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HA LLEGADO LUNA:
PRESENTACIÓN DE LUNA EN CAPRICORNIO, DE MARÍA INÉS ZALDÍVAR

Por Roberto Onell H.
Santiago, Chile; martes 10 de agosto de 2010



Antes de dibujar para ustedes esta Luna en Capricornio, quiero saludar el nacimiento de Lolita Editores. Con la esperanza de ver editados libros tan buenos como bellos, tan clásicos como recientes, tan inquietantes como apaciguadores, levantaré más tarde mi copa para felicitar a Francisco Mouat y su equipo. Desde ya, gracias… Vayamos ahora al libro de María Inés.

Un recorrido por toda esta Luna puede mostrarnos algo que ya el poema inicial, “Abanico”, nos entrega con suficiente hincapié. Preparación, contemplación, exploración, intento de comprensión, hallazgo del misterio, la escritura es, para esta mujer que habla en el poema, un ejercicio físico y espiritual de encuentro con lo desconocido y deseado. De esta manera, las dos primeras partes del libro presentan diversos perfiles de mujeres o diversos momentos de una misma mujer, según sea el grado de proximidad de nuestro foco o el grado de resistencia de nuestras entendederas. Ahí están la “niña” (“Carnaval”), el “conejo pardo” (“Indoors”), la “dama delgada” (“Dama delgada”), la “cegatona” (“Cegatona”), entre otras figuras de la primera parte; y ahí están las historias de la segunda parte que, junto a las palabras preliminares de Gabriela Mistral, se despliegan ante nosotros en abundancia contenida: esa “víctima en [su] casa y en [su] trono” (“Juana”), aquella octogenaria “inválida” que mira hacia la calle (“Por la ventana”), la mujer “vieja” que disuade a su más joven conquistador (“Musa”), o esa otra que observa y sigue la pista a un hombre alcoholizado (“La caja de vino”).

La tercera parte acontecerá como un desenlace, pensamos al seguir la pista de esta mujer múltiple. Puede ser. Pero antes tenemos que leer y oír otra voz: esta tercera sección comienza con las palabras de otro hablante, que ofrece para nosotros palabras de puño y letra; palabras de un amor con algo de “paz y territorio” –como apuntaría Neruda–, y dibujadas en el papel con un temblor que acaso nos prepara para los poemas finales. Así es, porque, si bien sabemos de la muerte de ese hablante que firma como “Gonzalo Millán”, sabemos también de la muerte que procede a desfilar ante nosotros. La tercera parte de este libro insiste, como un tema con sus variaciones, en el tópico de la muerte del hombre amado, y las palabras iniciales de Millán son, no hay caso, una sacudida inicial desde ese otro territorio. De tal suerte, este tercer tiempo acontece como un diálogo desde este mundo hacia ese otro, que de pronto, por arte de birlibirloque poético, resulta ser aquí y ahora mismo. Quizás, la parte final de esta Luna sea el coloquio enamorado de ese “amor constante más allá de la muerte” que deseó y nos hizo desear el poeta Francisco de Quevedo, y cuyas palabras, las de Quevedo, oímos cumplidas acá, más acá de su muerte.

Cuando vayan a leer, fíjense, por ejemplo: en esa canción con ecos de Gabriela Mistral, el tierno ser humano en doloroso abandono del poema “En la cuna”; o en el poema “Indoors”, con ese cuarto propio donde la mujer, tan pequeña como un conejo, cabe en un rincón de la cama queen sin ser reina de nada, con toda esa capacidad dadora de vida agazapada; o en la dieta del poema “Dama delgada”, donde vemos a la mujer con ansias de adelgazar hasta desaparecer; en el poema “Juana”, cuya hablante parece relatar la historia completa de injusticias contra las mujeres, y que suena menos a protesta que a un de profundis más estremecedor aun, con una reciedumbre similar a la de la misma Gabriela; en la mujer madura, mayor o vieja, del poema “Musa”, que nos revela al amador joven en un gracioso niño ávido de aventuras demasiado conocidas para ella; en el debate interior, a lo Hamlet, del poema “Pregunta, again”, acerca de la relación entre poema y amor, entre escritura y vida. Por ejemplo nomás.

Pero me parece que les estoy contando el libro, y no se trata de eso. Lo que digo no es más que una invitación, una propuesta de lectura –una tincada, si quieren–, pero que sería buena de conversar, de discutir, de contrastar, pues eso suele ser un buen poema: invitación al encuentro, y eso suele ser quizás la poesía misma en su pasajera, pero siempre plena y prístina cristalización: abrazo de comunión. Yo sostengo que los poemas de este libro están habitados por poesía, con lo cual no digo una obviedad sino una felicidad. No es habitual que las palabras ubicadas hacia abajo, como en columnas en una hoja de papel, sean poesía; como sí es habitual, por otro lado, que la poesía elija, siempre soberana, otros materiales, otros instantes, distintos de los libros, para hacer su morada en este mundo. La poesía de Luna en Capricornio consiste a lo menos, y esto lo confirmarán o rebatirán ustedes, en estos tres dones: 1) Simplicidad de lenguaje que indica voluntad de comunicación: invitación al recuerdo, al auto-conocimiento, al hallazgo de lo desconocido; 2) Erotismo lleno de hálito vital: imágenes, texturas, escenas, que atestiguan un amor que unió a sus protagonistas en la creatividad mayor; y 3) Escritura como un modo de vida: no mera sobrevivencia, sino vida con búsqueda y con sentido (ars poetica como ars vivendi, según vimos también en Naranjas de medianoche).

Quisiera detenerme en varios poemas más; perder infinitamente el tiempo junto a ustedes para ganarlo en la poesía… No es posible: ahora no hay tiempo que perder. Vayan a leer, solos y acompañados, y comiencen ustedes a recibir esta carta de un astro que ha hablado a tantos seres humanos. Yo no sé de astrología, pero digo que si aquí hay poesía bastará con oír. Así, al recibirla, estaremos comenzando a responder esta carta, como en un alunizaje amoroso.

 

Fotografía: Carla Pinilla


 

 

 

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Por Roberto Onell H.
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