Nada hay más efímero que el pensamiento de un niño. Tal vez tenga que ver con lo poco que a él mismo le importa preservar su historia. Para eso habría que saber escribir y comprender palabras tan complicadas como autoconciencia o posteridad. Mucho más interesante es hablar con el amigo imaginario que acaba de entrar por la ventana. Seguro que para volar tan bien corno lo hace —lleva una hélice en la espalda— habrá tomado el modelo de Karlsson, uno de los personajes imaginarios más tiernos y maleducados de la literatura infantil, protagonista de la novela de Astrid Lindgren Karlsson en el tejado.
"Guapo, inteligente, perfectamente regordete y en la flor de la vida": así se describe este ser imaginario a si mismo. Y Lillebror, el niño que vive en un edificio de Estocolmo —y que, además de haberlo creado, lo adora—, piensa que tiene toda la razón de este mundo y de la galaxia entera. Karlsson, me dijo un amigo alguna vez, es el alma del niño, Las conversaciones entre
ambos —asociaciones, intuiciones, conexiones entre una cosa y la otra— se deshacen en el aire. Más que de un problema, cabria hablar de naturaleza.
Así, la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado me encuentra pensando en la frágil memoria que tenemos de los niños. Específicamente, de los treinta y cuatro niños menores de catorce años que en los informes elaborados por el Estado aparecen en calidad de ejecutados o continúan desaparecidos. No hay un memorial para ellos, donde dejar una flor, un botón, una ramita o lo que sea que otros niños, como ellos, consideren un homenaje.
No parece extraño que los niños prefieran hablar con sus amigos imaginarios. Y quién sabe si a su manera estén haciendo el memorial que los adultos no hemos hecho. Memoriales imaginarios: un trompo que gira en medio del desierto de Atacama; un caballito secreto, hecho de hojas, que se balancea en medio del bosque valdiviano; un columpio que cuelga de una de las nubes que a esta hora cruza el cielo antártico. O simplemente burbujas —animales transparentes— que silenciosas salen de las ventanas de los edificios.
Por mi parte, quisiera dedicar los próximos días al silencio y a mirar por mi propia ventana. Quién sabe si Karlsson, distraído como es, piensa que soy un niño y baja para hacerme compañía. Tal vez él pueda tener explicación para cosas que, aunque pasen los años —cincuenta años este 11 de septiembre—, esta columnista, adulta como es, no logra comprender: treinta y cuatro niños, según los informes de la Comisión Rettig y de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. Niños que continúan sin tener un lugar donde ser recordados. Un memorial al que otros niños, como ellos, puedan ir a dejar una flor, un botón, una ramita. Y es que Karlsson dice que las pequeñas lágrimas no hacen mal, sino todo lo contrario, porque si se juntan es posible hacer con ellas lagos, cascadas, un mar profundo.
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Por Maria José Ferrada
Publicado en Las Últimas Noticias, 13 de septiembre de 2023