Proyecto Patrimonio - 2006 | index | María
Inés Zaldivar | Autores |
A
propósito de "Ojos que no ven" de María
Inés Zaldívar.
"Pasión
negra sobre fondo blanco": las ceremonias
de la memoria
por Gwen Kirkpatrick
¿Es la poesía un lenguaje universal? ¿Hay una
poesía específicamente femenina, una chilena, o una
poesía femenina chilena? Entrar a la celebrada tradición
poética chilena -Huidobro, Mistral, Neruda- es un gran desafío.
¿Cómo se establece una voz propia? ¿Y cómo
se escribe como mujer sin que todo lo escrito sea leído como
autobiografía?
En este segundo libro de poesía, Ojos que no ven, María
Inés Zaldívar vuelve a lo más elemental, la memoria,
para construir una nueva óptica sobre la existencia chilena.
Este es un libro poderoso y apasionado,
un recorrido por los fantasmas de la memoria, el frenesí del
amor, las pérdidas diarias y las conquistas de más espacio.
Se traza un recorrido por medio de la imagen visual y retazos de la
memoria, de sensaciones, olores, abrazos:
Olor a infancia olvidada
a casa oscura entre resquebrajadas paredes de la memoria
a cocina gris y caliente
a fecundas semillas enterradas en el potrero herido
Tierra.
Con una palabra despojada y aguda reincorpora los fragmentos de la
memoria para reconstruir un mundo perdido. ¿Cuáles son
los fragmentos de esta memoria? Recuperar o excavar la memoria ha
sido una tarea fundamental de los chilenos en las últimas décadas,
como lo manifiestan muchos proyectos, libros y obras de arte. Pero
¿dónde empezar si el enfoque es individual, no colectivo?
Se ha dicho muchas veces que una de las características de
la poesía femenina contemporánea es la insistencia en
el fragmento- el cuerpo fragmentado y la palabra cortada. Pero aquí
el fragmento, sean viejas imágenes fotográficas en blanco
y negro, ráfagas de olores de la niñez, o recuerdos
de pasión o de dolor, sirven como piedra fundamental para reconstruir
el pasado y su materialidad. En las tradiciones bíblicas y
mitológicas, han sido las mujeres las que se han dedicado a
las tareas de la memoria, o por lo menos a la memoria no escrita.
Sara que mira hacia el pasado, Antígona que insiste en sepultar
con ceremonias adecuadas al hermano muerto, y todas las madres que
han recordado a sus hijos del pasado familiar. Y en Chile, han sido
las mujeres quienes han mantenido viva la memoria de los desaparecidos
en décadas recientes. En la literatura chilena, es Gabriela
Mistral quien no nos ha dejado olvidar los orígenes del hogar
y el pueblo natal, por agrestes que sean. Sus poemas "Pan"
y "Todas íbamos a ser reinas" ilustran, entre muchos
otros, ese vínculo con el pasado. Es un pasado específicamente
femenino, muchas veces cercado por el espacio del hogar y el rango
de las emociones que le ha sido permitido a la mujer.
En Ojos que no ven María Inés Zaldívar
no niega la distancia del mundo pasado. Marca una ruptura pero también
una continuidad amorosa. Sin sentimentalismo pero con mucha pasión,
evoca un mundo en vías de extinción, la familia grande
con presencia de abuelos y primos, y "Tanto pariente, tantas
cosas, tantas casas […]//Tanto orden, tantos cuidados, tanta norma,
tanta educación". La perspectiva a veces irónica
marca la distancia con esas escenas primordiales, pero no las rechaza.
El libro es una invitación: "te invito:/ alimenta tu pasión
con mi tristeza". Los fantasmas del pasado-y del presente-cobran
casi una fisicalidad al evocarse por medio de la memoria corporal
y visual. Hay que reconstruir la memoria chilena y también
reconstruir la memoria propia, la palabra familiar, los terrores y
las alegrías de la niñez, el desafío, el romper
los esquemas aunque sea con tristeza y nostalgia. La domesticidad,
la familia, las buenas costumbres, todo aquí se despliega en
su inmediatez por medio de los recuerdos fragmentados. Pero no son
fragmentos desparramados al viento, al olvido. Estos retazos de la
memoria sirven como un talismán con poder de evocación.
Vibran las palabras en su fuerza y pasión, despojadas de lo
accesorio.
