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“Hambres” de María Jesús Camus (un libro de poemas inquietantes)
Por Lorenzo Peirano
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Como una formación de tropas en Testudo, la camarilla literaria se mueve con sus nombres e intenciones. La crítica, por su parte, es incapaz de descubrir o ignora a poetas relevantes (basta con nombrar a Rolando Cárdenas). Son faltas graves e insufribles. En la siguiente esquina, algunos Rimbauds[1] (que ya pasaron los treinta) insisten en adoptar una postura absolutisa, porque sólo ellos –suponen- dieron en el clavo. Todos organizados y portando el santo y seña. Pululamos en una atmósfera de prueba; el terreno es frágil y la presunción evidente. Cada uno con su dios; y esta historia ya se ha vuelto larga e intimidante. Sin embargo, y a distancia, determinadas voces emergen ajenas a toda impostura: voces solitarias, acaso escribiendo para el futuro; acaso –así se dan las cosas- escribiendo para secretos lectores.
María Jesús
“Mis crueldades,/mis brutalidades,/no son otra cosa que mi delicadeza en su más basta fosforescencia”, escribe María Jesús Camus, quien es, en rigor, una actriz que ha publicado un libro de poemas inquietantes: palabras que oscurecen e iluminan, versos rotundos que traen consigo algo que se había perdido y, a la vez, el pulso nuevo de la autora. Mucho del arte dramático, se deduce, ha depositado en ella un sentimiento seguro, un planteamiento con el que alguien podría estar o no de acuerdo; pero que, de ningún modo, podría tildar de “no verdadero” : “No soy más que mis hambres./La voracidad de mi espíritu exige a los elementos el reflejo de sí mismo:/Me hermano con la creación./Mi avaricia no pretende más que conmoverse en el otro”, continúa la autora, con un verso definido y rico en esencia. María Jesús Camus, ahora de 24 años, con inusitada madurez, nos entrega en su primer libro de poemas, titulado Hambres, la posibilidad, desde lo profundo, de volvernos hacia nosotros mismos. Su poesía se diferencia de lo casi todo lo que hoy se escribe. La involución o el remedo somnoliento nada tienen que ver con estos versos fuertes y desnudos. Concluye el primer poema que citamos: “y soy cruel/porque deseo esa conmoción./ Exijo del mundo/esa extrema ternura que es posterior a la perversidad./(Hago doler, para abrazar.)”
María Jesús Camus, desde una raíz baudelariana (aquella de “¡Soy la herida y el cuchillo!/¡Soy la bofetada y la mejilla!”), expresa: “Estoy a punto de blasfemar/cuando una mano, que es mi mano/abofetea mi rostro con la furia que le imprime la sujeción./Estoy anclada a la verdad/prendida a ella por una fuerza tan magnífica e innegable/que me revienta el pecho con el peso de todas las violencias./ La verdad es una cosa demasiado grande, pienso./Tantas son las penas que se me anidan en el llanto/que podría ablandar el rigor de cualquiera,/pero la verdad/ es una cosa frente a la cual únicamente se aprietan los dientes/y se agacha el semblante empapado”. La verdad es la pregunta y el empuje; la verdad se halla en toda la potencia de Hambres y en todos elementos que conforman sus páginas. La autora interroga: “¿Forman de alguna manera, mis abominaciones, parte de la realidad?”. Más adelante, interroga de nuevo: “¿Existe alguna trampa?/Se los ruego./¿Existe alguna trampa para engañar a la verdad?” (del poema IV, titulado, entre paréntesis, “A propósito de mis faltas”).
Las páginas de Hambres nos hacen avanzar por sobre puentes seguros; puentes que nos permiten observar el torrente. Quien escribe está consciente de su oficio (como pedía Baudelaire); de esta manera, en un lúcido poema se nos dice: “En el fragmento/del fragmento/ del lenguaje/ (y un poco más abajo)/ estoy yo,/ o algo de mí./ O mi definición de mí/ haciéndome forma/una/y otra/ y otra vez./ Yo desmenuzo entonces/(como haciendo fiesta)/cada uno de mis discursos/ a ver si en algún corpúsculo de lenguaje/ me encuentro al fin/de carne y hueso.”
El yo de Hambres es un yo singularmente femenino: la fuerza de estos poemas, sus amorosas esperas: “Te fue tierra fácil, mi amor/ Ojalá vuelvas como un perdido/para mirarte en el tiempo de la lluvia.” María Jesús Camus indaga en zonas extremas, y, en consecuencia, “la poesía es como ese momento antes del desmayo/ donde lo único que existe/es la lucha.” ¿Cuáles -se pregunta entonces el lector- han sido sus experiencias? Una brisa repentina nos recalca que la poeta -nuestra poeta- difiere de aquellos “corazones jóvenes que no gustan de entristecerse” [2]. La autora de Hambres lleva consigo antiguas reminiscencias, intuiciones que remecen por la factura de su realización: “Siémbrame en la lava y cántame una canción dulce,/ tómame las lenguas y clávalas en palabras nobles,/engéndrame lagartos y párelos por mí,/extírpame los nombres, extírpame la raza,/ asesina a mis padres y entiérralos junto a mí.”
Hambres pone al día muchos asuntos de nuestra poesía. Es un libro al que se vuelve. ¿Habrá que decir que la autora pertenece a esa extraña categoría de “poetas jóvenes”? Resulta innecesario, porque ella se encuentra bastante más allá. ¿Hay silencio en torno a sus palabras? Pues no importa; es un silencio inútil.
Machalí, invierno de 2014.
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NOTAS
[1] “Desafío al Rimbaud de turno a que escriba como Arthur Rimbaud…” Andrés Morales. El "Caleuche", a la deriva, en los mares de Chile. Letras.s5.
[2]. Eurípides. Medea.