el texto de los periodistas Jorge Rojas y Carla Celis, quienes escribirán una extensa crónica basada en testimonios de conscriptos sobre el rol de estos durante el 11 y los días siguientes.
A las diez de la mañana, Gaspar Sánchez está en la Plaza de la Constitución con su SIG. Lo que tiene enfrente es una guerra. Y le gusta. Le dispara a La Moneda y a uno que otro perro de los que todavía hay en la Plaza.
-Ahí disparé caleta. Lo hacía pa’ huevear, por gusto; perro culiao que me ladraba, pah-pah-pah. Listo.
No está solo. Al Palacio también le disparan tanques y otros fusileros. En total, 50 mil proyectiles se lanzan sobre el centenario edificio.
-Yo estaba con el Luis Patiño, el rubio. Con ese huevón éramos los más malos en el regimiento. Sombra que se veía, tirábamos.
Cuando los Hawker Hunter lanzan sus misiles, Sánchez se fondea detrás de unos arbolitos. A casi cien metros, ve arder el edificio. Juan Molina llega a la pelea por Alameda. Los oficiales que acompañan su columna -que viene a pie desde avenida Matta- están sin distintivos, confundidos entre los soldados para despistar a los francotiradores. Han dado pocas instrucciones a la tropa: el fusil, han dicho, pueden llevarlo a gusto: para disparar tiro a tiro o a ráfagas; con o sin seguro. La mayoría lleva el dedo en el gatillo.
Cuando los soldados llegan a Lord Cochrane con Alameda, los barren a balazos desde el ministerio de Obras Públicas. Son los francotiradores del GAP, con sus AK 47. Uno de los militares cae: el sargento Primero Ramón Toro Ibáñez, a cargo de la sección de Molina.
—Le pegaron un balazo en la cabeza y uno de mis compañeros agarró una subametralladora y disparó al edificio de donde salieron las balas.
Molina se parapeta. Algunos soldados se meten en los túneles de la construcción del Metro y se van a quedar ahí hasta el otro día. Pero la sección de Molina, sin mando, camina hasta La Moneda, refugiada en los muros y repeliendo balazos. Así llegan a Morandé con Agustinas, donde hay camiones y tanques. Por la radio de los vehículos escuchan que se trata de un Golpe. Se quedan ahí esperando órdenes.
—Después pasaron los Hawker Hunter. Al rato supimos que el Presidente había muerto. Vimos una ambulancia de campaña y que lo sacaban tapado con un chamanto.
La tarde se le va a Molina ahí, al lado de las ruinas del Palacio. A las cinco de la tarde, vuelven los disparos desde Obras Públicas y el Hotel Carrera. El cabo segundo Agustín Luna (22) recibe un balazo en el cuello. Muere.
Hay confusión en esas primeras horas. Enfrentarse a las balas de verdad generará confusión en los soldados bisoños que aún no saben que su servicio militar se alargará en el tiempo y que las secuelas de estos días los perseguirán de por vida. La excavación de la línea 1 del Metro de Santiago (en ese tiempo a rajo abierto en la Alameda) será una buena trinchera para guarecerse del fuego de los francotiradores. También ayudará a disimular el miedo frente al combate real que recién comienza.
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Por Ignacio Vidaurrázaga Manríquez.
En "Martes once. La primera resistencia".
LOM, 2013, 330 páginas