Ojos que no ven es el segundo libro de poemas de María
Inés Zaldívar, esta vez dedicado a la memoria. Como
en un álbum de fotos familiar e individual se trata de contener
la experiencia vivida -o quizás sólo imaginada- en cierto
orden lineal, en el orden cronológico del desarrollo individual.
Pero como en toda historia filtrada por la memoria, o en cada álbum
de fotos seleccionadas, se escapan unos detalles que terminan por
cuestionar las mismas fibras de la memoria, la voluntad de recordar:
"Lo que no sabes es que día a día/ desde dentro
hacia fuera/ te conviertes en una estatua de sal/ con ojos clavados
en los intestinos/ oh imperturbable/ oh inenarrable salobre pirómano
acuático" ("El pirómano"). Se teje lo
narrable y lo inenarrable en un apasionado recorrido de miradas y
sensaciones. Lo rebelde, lo contestatario, lo incómodo, difícilmente
encuentra cabida en el álbum familiar. Pero aquí las
tomas fotográficas sirven como elementos catalíticos
para la memoria, y desbordan su orden en una ráfaga de sensaciones,
sabores, visiones, y sonidos sumergidos en el pasado.
La foto inicial en blanco y negro, nos ofrece una escena fugaz de
una boda. Al parecer, un matrimonio muy joven con varios niños
acompañándolos, mira hacia adelante ¿hacia el
futuro? Una nota discordante de esta foto: el novio se tapa los ojos.
¿Por qué? ¿Contra qué? Pocas escenas son
tan emblemáticas del sueño de la domesticidad como la
escena de una boda. Allí se concentran las esperanzas de las
generaciones. La alegría y la ansiedad se vuelven palpables.
¿Como será esta nueva vida de a dos? Bajo la mirada
de las familias, las buenas costumbres, la iglesia y la ley, se hacen
votos para asegurar la continuidad de la institución familiar.
La boda es un contrato con la sociedad y con el futuro. Y hay pocos
espacios donde se controle más asiduamente a los niños
que para una boda, especialmente una boda burguesa. Almidonados hasta
la incomodidad, arreglados en su atuendo dominical, se les permite
participar bajo la vigilancia adulta asegurando así su buena
conducta. Pero en esta boda no sólo a los niños se les
controla. El novio se tapa los ojos. ¿Por qué?, ¿hay
demasiado sol?, ¿demasiado futuro? Quizás muchas promesas
imposibles de cumplir.
Poco dócil es este álbum, donde el cuerpo de la memoria
toma forma en una poesía sugestiva que evoca lo que se ha enterrado
bajo las buenas apariencias. Momentos de una vida de aprendizajes,
donde se enseña lo que se puede ver, se puede oír, y
lo que no se debe decir, ver, ni oír. Como el mismo proceso
de crecimiento, las dos secciones del libro conllevan una creciente
autorreflexión. La Sección I, desde la perspectiva de
la niña, nos ofrece trozos de lo visto, pedacitos de memoria
inmersos en momentos breves del contexto -sensaciones, recuerdos,
preguntas, dudas. En la segunda sección, la primera persona
se hace más pronunciada, un sujeto reflexivo va adquiriendo
terreno, ahora en posesión de un vocabulario que permite nombrar
las cosas. Aquí se nombran el dolor, la tristeza, el hambre,
el sexo, el deseo, emociones que previamente se registraron sólo
como un dolor visceral, siempre algo que roe las entrañas como
el hambre, pero sin saber por qué.
Tanto adjetivo, tanto adverbio, tanto
grito
Tanta soledad y hambre en el estómago
¿dónde está el sustantivo y la cocinera
y la cocina, para comer con las manos y en silencio?
En este primer poema, el "comer con las manos y en silencio"
podría ser un llamado para separarse del sistema acordado de
"Tanto orden, tantos cuidados, tanta norma, tanta educación/
tanto viaje, tanto comentario, tanta lindura, tan habilosa/ tanto
cubierto y servilleta y mantel con plato y copa,/ tantos manjares,
y fuentes y bordados en el mantel". Ese mantel visible, público,
y sin mancha, mientras bajo esa mesa, el ojo mirón de la niña,
acompañada de "Tanto pariente, tantas cosas, tantas casas
. . ." ve otra geografía, lo sumergido bajo las buenas
costumbres: "bastillas mal planchadas, costuras desprolijas de
vestidos/ avaros olores escondidos de ratas que no besan la mejilla,/
geografía decadente de venas azuladas sobre lechosos cauces
. . . " ¿Cuando comienza a trasladarse el dolor de las
entrañas al corazón?, ¿a qué edad se toma
conciencia de las distintas formas del hambre?
