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Los caminos de Sergio Chejfec

Por María José Navia
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 10 de abril de 2022




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En un momento de La experiencia dramática, novela de Sergio Chejfec publicada en 2018 por la editorial chilena Kindberg (que también ha publicado otros dos libros suyos: Mis dos mundos y 5), uno de los personajes reflexiona sobre los mapas. No cualquier mapa, sino los mapas con forma de cuaderno. Aquellos en los que, de cuando en cuando, se vuelve inevitable dar vuelta la página para así encontrar, un poco más adelante, la continuación de un territorio. Este momento entre mapa y mapa, esta pausa que separa la continuación de los caminos, es algo que deslumbra a Félix (que así se llama el personaje): ese "lugar sin referencias, medio inexistente".

En los libros de Chejfec, el silencio se cuela entre las palabras y la velocidad disminuye, dejando una pausa en la que es posible habitar. No hay apuro por llegar a ninguna parte, como si se tuviera todo el tiempo del mundo. Con esto no quiero decir que sus libros sean lentos, sino que en ellos la vida irrumpe e irradia, más allá de los acontecimientos o la anécdota. Porque quizás una forma de describir su obra sería decir que en esta la gente camina y se toma su tiempo. Se trata de libros (y digo libros porque no me atrevo a decir novelas, ni cuentos ni ensayos, en Chejfec cabe todo y todo intento de clasificación se deforma, se desarma) en los cuales los protagonistas deambulan por ciudades extranjeras o conocidas (que, aun en su familiaridad, a ratos desorientan o sorprenden), y en ese paseo se descubren: pensando, soñando, imaginando. No es casual y no es poco. En su primera obra, Lenta biografía, publicada en 1990, el narrador apunta, desde un paréntesis: "[¿Hay algo menos irreal que lo que nos imaginamos?]", para luego agregar, un poco más adelante: "Palabras, pensamientos que son palabras; no otra cosa es lo que nos imaginamos, y sin embargo no hay nada más real que eso".

 

 

La literatura de Sergio Chejfec deja que la imaginación, esa realidad, se cuele por todas las rendijas. Si volvemos a La experiencia dramática, por ejemplo, allí dos personajes, Félix y Rose, tienen un ritual de caminar por la ciudad conversando por horas, cada semana. Lo que se dicen no es mucho, pero nosotros no estamos allí solo para acompañar sus palabras. Mientras caminan, mientras atraviesan la ciudad y la ciudad los atraviesa a ellos, ambos van pensando en sus miedos, sus recuerdos, sus fantasías. Caminar por la ciudad siempre significa caminar con fantasmas (esos dos niveles de realidad tan reales). Quizás como un ejemplo de lo que teorizara en su momento Michel de Certeau: cada peatón va escribiendo su historia mientras camina, sus pasos se convierten en relatos, en actos de habla, sobre todo si el camino se transforma pronto en un divagar.

Y es que en la obra de Chejfec no acompañamos solo los paseos de sus personajes, sino que también los de su prosa. Entre cada oración hay pausas y bolsillos en los que se guardan posibilidades de otras vidas, cada intento de avanzar trae consigo un retroceso, un rodeo, un deseo también. Ese paseo deslumbra, ese paseo le hace una fiesta al lenguaje. Leer a Chejfec es acompañar al lenguaje en su transitar, es que la escritura permita la revisión, el tachado, la reescritura. Es mirar dos veces, es escribir muchas más. Como lo que sucede en su obra 5, en la que tenemos un texto que luego se revisa. De Cinco (escrito en letras) al cinco (5) como un número solitario, la literatura es siempre todo lo que puede ser, sin necesidad de enseñanza (o, como leemos en su Teoría del ascensor: "Como ocurre por lo general, la palabra 'enseñanza' alude a cosas diferentes que no ha sido intención de la lectura, y acaso tampoco del libro, considerar").

La muerte de Chejfec llega como la interrupción (brutal, dolorosa) a uno de esos caminos, el de la vida del autor, quien fue también profesor admiradísimo por sus alumnos y un lector ciertamente brillante. Queda el consuelo, quizás, de ese otro camino, el que llega junto a la pausa, ese "lugar sin referencias" como un salto de fe hacia una nueva página. El camino de la imaginación, el de todas esas historias que nos regaló, con inteligencia y enorme generosidad, el de esas palabras que no se van nunca y que forman una melodía especial como la de los amigos del padre en Lenta biografía que se juntan a hacer memoria, a conversar para así imaginar juntos el pasado. En Chejfec volvemos al lenguaje para recordar lo preciado y precioso que es y todas las formas que tenemos de habitarlo. Así, en Teoría del ascensor leemos: "El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia".

La obra de Sergio Chejfec, extraña, astuta y profundamente hermosa, nos revela espacios en los que perdernos e imaginar. Y, como dijera él mismo, "no hay nada más real que eso"





 



 

 

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Los caminos de Sergio Chejfec
Por María José Navia
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 10 de abril de 2022