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Bruma, de María Inés Zaldívar
Santiago de Chile: Lolita Editores, 2012, 63 pp.

Por Alejandra Oyarce Orrego
Universidad de Concepción, Concepción, Chile.
alejandraoyarce@udec.cl

Texto aparecido en Anales de Literatura Chilena. AÑO 14, Número 20, diciembre 2013



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Escritura poética y fotografía se complementan en Bruma (2012), la publicación más reciente de María Inés Zaldívar y que ha sido destacada con el premio al Concurso Creación y Cultura Artística de la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

La propuesta que Zaldívar proyecta en Bruma, a través de sus veinticuatro cantos, se caracteriza por una consciente combinación de diversas vertientes creativas y críticas que desembocan en una escritura lúdica y reflexiva, la que se prolonga en una serie de fotografías de Bruno Ollivier, imágenes profundamente sugerentes y concientemente dispuestas en el poemario de sesenta y tres páginas.

Precisamente, desde el título se anuncia la presencia de la bruma, fenómeno atmosférico que para quienes habitamos en zona costera resulta habitual y que se caracteriza por la suspensión de gotas microscópicas de agua, afectando la visibilidad. De manera que, a través de este concepto y de la inquietante fotografía inicial de la bruma cubriendo la tierra, se puede advertir que Zaldívar logra condensar una mirada reflexiva y crítica de la realidad, como en el Canto XV “Hay revolución”: “En las ciudades /descontento / desconcierto / indignación” (p. 42).

Se presenta la situación actual del planeta en un estado de confusión. Un profundo desorden y desconcierto domina la existencia humana, como vemos en los siguientes versos del poema citado: “La ciudad respira cansada / A bordo nadie sabe la firme / Una extensa bruma cubre la faz de la tierra” (p. 44). Zaldívar nos presenta la gran ciudad moderna en un estado terminal. La ciudad está enferma y en ella la población circula confundida, agotando antidepresivos, relajantes, ansiolíticos, analgésicos, somníferos y sedantes, intentando salvarse vanamente, pues la desorientación aumenta frente a la colapso del tiempo, la alteración de las horas y de las estaciones.

En este contexto, el lenguaje también se presenta como parte del desastre en que millones de mensajes se enredaron sin que nadie entienda, ni logre explicar el por qué de bombas, atentados y muertos por doquier. Sin embargo, en Bruma hay una afirmación que creemos que sitúa la literatura y las palabras por sobre este proceso de degradación y negatividad, como vemos en el Canto VIII, en el poema que se titula “Papelera” “no hay tecnología posible / que desvíe tus palabras hacia / el canasto de la basura.” (p.26) Por lo tanto, creemos que en el poemario se reafirma la idea de que otra palabra se abre paso, aquella que va más allá de la comunicación y la tecnología, cuya energía persiste como reserva en la literatura y aún está disponible para la creación. Aquel lenguaje que sobrepasa el nihilismo cumplido y que, en el momento actual, intenta superar el carácter desechable que adquiere prácticamente todo, reducido a productos y mercancías, con fecha de vencimiento cada vez más a corto plazo.

Consecuentemente, esta situación extremadamente negativa que domina la ciudad se complementa con la imagen del barco a la deriva, sin puerto disponible al cual arribar, el cual es zarandeado por el mar en el que se balancea constantemente, suspendido en la cresta de las olas. Este barco a la deriva, de algún modo, nos remite al barco ebrio, barco perdido “libre, echando humo, coloreado de brumas violetas” del vidente Arthur Rimbaud.

De manera que, entendemos la propuesta de María Inés Zaldívar como una respuesta creativa, desde la literatura, desde la poesía, en relación al contexto de descomposición de la realidad contemporánea en que predomina el nihilismo consumado y que, tal como se expresa en Bruma, invade prácticamente todas las dimensiones de la existencia humana. A través del dominio del mercado, de la cifra y de la tecnología, del presentismo, la inmediatez extrema y el olvido consecuente, que desembocan en el advenimiento de un estado terminal planetario que se hace visible en los textos y en las imágenes que conforman el poemario, los que recurrentemente aluden a dimensiones y objetos de la sociedad postindustrial, como sucede de manera específica, por ejemplo, en los poemas: “Escala”, “Insomnio”, “Feliz ella” y “www.Dante.com”. Además, lo anterior se reafirma en la escasa presencia de seres humanos en las fotografías del poemario que en su mayoría exhiben naturalezas muertas, vestigios de civilizaciones, lugares prácticamente despoblados, vacíos de humanidad. En este sentido, creemos que una de las imágenes que capta y condensa de manera intensiva esta crisis y que encierra con fuerza el punctum que nos sobrecoge se presenta en la fotografía que acompaña al canto XV, condensando la enorme desolación y el estado desértico del planeta frente al gran estrago del siglo XX.

Sin embargo, creemos también que esta propuesta de Zaldívar contiene asimismo una idea de continuidad para el siglo XXI y para el futuro. Percibimos una apuesta por la literatura y la vida, en la medida que el poemario adquiere una forma-energía que deja abierta la posibilidad de que esa bruma se disipe; así entendemos la energía que irradian los versos finales del Canto XXIV: “¿nuestro encuentro a la vuelta de la esquina?” (p.63)

De esta manera, creemos que es posible entrar también a la lectura de Bruma desde la definición etimológica del concepto que en latín designa el solsticio de invierno. En este sentido, más allá de las distintas interpretaciones que las diversas culturas dan a este fenómeno natural, podemos coincidir en entenderlo de manera general como un período que simboliza renovación y renacimiento, siendo motivo central de festividades, rituales e intensas celebraciones en las culturas precolombinas. Es el caso por ejemplo de Inti Raymi o fiesta del Sol, una ceremonia religiosa del Imperio Inca que celebra la llegada del solsticio de invierno y un nuevo año en los Andes del hemisferio sur. Es el caso también del We Tripantu, que en idioma mapuche indica un nuevo año, una nueva salida del sol y corresponde a la celebración del año nuevo mapuche, momento en que el sol recupera su fuerza y la tierra comienza a renacer. Lo que también se encuentra presente en la cultura tolteca-azteca donde la celebración del solsticio de invierno está asociada al nacimiento de Huitzilopochtli. El ciclo natural de la vida empieza con la muerte, con el invierno, para regresar al esplendor de la vida.

En nuestra percepción, guiados por las ideas anteriores y siguiendo la reflexión actual del físico y escritor francés, François Meyronnis, sobre experiencias extremas de la literatura universal, percibimos que la imagen de la bruma recubriendo la tierra sería una muestra más del nihilismo consumado que entendemos como el colapso de la visión occidental del tiempo; es decir, un momento terminal. Sin embargo, el instante de disipación de esa bruma, en la medida que se vincule con el solsticio de invierno, podría dar lugar a un momento de renacimiento y de renovación para la humanidad y para la literatura, por lo que creemos que en Bruma de María Inés Zaldívar pareciera intuirse y anunciarse la posibilidad de continuidad bajo una óptica menos occidental que permitiría ir más allá del nihilismo. Creemos que esto está sugerido, de manera más explícita, desde el comienzo del poemario, a través de la incorporación de los epígrafes de Masaoka Shiki, Yosa Buson y Osuga Otsuji. Para Shiki, por ejemplo, la poesía es un ejercicio de observación de la realidad, cuyo objeto último es la naturaleza y no el hombre.

De manera que, rescatamos el valor de Bruma en cuanto a contribuir a la necesaria reflexión, desde la literatura y desde la poesía, para ir más allá del nihilismo y encontrar formas de continuidad.



 




 

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