La Sección I domina el tono del libro. Son las escenas de la
niñez, las fotos de la felicidad familiar: "Sobre la rodilla
izquierda de su padre una hermana/ sobre la derecha la otra"
y con detalles se va constituyendo un mundo de recuerdos, sólo
cuestionado mucho después: "Cortas melenitas / blancos
delantales / zapatitos de charol". Las niñas, "pequeños
cuerpos sentados / sobre rodillas adultas" están enmarcados
en la escena tradicional de la casa de los abuelos, "Casa caserón
terraza de baldosas rojas y/ líneas blancas bajo grandes zapatos
lustrados". O son protegidas o sofocadas, no se sabe como diferenciar.
O tal vez ser protegida sea ser sofocada en el transcurso de la formación
social que culminará seguramente en una boda y un final feliz.
Pero hay tomas, en blanco y negro, que parecen ser evocaciones espontáneas,
poco mediadas por la mente adulta. Escenas tan pedestres como el acto
de vacunarse contra la viruela adquieren toda la majestad de un rito
infantil: "Calle Libertad/ Banda de música/ Abuela y tías
postizas/ Olor a policlínico/ a enfermera chilena, aséptica
y mayor/ Miedo en el estómago/ Ansiedad y curiosidad en la
garganta." O en "Trenza rusa" la cotidiana escena de
"Sabor, olor, color a frío uniforme/ colegial, sabañones
en los pies/ unas monedas semanales en las manos/ extendidas en la
panadería de paso/ un oscuro bizcocho en recompensa".
Lo que queda de la niñez son sensaciones, olores, deleites,
y miedos: "nariz helada y gotosa/ bajo anteojos empañados,/
ingresan a la casa a comer ese almuerzo de pescado en la cocina/ que
se repite como empanada de estadio/ atragantado por años en
el alma".
¿Es todo tiempo de antaño el más querido? A veces
los sabores y los recuerdos traicionan. "Ya no hay uvas como
las de antes/ rosadas dulces cristalinas/ uva de verdad/ ya no hay
chacra de la tía Julia en Resfalón/ hay Pudahuel Cerro
Navia y uva para gringos/ de mentira/ oscura opaca desabrida// . .
.. Ya no hay bajarse del negro Ford del Tata/ útero del 53/
abrir la puerta y nacer a la viña/ y correr y sentir que el
mundo es perfecto . . . " ("Uvas rosadas"). El poema
"Silabario Hispanoamericano" no es un inocente contar de
sonidos, sino un indagar en lo más profundo, lo sumergido:
Tierra, Árbol, Piedra, Huesos, Ramas, Barro, Muerte, Pájaro,
Mar. Se recitan los sonidos, desgranándolos como los recuerdos
de los que se han perdido:
Seres queridos esparcidos por las laderas
de los montes
En el asfalto de la carretera
En lo hondo de la quebrada.
Huesos.
Follaje clavado en el paisaje
Huesos florecidos que nos esperan bajo la
Tierra con paciencia infinita
Ramas.
En estas "Calderas humeantes llenas de fibras vivas/ de agua
y nostalgia" se encuentra la pulsión de las pasiones:
"Pasión negra sobre fondo blanco que envuelve y eleva/
que sube y baja/ que muerde y vuela . . . Pájaro." Como
semillas bajo la tierra, como vidas tiernas, "semillas a medio
camino con media/ camisa abotonada" ("Con flores a porfía"),
se va trazando un despertar y un descubrir. Se encuentran coordenadas-tierra,
familia, mar, palabras-para ir tejiendo el recuerdo de la existencia.
