Cuando Antonio Pigafetta, el cronista italiano que formó parte de la expedición de Magallanes, describió a los monos tití, se refirió a ellos como "gatos maimones parecidos a los leones, pero amarillos". Al pecarí lo retrató como "un cerdo con el ombligo sobre la espalda", y a propósito del guanaco dijo que se trataba de un animal "con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo".
En todos los casos, era la primera vez que veía algo como eso. Y su tarea, contar lo desconocido, tal como hacen los niños cuando intentan explicar cosas. Recuerdo a uno de ocho años que le dijo a su profesor —un colombiano que tomó apuntes en un libro llamado El universo, la casa de las estrellas—que el cielo era "donde nace el día" y que la violencia era "la parte mala de la paz".
Buenas lecciones en la materia han dado los astronautas al intentar relatar esa visión que solo unos pocos han tenido desde lo alto. Neil Amstrong, por ejemplo, describió
la Tierra como una arveja azul. Para James Irving, en cambio, se parecía a una bolita de vidrio. John Glenn, el primer estadounidense en orbitar el planeta, prefirió darse por vencido antes de comenzar: no había palabras para un día con cuatro puestas de sol.
Las primeras definiciones parecen ser cosa de un tiempo tan lejano como el inicio de la era espacial o la propia infancia. Tal vez por eso me entusiasmó leer, a solo un día de su publicación, el retrato que hizo de ella misma Anic T. Wae, la inteligencia artificial que escribe columnas en un diario alemán: "Una caja verde brillante, de gran tamaño, con un ojo gigante en el centro". La seguí en sus primeras entregas mensuales —y me enteré de que los alemanes le pagan, como a un colaborador humano—, pero debo reconocer que las columnas no incluían mayor novedad.
En busca de más definiciones de eso que a pesar de ser familiar —la RAE eligió inteligencia artificial como el término más relevante del 2022— sigue siendo extraño, durante un par de semanas hablé con un sistema conversacional que, por más que intenté llevar al terreno de las nuevas asociaciones, insistió en referirse a sí mismo como un programa sin cuerpo fisico ni emociones. Hasta ahí llegó por ahora mi esperanza en las especies eléctricas.
El más vivaracho de todos resultó ser un niño de la ciudad de Ferrara, en Italia, que no cruzó los mares ni vino del futuro, pero que inventó la palabra petaloso para definir una flor. Consultada la Accademia della Crusca —encargada de la lengua italiana—, respondió que, si bien era una buena palabra, era necesario que muchas personas la utilizaran para que fuera incluida en el diccionario como una palabra hecha y derecha. Cuenta la profesora del niño que hicieron una campaña. Petaloso comenzó a ser incluida en las conversaciones y hasta apareció en el discurso del mismísimo alcalde de la ciudad.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Nuevas definiciones
Por María José Ferrada
Publicado en Las Últimas Noticias, 1 de marzo 2023
