En poco más de una década, la escritora María José Ferrada se ha vuelto una referencia ineludible en el ámbito de la nueva literatura latinoamericana para niños. Con casi cuarenta libros publicados, ya sea en verso o en prosa, ha renovado los anaqueles de los lectores más chicos con una propuesta literaria muy ecléctica, que recorre un abanico que va desde los asuntos más locales de la memoria histórica reciente hasta las más delicadas y remotas estéticas del lejano Oriente. Hace unos años, sin embargo, con la publicación de su novela Kramp, a su trayecto le creció un ramal hacia lectores adultos, tendiendo así un puente entre la penetrante inocencia de la mirada infantil y las vicisitudes de la gente que al entrar en la edad provecta hace lo que mejor o peor puede con su existencia.
Ahora la celebrada autora temuquense ha vuelto sobre esos pasos por partida doble. Hace unos meses, bajo el sello de Editorial Usach, publicó Había luz o algo parecido a la luz, su primer libro de poesía pensado más bien en lectores adultos. Y a eso se suma en estos días la aparición de su novela El hombre del cartel, que acaba de llegar a las librerías publicada por Alquimia Ediciones.
Tal como en Kramp, en este nuevo relato es un niño quien lleva la voz cantante del narrador, pero los protagonistas son otros. El niño, llamado Miguel, cuenta la peculiar historia de su tío Ramón, un hombre de mediana edad que un día consigue trabajo
como cuidador de un letrero luminoso de Coca-Cola, sin siquiera imaginarse que esa labor no sólo cambiará para siempre su destino sobre el mundo, sino que también se volverá el centro de una serie de problemas sociales y el meollo de una metáfora acerca de los tóxicos claroscuros que fermentan en las relaciones humanas sometidas a tensiones políticas y económicas.
Cuidar un letrero puede ser un trabajo como cualquier otro por el estilo —invisible, rutinario, mal pagado—, pero Ramón lo acomete de una manera personal: se va, literalmente, a vivir
junto al cartel. En medio de sus estructuras eléctricas y metálicas, arma una destartalada casucha, una mesa, una cama, una cocina, y a un lado empieza a levantar un cerro de latas de cerveza que va atestiguando silenciosamente su alcoholismo y, también, su renuncia al mundo. Mientras tanto su pareja, Paulina, reponedora de un supermercado, y su sobrino Miguel, el narrador, alternan sus visitas al ermitaño del letrero con sus vidas precarias en la población de enfrente y los conflictos que no tardan en llegar.
La novela de María José Ferrada se interna así en la problemática convivencia de los vecinos, los que entre pelambres y habladurías de pronto ven al guardián del cartel como uno de sus máximos peligros, todo aliñado con la aparición de "los sin casa": gente que empieza a armar un campamento en los alrededores y que es vista como si fuera una invasión alienígena. En la lógica del sálvese quien pueda, como una alegoría de la realidad nacional, pobres de primera y de segunda y de tercera categoría se disputan un teatro de clasismo que inevitablemente termina en batalla campal, mientras la figura del guardián del cartel sigue su camino hacia el silencio.
Salida por cables y flores
A los cargados tintes de realismo de su novela, María Jose Ferrada opone en su más reciente libro de poemas una plácida mirada contemplativa de la naturaleza, en la que sin embargo se asoman sutilmente los tejemanejes políticos o sociales. Luego de varias obras que recogen ecos de la sensibilidad estética japonesa, acá ese toque aterriza en la historia reciente. Dice, por ejemplo: "La aldea se desdibuja. / De cada borde se desprende un fantasma, una tela / que nos cubre. // Buscamos salidas a través de los cables y las flores / un hilo al que atarnos / una trama // Pero el bosque, la aldea, esta historia / se desdibuja. // También nosotros".
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María José Ferrada publica su libro "El hombre del cartel"
Crisis social queda al descubierto por un letrero cuidado día y noche
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 31 de mayo de 2021
Oriente. Hace unos años, sin embargo, con la publicación de su novela Kramp, a su trayecto le creció un ramal hacia lectores adultos, tendiendo así un puente entre la penetrante inocencia de la mirada infantil y las vicisitudes de la gente que al entrar en la edad provecta hace lo que mejor o peor puede con su existencia. 