Tres de los poemas agrupados como "Labores" de esta primera
sección ("Pañito de cocina", "Chalequito
de guagua", y "Dedal") narran un incierto aprendizaje
en las artes domésticas, el entrenamiento de la niña
en la docilidad, productividad y resignación. Pero la labor
de coser y tejer no impide incorporar los sueños en los diseños:
"Varios nudos de colores,/ puntadas fuera de camino/ unas hebras
sin remache/ cabos sueltos o hilachas, si se quiere/ como locas raíces
del jardín". "El hilo invisible en la tela para siempre"
se siembra en las tareas exitosas-"un siete en la tarea",
"varios pinchazos en el dedo sin dedal"-y se enredan las
señales de los desvíos futuros inevitables. En "Chalequito
de guagua" la tejedora: "tiene once años y manos
sucias/ transpiradas de calor". Sigue la pista indicada "como
la miss, como esa monja flaca/ Como la madre y la abuela, ex alumnas/
para el sobrino, la sobrina, el hermanito/ o la guagua prometida,
conocida, familiar". Se teje y se enreda, "a la chilena
o a la inglesa".
Y los sueños de niños, más poderosos por no ser
explicables: "Soñé que era inexpugnable / semilla
cuesco abrigado/ dulcemente por la pulpa/ en el mismo centro de la
tierra" en el poderoso poema "Sueño del durazno".
E infaltable es el sueño de la Virgen, "la misma del Mes
de María/ La blanca virgen, la hermosa y dulce/ . . . . Se
aparecía, se acercaba y le ofrecía/ Un juego de tacitas
de porcelana,/ para tomar el té con las visitas." ("Deus
ex machina"). Los sueños interpretan milagros según
el ojo infantil. ¿Que mejor ofrecimiento a la Virgen que tomar
el té con ella en el mejor estilo de las visitas importantes?
En la segunda sección hay una confesión: "siempre
habrá un verso de Vallejo flotando en mi tristeza/ porque el
anciano dolor ciego es el que más duele/. . . . No hay retrato,
fotografía, mapa ni aviso/ luminoso que lo muestre" ("El
invitado"). Aquí en esta sección se forma una especie
de diálogo, con la vida de antes, con los seres queridos o
rechazados, y se hace una tregua con la memoria. En "Carta a
Rodrigo" el mensaje para el niño va teñido de la
ausencia: "Acabo de recibir tu cuento del dragón/ y me
gustó mucho/ y me reí/ y lloré/ y estaba sola/
supe que estuviste enfermo". La segunda sección está
compuesta de una galería de voces y de momentos como peinarse,
una escena de una plaza santiaguina, la reflexión sobre el
amor, la ira, el sexo y la amistad. Y siempre la memoria:
A menudo acude
allí
en la memoria deambula
para atrás y
recorre
y casi come
ese pan con queso exacto
y casi bebe
transparencias de otro mundo
("Vigía ciego")
Ojos que no ven es un libro de gran poder. Evoca el pasado,
pero no como una trama para desarrollar, sino como un compendio de
momentos, sonidos, escenas de luz y de sombra. Una constante del poemario
es la rica vena de la naturaleza que se incorpora a los momentos vividos
a través del poder metafórico de la noche, el día,
la uva, el tejido, y que se nos ofrecen como algo dado casi instantáneamente.
No hay ninguna palabra demás en esta colección. Como
se puso en evidencia en el primer libro de poemas, Artes y oficios,
es la palabra exacta la que se busca. Los recuerdos de la vida se
entretejen con recuerdos literarios, pero de una manera sutil y poderosa.
Siembra las semillas del desafío en un universo aparentemente
tranquilo, pero bajo el cual late un mundo sumergido de pasiones.
Los poemas se tejen de las discordancias, dichas, inquietudes, y rebeldías
frente a un espacio que se representa muchas veces como la casa familiar.
Muchos de los poemas llevan adentro un estallido, no siempre desgarrador
ni doloroso, sino un estallido vital como en el hermoso "Silabario
hispanoamericano":
Pasión negra sobre fondo blanco
que envuelve y eleva
que sube y baja
que muerde y vuela, y
que vuelve a bajar y que vuelve a subir una y otra vez
para respirar sin corsé
a todo pulmón
Pájaro.
María Inés Zaldívar tiene el don de un lenguaje
escueto, apasionado y vital que no se queda en la superficie de los
caminos poéticos ya trazados. La suya es una voz distintiva
y renovada, como si no sintiera el peso de una larga tradición
poética específicamente chilena. Sabe excavar en las
tierras de una tradición poética muy antigua y formar
una voz límpida, clara, y apasionada de la vida.