“NARANJAS
DE MEDIANOCHE” O LA MADUREZ DE
UN OFICIO POÉTICO
Por Manuel Silva Acevedo
Texto aparecido en RU Revista Universitaria Nº 95, Pontificia
Universidad Católica de Chile, julio 2007.
Desde la publicación de su primer libro de poemas Artes y oficios
(1996), pasando por su segundo poemario Ojos que no ven
(2001), hasta llegar a sus Naranjas de medianoche (2006), María
Inés Zaldívar ha desarrollado una nítida y personal trayectoria en
la poesía chilena, que la ubica entre las más destacadas voces líricas
femeninas del panorama actual.
De hecho, el presente libro denota una manifiesta madurez en el manejo
del oficio y de sus recursos. Su discurso es genuino y no se desbarranca
en un forzado y artificioso afán por mostrarse “trasgresora” o “rupturista”,
aunque de alguna manera lo es sin mayores aspavientos. Pero su énfasis
radica en el empleo de un lenguaje certero, fulgurante, que hace que
la cosa nombrada quede reverberando en la conciencia y que “encuentra
su certeza en el equilibrio inestable de lo dulce y lo ácido”, como
acertadamente ha señalado Silvia Tieffemberg de la Universidad de
Buenos Aires.
En sus anteriores publicaciones y en parte también en esta, María
Inés Zaldívar aborda con honesto desparpajo el ámbito de su vida familiar
y doméstica y pone especial acento en aquellas impresiones que marcaron
su niñez y adolescencia. Sin embargo, no se trata de la añoranza del
“país de nunca jamás” propia de una sensibilidad lárica, sino de la
mirada lúcida sobre aquellas sensaciones visuales, auditivas, olfativas,
táctiles y gustativas que marcaron su existencia y a las que se asiste
en un silencio reverencial y hasta opresivo, donde las palabras adquieren
peso y sonido:
Mirar, oler, tocar, oír, comer
son gestos silenciosos realizados en lo oscuro
y el extravío tiene un gusto amargo
que aprieta la garganta y nubla la mirada
Alguien podría decir que Zaldívar hace de su oficio de poeta un
simple y cotidiano “sentarse, tomar el lápiz y escribir”, pero no
nos engañemos, si bien su escritura se inclina aparentemente hacia
lo elemental y cotidiano de la existencia, en el trasfondo se advierte
una sensitiva y aguda elaboración de las pulsaciones e imágenes que
dan cuenta de la experiencia referida en el poema. La poeta se toma
su tiempo, no se atraganta con la emoción y permite que el lenguaje
reconstituya aquello que desencadenó el poema. De ahí la vibración
de su palabra y el colorido de sus imágenes. Por ejemplo, este implacable
contrapunto entre el sueño y la pesadilla:
Soñé que era simiente chorreante ...............
Soñé que era una pepa
de durazno amarillo y rojo ..........................
de caqui áspero y naranja
no de los priscos sino de los otros .................no
de los maduros,
de esos que lo tienen pegado ........................
gelatinosos y dulces,
y que se chupa fuerte ....................................sino
de esos que se pegan
para desnudarlo de la dulce carne...............
al paladar como lija,
.......................................................................
como rallador de cocina
.......................................................................
en la lengua
O la atmósfera inquietante de las naranjas nocturnas, en que la vida
y la muerte se desgajan sangrientas:
Suenan hueco contra el suelo las naranjas del naranjo
al caer
en la noche
sobre la terracita para la hora del té.
Desde la cama tibia
el golpe estremece a la familia
como la paletada de tierra
con una que otra piedra
golpeando el cajón del último enterrado
Son naranjas de medianoche, esas que sangran al amanecer.
Tal vez el mayor riesgo de una poesía construida sobre la base de
impresiones y descripciones sensoriales sería el de incurrir, por
momentos, en una reiterativa enumeración de objetos, que ocasionalmente
cede el paso a la ausencia de un hablante que, con una vuelta de tuerca,
cargue de significación los objetos descritos, pero María Inés Zaldívar
sortea con estilo dicho peligro.
En efecto, su obra poética muestra un sólido aplomo formal, no en
vano su especialidad como académica es la poesía del Siglo de Oro
español ( véase el poema “A la mar fui por naranjas”). Son notables,
entre otros, los poemas “Mampara”, “Jarabe de Luz”, “Si pudiera darle
nombre de fruta”,”Visita”, “Naranjas en la noche”, “Manzanas”, y “Cáscara
de sandía”.
Párrafo aparte merecen los poemas de la sección II, “Medusa en Lisboa”
y “Primavera en Rosario”, en los que el discurso adquiere un tono
narrativo cuyas implicancias trascienden la esfera del yo para proyectarse
a un ámbito mayor, misterioso e inquietante, lo que nos hace evocar
por mera asociación de ideas el notable poema “Los pobres en la estación
de autobuses”, del brasileño Ledo Ivo.
Por último, cabe señalar que Naranjas de medianoche es otro
acierto de las Ediciones Tácitas que dirige el poeta Adán Méndez.