Marta Jara: "Surazo" Por Ángel Rama
En MARCHA, N° 1149, 22 de marzo de 1963
En: La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena
Editor Hugo Herrera Pardo. (Mímesis, 2018)
En una encuesta periodística con que Ercilla intentó a fines del año pasado un balance colectivo de la producción literaria anual, dos libros se destacaron por haber obtenido el mayor número de menciones. Ambos pertenecían a escritores con una obra ya realizada, pero que no habían alcanzado una posición de primera línea en las letras chilenas modernas. Fueron Versos de salón de Nicanor Parra y Surazo de Marta Jara.
De ellos el más sorprendente fue el último porque traía a la consideración pública una escritora que se habría dicho desaparecida. En efecto, Marta Jara solo había publicado anteriormente un libro, El vaquero de Dios, en el año 1949; y en 1958 un cuento “La camarera”, que Latcham incluyó en su Antología del cuento hispanoamericano. Problemas personales, una larga enfermedad, un casi ostracismo en el sur del país, la habían mantenido alejada de las letras. Surazo fue una resurrección y por eso la sorpresa; pero además el libro mostró una sostenida línea de calidad artística que aumentó y justificó el impacto de la reaparición. José Donoso, que no es demasiado condescendiente con los adjetivos, habló de una “pequeña obra maestra” para referirse al primero de los cuentos, que da título al volumen, y el público confirmó el elogio.
Marta Jara anda hoy por los cuarenta años. Llama la atención su figura inquieta, donde la simpatía está replegada bajo el nerviosismo, sus grandes ojos temerosos, su belleza enturbiada, su agitación que contiene con esfuerzo y descarga en una serie larga de cigarrillos, su vivacidad cuando se habla de literatura, su hipersensibilidad que parece medir las palabras ajenas y que está presente en cada una de las palabras de sus cuentos. Se diría un ser humano golpeado malamente, y algunas confidencias de amigos hablan de una historia sentimental compleja y ácida, acrecentada por una insidiosa enfermedad. Es de esos seres que uno encuentra siempre como saliendo de la soledad, del desamparo, del enredado padecimiento interior, todavía inseguros para caminar sobre otro mundo que no sea ese, pantanoso, donde han estado muchos años.
Pero he escrito mucho —me dice—; antes de Surazo trabajé en una larga novela que no llegué a solucionar, y ahora estoy metida en otra, con más entusiasmo, donde hay una elaboración del tiempo que me preocupa. Todo Surazo nace de cosas que yo misma viví, en el sur, donde pasé muchos años —y cuando le hago objeciones a uno de los cuentos, “El yugo”, agrega—: el planteo es real, el viejecito y su yugo, lo que yo agregué es todo el diálogo con él y la revelación de su vida anterior; “El vestido” parte de un hecho que yo viví, cuando me dedicaba a vender ropas usadas en los pueblecitos, y en “Surazo” está mi enfermedad y el lugar donde residí, frente al mar.
Esta presencia de lo vivido parecería una de las condiciones del afán de revitalizar el criollismo que está presente en El vaquero de Dios, su primer libro, pero de él a éste ha habido un largo camino recorrido en los recursos artísticos y un proceso de interiorización de los temas literarios, trasladándolos de un cierto objetivismo narrativo, a un subjetivismo atormentado, anclado en las enunciaciones verbales tanto como en los procesos más confusos, más escurridizos, de la conciencia.
El material recogido en el volumen es de inspiración dispar: “El hombrecito” y “El vestido” son modelos de cuento criollista, enriquecidos por una tensión interior que los suspende y enraíza en experiencias humanas riesgosas. “El vestido es el tema de la frustración de la mujer en un pueblecito, aprisionada por una madre implacable, rebelada con las solas fuerzas del instinto con las que logra una imagen grotesca: la solterona que ansía comprar un vestido que le permita conseguir un hombre. La sutileza de la escritura permite descifrar, a través de gestos contenidos, una historia y un conflicto. Esa perceptibilidad del estilo es más aguda en “El hombrecito”, donde un muchacho, un niño casi, —pobre, austero, interiormente maduro—, incita y asesora a su madre para que se compre un vestido de segunda mano, y extiende sobre ella, desvalida, un aura protectora. Aquí Marta Jara adquiere una tensión casi dolorosa para manejar con cortas palabras una situación original, elaborando una materia que le está próxima, donde revela una sensibilidad extremada: la del desamparo, la del sufrimiento que, por largamente convivido se ha hecho interior, conocido, cautamente peleado.
