Me imagino que los niños se estarán haciendo con más fuerza que nunca su pregunta preferida: "¿Por qué?". Y seguro que, como suele pasar, nadie responderá. Están acostumbrados: según la italiana Silvia Vecchini, autora del libro Un frescor en el centro del pecho, las madres de niños entre dos y cuatro años reciben cada día unas trescientas preguntas de parte de ellos. Lo interesante —o lo triste, depende de cómo se mire— es que en la mayoría de los casos los adultos responden sin dar una explicación. A los pequeños preguntones no les queda otra que inventar respuestas basadas en la propia experiencia: "¿Adónde se va el sol en la noche?". Ah, fijo que tiene que irse a dormir.
Este invierno no los ha tratado nada de bien. Resulta que ellos, que son los que mejor se comunican a través de gestos —sacando la lengua, por ejemplo—, deben volver al uso de la mascarilla. En las noticias dan razones que no comprenden,
posiblemente son atendibles, pero eso no quiere decir que su frustración no sea del porte de la Cordillera de los Andes.
Se adaptarán al escenario como lo han hecho siempre. El cine de Louis Malle tiene escenas memorables sobre esa capacidad de sobrevivencia inversamente proporcional al tamaño del sujeto que la ejerce. La sirena, en Adiós a los niños, anuncia que otra vez caerán bombas sobre el internado. En lugar de ir al refugio, dos niños —un francés y un judío— se esconden en la sala de música. Una vez solos, tocan el piano y se ríen, hasta que las carcajadas logran tapar el sonido de la guerra. A los adultos de ese tiempo la idea les habrá parecido irresponsable y peligrosa. A los de hoy —ocupados en hacer categorías de la que se puede o no hacer y de lo que se puede o no decir— les parecerá, tal vez, incorrecta.
Sabe de eso —que desde el inicio del mundo los adultos somos absurdos— otra
heroína del cineasta francés, llamada Zazie. Basada en la novela de Raymond Queneau Zazie en el metro, la película cuenta la historia de una niña malhablada que visita Paris, por primera vez, con un objetivo en mente: escaparse para conocer el metro. La persecución que sigue, onírica y surrealista, que en algo recuerda a Tom y Jerry o al Correcaminos, tiene una inquietante semejanza con la realidad: en la ciudad, cada uno a su manera, se ha vuelto loco.
No, definitivamente no ha sido un buen invierno. Y sería saludable que los adultos pidiéramos las disculpas del caso. Pero eso nos cuesta todavía más que responder preguntas. Por suerte, pasada la pena, los niños que, tal como los protagonistas de las películas de Malle, no se dan por vencidos, vuelven a la carga: "¿Hace frío en la luna?", "¿Cuántos minutos tiene un mes?", "Si una persona camina todo el día y toda la noche, ¿llega a Argentina?", "¿Y qué hora es allá?"
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Por María José Ferrada
Publicado en Las Últimas Noticias, 21 de junio 2023