Década 1996-2006. Poesía de María Inés Zaldívar. Ediciones Torremozas, Madrid, 2009, 192   páginas
        Una manera de   callar
        
          Por Ignacio Rodríguez
          Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 11 de Octubre de   2009
        
            
          En un entorno -el de   la poesía chilena actual- en el que es tan difícil sorprenderse, nos topamos con   una doble sorpresa: el libro de María Inés Zaldívar, Década 1996-2006 -que es en   realidad tres libros, una antología que representa diez años de escritura   poética-, y el prólogo al mismo de Alejandro Zambra. Lo que sorprende de María   
Inés Zaldívar es la eficacia de su sencillez, la ruptura con las tendencias de   moda, la autenticidad de su modestia. Ella no quiere deslumbrar: quiere hablarse   para recuperar su pasado y su intimidad, para salvarse. Su poesía es centrípeta,   una forma de "autoayuda", de desfragilización. Su ritmo es exclusivo, pero   vinculante, pues remueve viejas capas de esa especie de estratificación   geológica que es la nostalgia. Su poesía, como quería Lihn, "es una manera de   callar". Sí, estamos aquí en el terreno de la poesía como silencio, donde del   mismo modo que la poeta se habla, el lector se lee.
          
          ¿Cómo se produce este   extraño efecto espejeante en textos que son tan privados, tan "tímidos"?   Alejandro Zambra nos da algunas claves: "Para que llegue la poesía -dice- a   veces hay que rodearla o ignorarla; hay que fingir que no se la busca para que   llegue. De ahí la ironía juguetona, a un tiempo cercana al sarcasmo y al   lirismo". Es el arte de la contención y del escamoteo, en el que late un pudor,   pero también un arte del desdoblamiento en un lenguaje que sólo apela a las   palabras que guardan en la interioridad de la poeta su propio calor y su propia   historia. De ahí la conmoción y el sobresalto, esa sensación de tibieza, esta   experiencia de lectura en que no hacemos otra cosa que leernos. Aquí los   significantes tienen el peso vital de la experiencia, de ser convocados al poema   desde la urgencia primordial de sus resonancias en la memoria y en formas   apaciguadas del dolor. Nada de estridencias, nada de "hiperdesarrollo del ego",   nada de exhibición. Zambra lo dice así, apelando a Walter Benjamin: "Esta poesía   es la precisión... la invocación a una cierta 'legalidad' del recuerdo... la   emoción presente como residuo y como pista". Esta poesía es, insisto, el   silencio en que todos nos reencontramos, en el que todos palpitamos. El silencio   en el que nos hablamos.
          
          Cito parte de un poema que, a falta de espesura,   nos sitúa en nuestra más escalofriante intimidad: "LA VIAJERA. Tengo que hacer   las maletas./ Tengo que hacer las maletas/ de viaje./ Lo intento,/ lo vuelvo a   intentar,/ las miro, las toco, las huelo,/ las abro, las cierro, no puedo.// Voy   a hacer mis maletas. Yo quiero hacer mis maletas,/ me siento, me paro,/ lo   intento,/ lo siento,/ no puedo.// ¿Qué ropa llevo, qué zapatos?/ ¿Qué libros,   qué accesorios?/ ¿Qué certificados, qué papeles?/ ¿Qué fotografías, qué   recuerdos?// ¿Cómo embalar esa incertidumbre/ pegoteada a la piel,/ esta   sensación inconclusa y/ este suspiro entrecortado/ por la tos?/ ¿Dónde, en qué   bolsillo estas dudas filosas/ que cortan y manchan de rojo/ todo el equipaje?//   ¿Cómo empacar esta soledad maciza y pesada (...) // Y, ¿dígame usted?/ ¿qué haré   otra vez en medio de la sala de/ salida o de entrada/ sentada sobre ellas, mis   maletas,/ (pobrecitas)/ esperando que nos regresen o/ que por fin las acepten/   con su peso excesivo de pena/ saliéndose la soledad mal estibada/ y este destino   borroso que aparece escrito/ en la identificación?".
          
          ¿Cómo, de un   material tan circunstancial y tan delgado se puede acceder con tanta naturalidad   - "con la soltura propia de quien ve más lejos", es decir, sin retórica, como   observa Zambra- a un universo de experiencia tan trascendente y tan común a   todos los mortales? En verdad, porque el poema calla lo que dice.