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LECTURAS DE POESÍA CHILENA.
DE ALTAZOR A LA BANDERA DE CHILE
María Inés Zaldívar. Santiago de Chile, Ediciones UC, Celich UC, 2019, 232 pp.

Por Rodrigo González Dinamarca
Publicado en revista Mapocho, N°87. 1er semestre, 2020


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Qué es el rótulo “Poesía chilena” y para qué sirve, podríamos preguntarnos parafraseando el título del artículo de María Inés Zaldívar sobre La Bandera de Chile de Elvira Hernández que da cierre a Lecturas de poesía chilena. “Poesía chilena” es un orgulloso emblema de la nación; “poesía chilena” es un dispositivo para leer lo nacional a partir de su poesía; “poesía chilena” es un espacio político; “poesía chilena” es un laboratorio de discursos y subjetividades; pensar qué es la poesía chilena y qué textos y autores la integran implica evidentemente operar una selección, un desplazamiento y una renegociación del límite que suponen las categorizaciones preestablecidas.

Lecturas de poesía chilena reúne un conjunto de ensayos de la poeta y académica María Inés Zaldívar —escritos a lo largo de los últimos veinte años aproximadamente, y que aquí son revisados y actualizados— sobre autores y obras poéticas del siglo XX. La autora emprende el ejercicio de repensar el relato oficial de la poesía nacional o, en sus propias palabras, de imaginar “rutas alternativas” (141) a partir de las cuales recorrer la producción poética chilena. De Altazor a La Bandera de Chile: el título mismo propone una trayectoria, un punto de partida y otro de llegada identificados con estas dos obras fundamentales. El trazado de este ambicioso arco busca incorporar nuevas voces, y tensionar así los bordes del mapa poético, reubicar centros y periferias, sugerir vinculaciones y volver la mirada sobre algunas piezas clave que marcan un siglo de poesía chilena. Ese mapa poético, si tomamos prestada la expresión de Soledad Bianchi que recogen a su vez Zaldívar y Kirkpatrick, podemos pensarlo siempre como “un mapa por completar” (130), un corpus diferido, que se niega al cierre. En ese sentido, los puntos de partida y llegada se vuelven reversibles e incluso pierden su condición de hitos delimitantes, y entonces vuelta a empezar: el ejercicio crítico de Zaldívar opera sobre la certeza de que este mapa poético no está ni estará zanjado, y de que sus piezas son móviles, intercambiables y desplazables.

Bien sabido es que no se debe juzgar un libro por su portada, sin embargo, es precisamente allí, sin ir más lejos, donde ya se advierte cómo Zaldívar define un corpus que se plantea como un enigma y una provocación: en la portada de Lecturas, diseñada por Francisca Galilea, las fotografías de algunos poetas reconocibles a primera vista —esas que salen en los puzzles y en los textos escolares, esas con las que los distintos gobiernos e instituciones se engalanan para dar la nota cultural— aparecen dispuestas junto a otros rostros ya menos familiares y algunos retratos desempolvados que se integran a este panorama poético chileno: las autoras y autores que integran esta galería son Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Luis Omar Cáceres, Olga Acevedo, Chela Reyes, María Monvel y Winétt de Rokha, en la primera parte, y Guillermo Deisler, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo Millán, Thomas Harris, Damaris Calderón, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández en la segunda. Estas caras, nuevas y conocidas, son la tirada de cartas que la autora pone sobre la mesa y a partir de las cuales propone recomponer una vía de entrada a la poesía chilena del siglo XX.

El juego funciona así: las dos mitades del siglo son repartidas en dos secciones. La primera aborda autores y obras poéticas desarrolladas en el tránsito del modernismo a la vanguardia, mientras que la segunda toma como punto de partida el contexto de los poetas de los sesenta y otras voces de finales del siglo XX. Aunque plantea claramente las secciones y casillas, como si de un tablero de juego se tratara, María Inés Zaldívar invita a tomar nuevas rutas, a desandar lo andado, y a volver permeables las líneas divisorias. Descubre así puertas invisibles para ingresar por lados no previstos a la poesía chilena, cuestión que se evidencia por ejemplo al abrir el paso, con Mistral a la delantera, a las “locas mujeres” olvidadas de principios del siglo XX —Olga Acevedo, Chela Reyes, María Monvel, Winétt de Rokha—, cuyos ecos se infiltran por los corredores de una vanguardia fundamentalmente masculina y de clase alta; lo mismo en el caso de la “generación de los sesenta”, también canonizada a partir del signo masculino, y que Zaldívar —en colaboración con Gwen Kirkpatrick— enfoca a partir de aquellas que faltan, las “hermanas ausentes”.

La primera sección del libro toma entonces el testigo de volver a trazar la vanguardia —ese momento o codificación poética de por sí huidiza, también diferida, que se niega a la cerrazón de las definiciones—. A partir del hito de apertura, “fundador e ineludible” (15), que supone la obra Altazor de Vicente Huidobro, la autora se aventura en la propuesta de una ruta alternativa para leer la vanguardia en Chile, e incorpora al corpus poético vanguardista la escritura de mujeres dejadas a una orilla del canon, y cuya exclusión, plantea Zaldívar, se debe a “la clasificación que se les asignó dentro de la historiografía tradicional, lo que significaba [...] escribir desde la mujer y [...] el factor de clase y posicionamiento social dentro del campo cultural y literario” (50). Aquí la académica da cuenta en diversos ensayos del trabajo de investigación emprendido en el proyecto Fondecyt a su cargo, “Cuatro poetas de la vanguardia chilena: Winétt de Rokha, Olga Acevedo, María Monvel y Chela Reyes”, con ocasión del cual busca renegociar los alcances de la vanguardia en Chile, y, a partir de un ejercicio crítico de la memoria, visibilizar estas voces y subjetividades confinadas en los bordes del mapa literario oficial.

