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        Mané Zaldívar, «Mano abierta»
          Frutas en un arte poética que subvierte las diferencias sexo-genéricas 
          Santiago. Fondo de Cultura Económica, 2016. 242 págs 
        
          Magda Sepúlveda Eriz.
 
          Pontificia Universidad Católica de Chile
          Publicado en Anales de Literatura Chilena. Año 20, Junio de 2019. N°31 
            
            
            
        
          
            
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Las frutas han sido tradicionalmente usadas para figurar las  mujeres, recordemos las expresiones: “es fruta prohibida”, “parece una pera de  agua” o “qué buenos melones tiene esta muchacha”. ¿Puede una autora transformar  los signos atribuidos al constructo de la masculinidad? Creo que María Inés  Zaldívar lo logra en su libro Mano abierta. Examinemos el poema “Sueño del  durazno”, donde la voz imagina que es una semilla: “Soñé que era semilla / de  una olorosa pera de agua” (92). La semilla ha sido un signo atribuido  culturalmente al semen, elaborándose la diferencia sexo-genérica, donde la  mujer es descrita como lo fecundado o la tierra y el varón el que pone la  semilla. Aquí la voz se sueña en masculino, es decir se piensa “semilla”, a  partir de lo cual nace una mujer con cuerpo de pera. Esta semilla se feminiza  cuando, bajo la forma del cuesco del durazno, adquiere los colores de la  genitalidad de las mujeres: 
        
          
            Soñé que era simiente chorreante
 
              de durazno  amarillo y rojo
 
              no de los priscos sino los otros
 
              de esos que lo tienen pegado
 
              y  que se chupa fuerte
 
              para desnudarlo de la dulce carne (92). 
          
        
        El poema juega por  lo menos a dos niveles, en uno la voz sueña comerse un durazno cuyo carozo  (cuezco, en español de Chile) es difícil de desprender, lo que provoca la succión  de la carne de la fruta con esmero y sensualidad. En otro nivel, la voz asume  un rol masculino, simiente, para succionar las partes íntimas de otra mujer.  Desde ahí, la boca se siente abrigada por la pulpa, la piel de durazno,  experimentando la sensación de estar en el centro de la tierra. Creo que ambos  niveles no se contradicen, sino que se complementan. 
        La apropiación de los  signos masculinos mediante la relectura de la fruta, es visible en varios otros  poemas. Menciono uno, se titula “Si pudiera darle nombre de fruta”. Allí  nuevamente la voz desea ser semilla, “Si pudiera darle nombre de fruta/ la semilla sería suave promesa” (131). Además, el verso  funciona como arte poética, pues “si pudiera nombrar” de otra manera remite al  deseo de encontrar un nuevo lenguaje, que es lo que anima a hacer poesía.  Entonces, la poeta busca re-nombrar, pero subvirtiendo las diferencias  sexo-genéricas. En esa línea, ella desea mirar “su fresca madera entrando en la  tierra”, donde la dureza de la madera que entra o penetra, cualidad asociada a  lo masculino pertenecen ahora a la voz. Por ello se permite tener un “afilado  colmillo” y “roncar” (131), posicionándose en conductas repudiadas por la  femineidad normada.
         Las frutas, en este libro, sufren una conversión estética  política. La poeta no solo recurre a ellas para subvertir los signos con que se  han visto las mujeres, sino que también las emplea para exacerbar y asumir con  desparpajo los estereotipos trazados desde la cultura patriarcal. Examinemos la  relación que crea entre la zarzamora y la imagen de la bruja en el poema  titulado justamente “Zarzamora”: 
        
          
            Rubus fruticosus vivaz, invasiva y leñosa
  
              verde tierra flotando flor y fruto 
              grácil nervadura que coquetea
 
              junto al polvo  suspendido del camino 
            Ácido sudor espeso en la frente,
 
              en los labios
 
              y en el  cuello 
              rasguño fresco en las piernas, 
              en los brazos
 
              y el espejo,
 
              uñas negras,  afiladas siempre alertas,
 
              maraña en la cabeza,
 
              frágil cesta hambrienta en la  vereda,
 
              fruto oscuro en el fondo del abismo (129).
          
        
         En el poema, las cualidades  de la zarzamora están plegadas sobre las características de una mujer. Los  tallos de la zarzamora son una “grácil nervadura que coquetea”. Zarzamora y  mujer son vivaces, invasivas, tienen un tallo- talle leñoso, es decir un tallo  con partículas de madera que la hacen combustible. Pero esa mujer como la  zarzamora no se deja coger tan fácilmente, deja rasguños en las piernas y en  los brazos a quien desea atraparla ansiosamente. La comedora de zarzamora queda  con las uñas negras afiladas como las de una bruja, pero ahora vista  positivamente, pues esta bruja es la mujer posicionada, no entregada, la que no  sale fácil coger porque crece al borde del camino, y le gusta coquetear más con  el polvo que se posa sobre sus hojas que con el galán azul que zumba a su  alrededor. Frente a ese mosco que intenta posarse en su fruta, ella prefiere  acoger el polvo de los caminos. 
        La recolectora  que coge y atrapa las moras en febrero o marzo, en el sur del mundo, debe  soportar el recio calor y sudar por obtener esa fruta. Ella irá echando las  bayas en la cesta, pero su hambre impedirá que quede alguna al final del  camino. En el fondo de la cesta solo quedará un último “fruto oscuro en el  fondo del abismo”, que es la mora, pero también con la aliteración del fonema  /f/ es el murmullo de la bruja que no desea entregarse sino a su propia  transformación acaecida al momento de entregarse al placer de comer moras. 
        La  gran discusión sobre el género que plantea este libro se encuentra en el poema  “Bolsa de alcachofas”. El texto es precedido por un epígrafe de Violeta Parra,  con quien la autora muestra su filiación en el deseo de salirse del modelo de  lo femenino. El epígrafe contiene el verso “de rabia esconden sus flores”, donde  me parece está lo central de ambas poéticas, que es la rabia o la lucha por la  dignidad. En ambos poemas, esa violencia proviene de un entorno patriarcal.  Escuchemos a Mané Zaldívar:
        
          
             Cinco, siete, nueve o diez
 
              (depende de la  temporada)
 
              flor de alcachofas
 
              asfixiadas 
              en una bolsa plástica
 
              parlan  tartamudas
 
              tambaleantes
 
              en la esquina 
              colgando de unos brazos arañados,
 
              sin  camisa (139). 
          
        
        Las mujeres son comparadas con las alcachofas, están asfixiadas,  poseen un habla tartamuda, pero han dejado los brazos arañados de aquel que  pretendió salir indemne de cogerlas. La portada del libro, uno de los bodegones  de frutas de Cezanne, exhibe la fruta en su disponibilidad a ser tocada, pero  el fondo negro da cuenta del “arañazo” o la defensa de la mujer ante quien la quiere  coger sin delicadeza.
         La invitación de la autora del libro es entonces a que  todos tomemos con delicadeza lo que nos muestra la mano abierta y así dar y  recibir en un mundo más igualitario.