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LA BRUMA DE MARÍA INÉS ZALDÍVAR
Por Virgilio López Lemus
La Otra-Gaceta 74, mayo de 2013
http://www.laotrarevista.com/
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Siempre puede hallarse un buen libro de poemas en la potencia poética mundial que es Chile. Lo extraño es que, como con Las piedras de Chile del coloso Pablo Neruda, un poeta vuelva a acompañar su poemario de la imagen fotográfica, sin recurrir a la poesía visual o al experimentalismo post vanguardista, que ya no va siendo tan joven ni demasiado sorprendente.
María Inés Zaldívar asume el reto del doble discurso, el de sus palabras que portan ideas convertidas en poemas, y el de la imagen fotográfica ecléctica o mejor multi temática, que marcha paralela a su lenguaje. Las fotos, elegidas por ella misma y montadas como en una performance dentro del libro, son del fotógrafo bien reconocido Bruno Ollivier. Esto es Bruma (finamente publicado por Lolita Editores Limitada, en 2012), un libro de poemas singulares, obras de una mujer ya muy bien vinculada con las lides literarias, tanto como profesora universitaria como por su labor ensayística y crítica, al recuerdo La mirada erótica (1998) o su contribución al estudio de Las vanguardias en Chile (2008).
Y traigo a colación estos dos estudios diferentes, porque tienen que ver con este poemario, sexto en el orden de nacimiento de la trayectoria lírica autoral. Suave erotismo que a veces parece más bien sensualismo, y herencias formales y estilísticas de las vanguardias, se conjugan aquí con otros recursos poéticos coetáneos, propios del versolibrismo, que sigue triunfando en el campo de la lírica del nuevo siglo.
Esto no es lo que considero más notable de Bruma. Creo que su eje creativo pasa por dos elementos esenciales, la pasión (emotividad sin embargo no desbordante) y el lenguaje coetáneo, heredero del coloquialismo, por lo que no teme reunir, en su aire lírico preponderante, un léxico bien equilibrado entre alas, vuelos, boca, expresiones sensoriales, junto a microondas, un equipo que «no tiene batería», «la tina del baño es un jacuzzi», y otras reacciones ante la vida de ciudad moderna, o post moderna, o quién sabe si hasta «post industrial» en los países nuestros de América, que no han llegado siquiera a ser verdaderamente «industrializados».
Esa singularidad de lenguaje se une a una sensibilidad sin dudas inclinada a la preferencia emotiva, que no la llamo neo-neorromántica, para no caer en clasificaciones de corrientes poéticas aun indefinidamente denominadas. Esa sensibilidad de lo emotivo está trabajada en este libro con equilibrio sensorial. Por eso decía que incluso en los momentos más cercanos al erotismo, la poeta acude a resortes contrastantes por la vía de los sentidos: «tu mirada / sobre la redondez / de la piel / y el cuchillo / clavado / en su líquido / corazón» («Ostras»). Ciertamente, no se regala lo emotivo con espontaneidad de artesano, sino con el arte de la palabra bien colocado, bien pensado y calibrado, lo cual equilibra tanto desbordamiento de erotismo, que ya hemos visto mucho a lo ancho y largo de la América de lengua española.
Creo que «Bello» es un poema capital (capitel, columna, capital, cabeza), dentro del poemario y por dos razones: su valiosa conformación de tejido lírico, verso libre breve, rítmico, y porque sabe «jugar» con el lenguaje de una manera dichosa. La vieja estatua del legendario poeta aparece ante los ojos de la observadora y sutil poeta:
Como cualquier hijo de vecino
sobre una roca en la vereda
mira en silencio a la gente que pasa
y los buses, y los buses, y los buses
y las luces, y las luces y las luces,
olas,
y en sus ojos se acuna la ciudad.
Curioso: el poeta de la «zona tórrida», que puso a la naturaleza de América todavía no llamada Latina como pivote de identidad frente a la «otredad» española, se ve envuelto en el constante nacimiento de la ciudad como un río. Nunca te sumergirás dos veces en la misma ciudad. Este sentido del cambio constante, en su dimensión poética, solo pueden advertirlo poetas citadinos que tengan sensibilidades para colocarse en los ojos de la estatua, y ver a Santiago crecer y crecer y crecer, tragando naturaleza virgen, viva. ¡Qué extraño mundo ante la mirada de bronce del poeta de la era de la Independencia!
