De luna nueva a luna llena
Reseña de Luna en Capricornio, de María Inés Zaldívar
Editorial Lolita, 2010
Por María José Fuentes
Luna en Capricornio es un libro delicado. Sus tapas color marfil en un papel apto para acuarelas requieren delicadeza al tomarlo entre las manos. Igualmente frágil es lo que contiene: versos que desde el temblor se transfiguran en lágrimas, sin desesperación: “Salid sin duelo, lágrimas corriendo”, convocando en el duelo al gran verso de Garcilaso. Transfigurándose la imagen de la lámpara que aparece en la portada en medio de la oscuridad, la Luna en Capricornio hecha verso ilumina un llanto que llora a la vida que se pierde pero, al mismo tiempo, empapa de vitalidad. Es lágrima que se posa sobre una hoja en plena germinación luego de un crudo invierno.
Creer en el futuro también es creer en un destino. La autora afirma esta idea a través del pequeño prólogo que firma con el acrónimo de su nombre: M.I.Z. La situación del cielo en el momento de su nacimiento, su carta astral, convocó y convoca para ella a las estrellas que iluminaron su camino hasta ahora y desde aquí en adelante. Pero esta vez la mirada no está puesta en una estrella, la mirada es hacia la luna robando el reflejo del sol, pues se le escapa para siempre. La tarea es brillar con autonomía, con una fuerza que, sin ser violenta, es igual de vigorosa. Nos encontramos, entonces, con un ejercicio de apropiación de lo perdido y de sí misma, bajo una luz débil, pero compañera, luz que tantea la oscuridad al igual que los ciegos.
Luna en Capricornio corresponde al cuarto libro de poemas publicado por María Inés Zaldívar. Después de los libros de ensayo Reiterándome o la elevación frente a la negación (1994) y La mirada erótica (1998), vienen los poemarios Artes y oficios (1996), Ojos que no ven (2001) y Naranjas de medianoche (2006), los tres recopilados en Década (2009). Esta cuarta creación marca una diferencia: la mirada reflexiva dibuja un puente hacia el más allá, no se queda enterrado en las profundidades del ser, o de la tumba.
Exorcismo de la tristeza, agradecimiento a la vida, Luna en Capricornio se inviste de lo que en portugués se conoce como saudade. Melancolía confortante, suspiro para respirar. Ser rebelde contra el dolor no siempre implica atacarlo con fuerza, a veces es solo necesario mirarlo fijo a los ojos, atravesarlo con la mirada. “En otras palabras: / desaparecer de vista/ y/ quedar/ temblando/ sin calorías/ hasta traspasar/ el/ espejo”. En este caso el dolor se transforma en quien lo observa, de alguna manera el observador se empodera de ese otro y en el sacrificio de la identidad, lo domina.
Diez años de amor hicieron germinar este libro. Gonzalo Millán el amado que en el recuerdo, a veces súbito, otras veces buscado, atraviesa trashumante estas páginas hecho fantasma, dolor y ternura. Encontramos una página escrita de su puño y letra, encabezando el tercer momento del poemario. “Por si acaso para que sepas/ andaré desnudo para ti/ para siempre”. Efectivamente Millán se posa desnudo sobre las páginas color piel de Luna en Capricornio y María Inés entrega su palabra para transformar lo fantasmagórico en presencia sinestésica que anuncia su ausencia como una presencia latente. El amado descansa sobre la luna, explicación del origen de la luz, María Inés lo rescata y se rescata acompañándolo y aprendiendo a iluminar por sí misma. “Tú y yo siempre supimos/ que esta batalla sería/ cuerpo a cuerpo/ verso a verso/ y a muerte”.
Luna en Capricornio se compone de tres momentos, fases de la luna que comienzan con un desorden de los astros. Manuel Silva Acevedo en el epígrafe I: “Había un gran silencio/ No había más que piedras/ Y los astros rodaban por el cielo” (10). El hablante es una de esas piedras que ruedan solas y perdidas en el cielo. “Qué sola está la guagua en la cuna/ parece una semilla solitaria de la era/ que cayó fuera del surco por error. /Que solita está la cría en su cajón”. Piedras que se caen, que se duermen, que se quieren a sí mismas, pero rabiosamente. “Descubrió que la hoja verde, roja o amarilla daba calor, / que la blanca podía ser el mejor pañal o paño de lágrimas,/ y luego, para más tarde, la camisa de fuerza o la mortaja”. La luna rueda y cae, como una piedra cualquiera.
El segundo momento, corresponde a una iluminación contradictoria que por un lado permite ver pero por otro, encandila. La violencia de la luz ciega los ojos luego de una larga oscuridad. Lo cotidiano invita a encontrar un lugar “Estoy dentro, es estrecho, camino/ A tientas entre los muebles y sombras/ Que se filtran del jardín”. Pero también impone un lugar que resulta desagradable, tal como podemos percibir en “Musa”: “Deseas oler algo de mi aliento, pero yo/ relajada como en un baño de burbujas/ (con tantos años de circo en el cuerpo)/ me burlo de tus intentos danzando/ sobre la alfombra de tu impaciencia”. La batalla contra la realidad termina en calma, con la que se logra volver a casa, dispuesta a habitarla con toda la ausencia adentro.
Es así como se presenta el tercer momento, signado (designado) con un epígrafe de Millán “El astro se estaciona sobre el mar/ y se hunde calmadamente”. El hablante vuelve al terruño con tranquilidad y agradecimiento, mirando las pequeñas cosas como inmensas, los significados se llenan de sentido. Germina la capacidad de poder convivir con la ausencia, de entrar en la ausencia misma sin perderse: “en ese preciso instante/ del consiento en tu morir/ te hace a un lado, / y se instala para siempre/ en el cuerpo del amado”. Los objetos de la casa, lejos de confundirse con el dolor y con el hablante, se manifiestan como un otro, el otro amado, que vuelve a la vida a través de esas pequeñas cosas que esconden la inmensidad del amor, como en el poema “La bandeja con patas”: “Siete meses, tres semanas y un día después/ encuentro una pestaña sobre la superficie/ blanca de la bandeja con patas de madera”.
Zaldívar no utiliza un lenguaje forzado; así, lo terrible de la muerte, de la pérdida, es la naturalidad con la que invade la vida. El gesto de explicar la complejidad del dolor en palabras sencillas es solidario, en el sentido de que este dolor único puede ser también tu dolor; es ritual de entrega sacrificial que inviste a quien duele de una vida nueva y para esto, es necesario no solo morir, sino también matar. Contar su propia historia de amor y ponerle punto final, es el acto que permite que lleguen nuevas historias, amores nuevos, pero distintos. El hablante agradece esas cosas pequeñas que permiten recordar “Y agradezco también, cómo no, la herencia/ de esta pequeña tijera de puntas curvas/ que aunque siempre fue tu alternativa válida/ frente al temido cortaúñas familiar/ hoy me es tan útil y certera a la hora de/ descoser bastas, dobladillos y entuertos varios”. La tijera de puntas curvas, la escritura. Al término de esta Luna en Capricornio queda una pregunta, una con mayúsculas, existencial, con respuesta inconclusa. Qué bueno es tener grandes preguntas cuando queda toda una vida y una escritura por delante. María Inés se retira, calmadamente, como ese astro hacia otras lunas llenas.