Este descendimiento a zonas riesgosas del alma desvalida, sorprendida en su elementalidad, establece el misterio de su mejor relato, “Surazo”. Una pequeña familia, mujeres y un muchacho, en un lugar abandonado de la costa, bajo el golpe duro del viento sur que trae la tormenta, y un anciano que está por morirse, forman el nudo de una historia en que no pasa nada. Simplemente la muerte se aproxima, con un paso seguro, observada desde dos ángulos: el del anciano que la ve acercarse con terror, y el de la mujer que la ve con frialdad e incluso con alivio porque ha de liberarla de los trabajos que le impone el padre inútil. El clima es sombrío, cercano a la pesadilla, ahondando por los repentinos recuerdos del tiempo pasado que van armando la historia del viejo —glorias, alegrías, trabajos, y como siempre la muerte—, y por las incursiones en un presente real donde hay una lucha incesante con la naturaleza para la mujer, su familia y los demás hombres del sur.
El cuento está estructurado con sabiduría. Quizás recargado por un idioma que trata de plegarse a la modulación interior, que es eficaz en los momentos descriptivos, pero que resulta deliberadamente efectista en los momentos dramáticos. Los distintos planos de las dos historias cruzadas consiguen una sensación vivida de profundidad. De tal modo que no sólo los personajes se perfilan con real verosimilitud sino que no quedan esquemáticamente explicados. Están contagiados de la oscuridad que los rodea, se funden con la materia del escenario en que existen y en última instancia quedan abiertos hacia centros misteriosos donde la vida actúa con entera libertad. La autora preserva esas zonas donde operan fuerzas irreductibles, como la muerte, y busca hacerlas presentes tanto en la conducta del personaje como en el ambiente que lo rodea, en la naturaleza indominable a que están atados primariamente. Alcanza así una cautelosa visión cósmica dentro de la cual lo humano es pequeño aunque rico, cálido, tremendo. Y en última instancia los seres humanos vuelven a asumir una dimensión biológica. Despojados de toda circunstancia adventicia recobran los problemas básicos, únicos, del vivir sobre la tierra, como parte de la tierra. Vivir es luchar con la naturaleza y con la muerte, y ese proceso fatal sólo admite dos respiraciones: la del súbito amor, la del arte que en el cuento rescata paso a paso lo abrumador de la avasallante presencia de lo natural. Se diría que hay aquí una regresión: voluntariamente la autora ha podado todo vestigio de vida social para recuperar las esencias que ella recubre y modifica. Así ha conseguido una sensación directa de carne viva, lacerada, lo que otorga fuerte verdad a sus relatos. Pero el tipo de personajes que utiliza, por una parte, y por otra la autenticidad del sentimiento que maneja, justifican esta aparente regresión. Porque si es cierto que el hombre se inflexiona para dominar la naturaleza, es también cierto que él es naturaleza, y dentro de ella, muchas veces, un fragmento débil. Marta Jara ha recorrido próximamente ese rasgo del hombre.
Tres meses después este texto fue reproducido en El Mercurio, el día 23 de junio. La versión aparecida en Marcha incluyó en su encabezado la referencia bibliográfica del texto (Marta Jara: Surazo. Santiago: Sociedad de Escritores de Chile, 1962, 100 ps.). Por este volumen de relatos, a Marta Jara le fueron otorgados los Premios Alerce, en 1961, y Municipal de Literatura, en 1963.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Marta Jara: "Surazo"
Por Ángel Rama
En MARCHA, N° 1149, 22 de marzo de 1963
En: La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena
Editor Hugo Herrera Pardo.
(Mímesis, 2018)