María Inés Zaldívar no regala entonces, al lado del poema, una foto de la estatua, que ilustraría como en un libro de botánica la especie descrita. Tiene la fineza de ofrecer casi veladas las luces dela ciudad nocturna, pero coloridas, fulgurantes. Así procede con todos los textos. No se trata de un libro ilustrado, sino de dos lenguajes que se superponen, de una cadencia visual y sonora (el juego y ritmo de las palabras), que acentúan la sensorialidad general del conjunto de poemas.
Pero ¡cuidado! Esta mujer mira para donde tú miras. Solo que ella ve lo que tú quizás no veas. Ella asume los detalles del transformante entorno y los soluciona en el poema como con un brochazo de pintor experto. No intenta develarte, lector, sino develarse y abrir una oquedad por donde se cuele el aire de la poesía. Aun cuando uno pueda encontrar finales bruscos en la mayoría de sus textos. ¿Son bruscos, o en verdad la mujer poeta quiere «cortar por lo sano» y dejar fuera el exceso de sentimentalismo o la edulcoración? No es fácil siempre escapar del lugar común literario, ya que es imposible escapar en torre de marfil al espacio y al tiempo en que se desarrollannuestrasvidas, inexorablemente situadas en unlugar común. María Inés Zaldívar pone freno a sus poemas. Los detiene como a carro bien calibrado, y deja al lector enganchado en la última palabra: «–¿Pero cómo?¿Aquí y así concluyó este poema?»Extrañamiento, un recurso más bien teatral, usado como en aquellos versos rotundos que nos dejaban para el final de un soneto, o de cualquier poema, los poetas neorrománticos de la primera mitad del siglo xx, deseosos, ellos sí, de torremarfilescas escapatorias del locus amoenus, o del «vulgar» lugar común. Zaldívar conduce su texto, y lo frena en seco, para producir ese extrañamiento que movería al lector a releer.
Diría que esta poeta sabe salirse del coloquialismo y ser a la vez conversacional. Sabe escapar de lo neorromántico y ofrecer al mismo tiempo una mirada a veces kischt del mundo, para hacernos ver que también en el esperpento del kischt hay poesía, por ejemplo, la que ella encuentra en:
FELIZ ELLA
Mientras él desafía monstruos alados
en los mares del Atlántico, ella va al mall
y, en una sorprendente liquidación,
se compra un abrigo semi entallado pied de poule
blanco y negro con cuatro botones by Ted Lapidus
(made in China, of course)
El labial Chocolate Ice, está agotado, despareció,
como Ulises
No tan sutil ironía, no tan disimulada intención de parodiar «lenguajes de género» (Ulises aquí, y Penélope en otro poema), la singular Zaldívar entra y no entra en la simulación del kischt, sale y se queda entre las polémicas de los géneros, que el siglo XXI ha traído con tanto interés renovado, y va a lo que en verdad le interesa: la poesía de todo, la poesía que la asalta como ladrón en la noche, y que ella trasmite con un lenguaje cuya importancia radica en su connotación, en la vibración del texto, en la imagen captada y definida.
Mi coterráneo y amigo, el poeta y crítico cubano Juan Nicolás Padrón Barquín, viene ahora a mi auxilio para dar palabra final a mi acercamiento a Bruma, de la chilena María Inés Zaldívar. Dice él en una reseña al mismo libro: «El referente homérico contrasta con las endémicas crisis espirituales de la posmodernidad que atraviesan la dureza de lo cotidiano. Estas y otras dualidades constituyen una fuerte presencia a lo largo del poemario, a veces de manera sutil, y otras, de forma muy evidente…» Al culminar la lectura, ciudad y naturaleza pasan por los ojos de la poeta, como por los del Bello estatuario, pero ella vive y goza de ambas, calles y buses y luces y árboles y ríos… Ese es el mejor collage de nuestro tiempo, en que, decía con otras palabras Nicanor Parra, el hombre y la mujer creen que el mundo les pertenece, cuando en verdad somos parte del mundo. También esto es Bruma, algo que se queda tras el velo de maya, detrás aun del misterio que consiste en no poderlo abarcar todo, como podría hacerlo Dios, puesto que, como simples humanos, nos toca ni siquiera ser huidobrianos pequeños dioses, sino solo creadores de la mejorperformance posible que el acto poético nos pueda ofrecer. Poesía del acto, María Inés Zaldívar se afirma poco a poco, libro a libro, entre la más decidora poesía latinoamericana.
Escrito en Santiago de Chile, marzo de 2013.