Claridad y buen oficio 
          "Naranjas de medianoche", de   María Inés Zaldívar / "Año dos mil", de Matías Ayala 
        Página   Abierta
        Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 24 de Diciembre de 2006 
         
         Resulta   cada vez más placentero, estimulante, incluso pacificador para el espíritu leer   poemas que no han sido concebidos como si viviéramos en un estado policíaco,   piezas que en lugar de doblegar al lector, forzándolo a percibir el texto con   los ojos de un informante o "topo", le entregan formulaciones con un grado de   ambivalencia, pero sin doble, triple o cuádruple sentido. Hoy en día, tenemos   expertos que pueden descifrarlo todo. Cuando se nos invita a una determinada   representación, ocupamos un asiento vacío y asistimos, cual espectadores   privilegiados, a una función en la que, sin esperarlo, nos sorprendemos ante el   poder del diálogo, la narrativa, los juegos teatrales, agradecemos dichosos el   inesperado regalo. Lo mismo sucede, por lo general, con los libros de poesía en   donde los ritos verbales, los 
modelos métricos, el fluir de las palabras surgen   con naturalidad, sin ecos rimbombantes ni estrépitos roncos que buscan el   sobresalto, el estupor, el asombro permanente.
          
          Naranjas de medianoche, de   María Inés Zaldívar, es una sucesión de títulos alusivos a plantas, insectos y   la ciudad de Lisboa que captura casi siempre nuestra atención mediante relatos   encantadores, aludiendo, en ocasiones, a la inestabilidad del mundo o a las   cambiantes mutaciones producidas tras el paso inexorable del tiempo. Así ocurre,   por ejemplo, en "Hormigas": "Cuerpo, emoción,/ calor, sol que ciega los   contornos,/ volumen de fuego acuoso/ que se esparce/ Día amaneciendo en las   montañas/ atardecer meciéndose en el mar/ noche ardiente entre los brazos de la   nada/ Línea imperturbable que avanza/ sin tropiezo de la tierra a la dulzura,/   de lo profundo al borde de la mesa/ de la cosquilla al picante de la boca/   marcando el tiempo un dos, un dos/ un dos, como manecillas de reloj/ Breve   instante de puntos diminutos/ inventándose una historia en el planeta/ sobre   esta insípida hoja de papel".
          
          Zaldívar está lejos de la frivolidad del   pop, de las citas innecesarias, del exhibicionismo amoroso, épico, legendario;   sus estrofas, de corte narrativo, se mueven en graciosas secuencias, tal vez   demasiado articuladas para el gusto de ahora, tal vez un tanto celebratorias de   cierta propaganda de la belleza. Ello es evidente en "¿Cómo se dice saudade?",   precedida por el epígrafe "¿De qué color es sentir?", de Pessoa: "¿Cómo se dice   encuentro/en una nube celeste de satén/ calefacción central, chocolates/ y cielo   sin rumbo al amanecer?/ ¿Cómo se dice camino/ en la ciudad de la lluvia y la   neblina/ que moja los documentos del 
viajero/ en el momento de pasar al otro   lado?/ ¿Cómo se dice hambre/ temprano en el día de la fiesta?".
          
          Por   contraste, Matías Ayala, en Año dos mil, habla directamente sobre las   preocupaciones modernas, expone afinidades con la realidad actual, utiliza   formas clásicas (el soneto irregular), ofrece una clave mítica a conductas   humanas extremas, sin abandonar el talante discreto que alabábamos al comienzo   de esta crítica. Tales rasgos se notan, de manera acusada, en "Monólogo del   consumidor": "Pienso en el dinero,/ simplificando el asunto, pienso en dinero/   Como cualquiera/ mastico estrategias y proyectos/ y, como a todos,/ el dinero me   termina urdiendo/ en su vieja historia:/ cómo ganarlo/ o en qué gastarlo,/ cómo   guardarlo/ o programarlo/ O sentirlo fluir/ como al sistema nervioso/ y susurrar   maravillas/ que el nombrar deja amargura:/ viajes al Oriente y al mediterráneo,/   casa en la playa (no lejos de Isla Negra),/ cavas, restoranes, primeras   ediciones,/ una vida de perpetuo turista/ mirando la curva del horizonte/ y la   sonrisa de la serenidad/ - esa difícil adquisición- / asomándose entre los   labios resecos".
          
          Ayala no alcanza en todos sus trabajos el mismo vigor   que vemos en las líneas citadas y por momentos su inspiración decae (ello   acontece con la "Égloga en la calle Los Leones" o el "Epitafio para un poeta").   Al igual que pasa con Zaldívar, la delicuescencia, un aire desmayado, demasiada   exquisitez juegan en contra de una voz que podría ser más recia, más sonora,   menos asordinada. La brevedad de estos tomos es, a estas alturas, tan común, que   es difícil predecir la evolución de sus autores, aunque ambos despiertan   simpatía por la claridad y el buen oficio que despliegan.
          
          Fichas de   los libros:
          Naranjas de medianoche
          María   Inés Zaldívar.
          Ediciones Tácitas, Santiago, 2006. 
          56 páginas.
          
          
          Año dos mil
          Matías   Ayala
          Beuvedráis Editores, Santiago, 2006.
          73 páginas.