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Palabras justas

Por María José Ferrada
Publicado en Las Últimas Noticias, 11 de octubre 2023


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Nada mejor que una conversación, como la que escuché hace unos días entre dos niños, en una escuela del campo. A propósito de un ejercicio que consistía en mirar el paisaje a través de un tubito de cartón —al que para darnos importancia decidimos llamar "visor maravilloso"—, uno decía que lo que acababa de pasar por su campo visual era un gorrión y el otro alegaba que no, que esa cosa con plumas que acababa de cruzar el aire, aquí y en la Quebrada del Ají, era un chincol. Este último, a diferencia del gorrión, tiene un copete en la cabeza, explicaba. Una niña, con ganas de echarle leña al fuego, decidió complicar todavía más las cosas: "¿No seria un chercán?".

Nada más bonito que la especificidad en el lenguaje que permite el conocimiento del propio terreno; el cielo y sus habitantes, en este caso. Lo que para mí era un pájaro, para los niños era un gorrión, un chincol, un chercán.Y si miraban un rato más: un cachudito, un fio-fío, un churrín, una diuca, un pitío.

El lenguaje de los especialistas, que tanta sospecha genera, tiene la gracia definitiva de lo preciso. El cineasta japonés Akira Kurosawa, tomando como ejemplo a los pintores que, en lugar de pontificar sobre arte, hablan de pinceles, cuenta en su autobiografía que uno de sus momentos preferidos es cuando al final de un día de rodaje conversa con sus compañeros, no de cine, sino de planos, encuadres, tiempo y luz.

Dos que en su tiempo también se tomaron en serio la jerga propia de su oficio fueron los escritores Ryūnosuke Akutagawa y Jun'ichirō Tanizaki. En el año 1927 discutieron durante semanas en una revista sobre la naturaleza de la novela. Mientras Akutagawa resumía su opinión sobre el género en las siguientes palabras: hanashi rashi no nai hanashi ("historia en la que no hay una historia que parezca una historia"), Tanizaki defendía el kósei-teki bikan ("valor estético de la estructura"). Las palabras justas buscaban en este caso defender, por parte del primero, una prosa con espíritu poético que se sostenía en un "ritmo sonoro y visual", mientras que el segundo, porfiado como el niño que insistía en que el pájaro que había cruzado el cielo era un chincol —¡era cosa de haberle mirado las plumas de la cabeza!—, decía que no, que la novela era en esencia "estructura" y que si se excluía el "interés de la trama" se abandonaba la sustancia de "la forma llamada nove-la". Cuentan que los lectores japoneses, conocidos por su inclinación a lo concreto —también en el lenguaje— siguieron el intercambio con gran interés.

Una hora más tarde, los niños, sin llegar a ninguna conclusión, hicieron su poema —variaciones de la palabra pájaro—y pasaron a otra cosa. Porque en todas las escuelas del mundo el día pasa volando. Los gorriones, chincoles o chercanes, así como vienen, se alejan. Y solo en algo hay acuerdo: son ágiles, livianos.


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Por María José Ferrada
Publicado en Las Últimas Noticias, 11 de octubre 2023