CARNAVAL  
          Nos puedes dar una vida nueva
  
            dice la niña al señor mayor
  
            con los crespos despeinados
  
            irguiéndose del sueño
  
            de entre extraños tules  
            cremosos como nubes
  
            y se apoya en el suelo
  
            con sus piernas flacas,  
            mientras sonríe  
            con una vasta boca
  
            pintarrajeada de rojo
  
            sobre una angélica cara
  
            marcada de arrugas.
           
          
            SOBRE EL ARMARIO, SIN APURO  
          No me veo desde este invisible adentro
  
            que es solo un revés de relieve irregular.
  
            Soy delgada y fina como tela de cebolla,  
            como tela de cebolla, como tela de cebolla,
  
            de cebolla, pero firme y sin olor.  
          Mis amplias cuencas siempre abiertas
  
            guardan ojos y la sonrisa redibuja bocas
  
            amigables sin importar su rictus anterior.  
            Sobre frente y pómulos la oferta es una sola
  
            y, al igual que cuello, orejas no me fueron dadas.  
          No siento frío ni calor y noche día importan poco.
  
            Algo sobre lágrimas y saliva me ha parecido percibir  
            de algunos ojos y bocas que me buscan pasajeras.  
            Pero también sé de algunas caras insistentes  
            que se pegan a mi piel como chicles desabridos
  
            bajo un viejo pupitre de colegio en tiempos de calor.
           
           
          POR LA VENTANA  
          Soy inválida, tengo más de ochenta y estoy algo pálida.
  
            Un gato, dos canarios y un par de macetas buscando
  
            el sol en cada primavera me acompañan día a día.  
            Mi familia ya es solo un lejano recuerdo de flores  
            un ligero sonsonete que aparece de repente  
            y un algo de calor en las rodillas por noviembre.  
            Y fue en su tiempo ya de veras olvidado
  
            no más que un corrillo pequeño y silencioso.
           Me entretiene en las mañanas  
            tras la ventana norte de la sala
  
            mirar la calle, la Alameda, su parque y más allá.  
            Por la tarde desvío al sur, hacia mi cuarto  
            o hacia un poniente blanco, azul y carcajadas  
            de muchachas y muchachos corriendo del liceo.
           Luego la oscuridad de nuevo camina despacito
  
            justo antes de la sopa, el té y las noticias
  
            y otra vez hacia el poniente las afueras
  
            con sus faroles, coches y afanes de colores.  
          Pero hace al menos un par de semanas
  
            en el número 102 de la avenida, la que está  
            frente a la alcoba cruzando la otra acera,  
            una verde botella que escurría luminosa
  
            un dorado chorro de champagne,
  
            luce ahora opaca pendiendo en el vacío  
            como un recién ahorcado a la deriva.
          Dicen que está descompuesta y no hay
  
            dinero para hacerla funcionar.  
            Si es así, señor municipal,  
            ¿por qué no la retiran?
  
            Anuncia cosas que no existen
           
          
            PUNTO DE FUGA  
          De qué estamos hablando.  
            No me vengan con huevadas,  
            dolor, lo que se dice dolor,  
            ese bicho punzante y preciso,  
            se mira a la cara solo
  
            en un minuto.
          En el instante en que ella
  
            viene, viene, viene, viene
  
            y se queda; se queda y,  
            en ese preciso instante  
            del consiento en tu morir  
            te hace a un lado,  
            y se instala para siempre
  
            en el cuerpo del amado.
           
          
            CARTA DE AGRADECIMIENTO
           La presente es solo para decirte que agradezco mucho,
  
            verdaderamente mucho, entre otras pequeñas cosas,  
            las dos escobillas regaladas. Esa de pelo de marta cibelina
  
            comprada en Buenos Aires, Suipacha al llegar a Córdoba,  
            que sirve para dejar impecable todo tipo de ropa.
           De igual manera, también gratitud por la otra,  
            esa de la farmacia de Manquehue con Isabel la Católica.  
            Sí, esa de plástico verdeclaro, que saca la mugre
  
            que siempre se me incrusta debajo de las uñas.  
          Y agradezco también, cómo no, la herencia
  
            de esta pequeña tijera con puntas curvas,  
            que aunque siempre fue tu alternativa válida  
            frente al temido cortaúñas familiar,  
            hoy me es tan útil y certera a la hora de
  
            descoser bastas, dobladillos y entuertos varios.  
          Sin más, agradecida por una bella historia de amor para contar.