Explorar las formas a partir de las cuales se establece un mapa de poesía chilena implica, como María Inés Zaldívar enfatiza, volver sobre el peliagudo asunto del lugar de enunciación “femenino”, término para cuya evanescencia no acabaríamos por encontrar suficientes comillas. Desde Mistral y sus “locas mujeres”, hasta las “hermanas ausentes” del sesenta, la poesía chilena aparece poblada por estas voces de mujeres que surcan el aire en diferentes “tonos” —tal vez no percibidos a causa de una crítica que ha “reducido el rango de tonalidades” (138)—, y para las que Zaldívar propone un lugar en la historiografía literaria. Pero el trabajo de la autora también implica pensar la categoría de lo chileno como punto de partida para la configuración de un canon nacional. La taxonomía se vuelve interesante por aquello que la tensiona. “Lo chileno” aparece así como significante móvil: Zaldívar incorpora a sus lecturas a la poeta Damaris Calderón —nacida en Cuba, pero cuya biografía y labor literaria la enraíza en el territorio chileno— o al poeta Guillermo Deisler —nacido en Chile, exiliado en Europa tras el golpe de 1973, y cuya producción poético-visual resiste una fácil inscripción en lo nacional: “¿dónde ubicamos la obra de Deisler?: ¿en Chile?, ¿desde Chile?, ¿para Chile?” (160)—. Lo chileno no es aquí una categoría rígida ni que funcione principalmente por aquello que excluye en favor de una pretendida pureza nacional, sino que se abre a la inclusión de formas complejas de entender la chilenidad, a poetas y obras de la errancia que ponen en tensión las inscripciones fosilizadas del territorio. Por supuesto la idea de chilenidad que propone Zaldívar implica una descentralización. Tal como la autora apunta en su nota inicial, la poesía a la que se da cita en el libro viene desde el centro metropolitano, pero también desde las regiones: Rosabetty Muñoz desde Ancud, Olga Acevedo desde Punta Arenas, por mencionar algunos casos.

Cabe señalar que el libro de María Inés Zaldívar presupone la declaración de un lugar crítico. Como la misma autora apunta en su nota inicial, su trabajo se ubica en un lugar de enunciación doble, situado entre el quehacer crítico-académico y el ejercicio poético (9). Esta bifrontalidad se expresa en un discurso metacrítico y polémico acerca del problema del análisis literario y sus atribuciones: la autora declara a este respecto la intención de pensar la poesía desde la poesía, y no en función de satisfacer las “diversas teorías de turno” (10). Su mirada tampoco descarta el aspecto vital de las autoras y los autores en el análisis literario, sino que lo hace productivo: consideremos por ejemplo la lectura de Parloteo de sombra de Damaris Calderón a partir de las tensiones de territorialidad, libertad y desarraigo que allí se presentan: “textualiza el lugar de origen de la hablante (que es el de la autora)” (193, paréntesis en original), “es un texto que va del presente al origen [...] se pregunta si vale la pena echar raíces” (205); o, por otro lado, el caso de Rosabetty Muñoz, en cuya creación, a juicio de Zaldívar, “vida y obra son dos hebras fuertemente entrelazadas” (208), como ocurre en su poemario Hijos, en el que se “presenta una pugna entre la grata experiencia [de maternidad] de la mujer Rosabetty y la de la poeta que ingresa al mundo de esas madres de pescadores de la región [...] el lado oscuro y doloroso de esta experiencia” (209). Algo similar cabría notar en los estudios de María Inés Zaldívar acerca de las poetas de la vanguardia chilena, puesto que el lugar vital y social de estas escritoras —propone la autora— es un punto de partida necesario para pensar su exclusión del relato hegemónico de la vanguardia, tal como queda dicho más arriba.

Es importante señalar que Lecturas de poesía chilena es además un recurso abundante en materiales de gran interés para el estudio de las obras literarias aquí analizadas, tales como fotografías, imágenes —destacan fichas bibliográficas inéditas del archivo Zonaglo de Gonzalo Millán, reproducciones de portadas de diversas ediciones de los poemarios, algunos foto-collages y poemas visuales de Guillermo Deisler, entre otros estímulos— y documentos —se incluye, por ejemplo, una transcripción de la carta abierta escrita por Winétt de Rokha a Witold Gombrowicz en 1946.

La Bandera de Chile / La poesía de Chile: el libro de María Inés Zaldívar nos invita a recorrer, pero también a desarmar y reubicar algunas de las piezas que componen esa poesía chilena, ese espacio en el que nos miramos —como nación y como sujetos— y que, así como la bandera hernandiana, imbrica su significación en un devenir y se constituye en un espacio de disputa y continuos desplazamientos y tensiones: “poesía chilena” como un dispositivo que no es neutral ni inocente, ni tampoco es “historia ya muerta” (Hernández en Zaldívar 223). Lecturas de poesía chilena aparece, de esta manera, como una referencia fundamental para la aproximación crítica a —y el conocimiento de— la producción poética de diversas autoras y autores del siglo XX en Chile.



 

 

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María Inés Zaldívar. Santiago de Chile, Ediciones UC, Celich UC, 2019, 232 pp.
Por Rodrigo González Dinamarca.
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