Cerros, ríos, túneles, plazas, alamedas, puentes, árboles, caminos solitarios, casas viejas, discotecas rurales, son algunos de los escenarios donde transcurren los 18 cuentos de Piedra Grande, el último libro de cuentos de Marco López Aballay publicado por Ediciones Inubicalistas durante el 2019. Ciertamente hablamos de territorios reconocibles de la zona precordillerana del centro del país, que si bien cerca de grandes ciudades, como Santiago y Valparaíso, dejan clara su categoría de rurales, bucólicas, pero no exentas de las vicisitudes de los tiempos que corren.
En Piedra Grande, Marco, vuelve a desarrollar y afinar la fórmula inaugurada ya en “Cuentos grabados” e “Historias de Rock”, donde los relatos y sus personajes se desarrollan en la paradójica relación entre la calidad de isla de los pequeños pueblos agrícolas y mineros y el mundo globalizado e hiperconectado, características que no solo genera esa sensación de extrañeza en cada relato, sino que le permite al autor fluir con una libertad e imaginación que pocas veces se lo permiten los autores y autoras de las grandes urbes, donde básicamente no se da la dicotomía, o no al menos con este tipo de extrañeza, entre territorio, tipo psicológico ligado a la cierta ingenuidad campesina, contexto histórico, mitología campesina y tecnología.
Pero a pesar de lo anterior, Piedra Grande no solo es un remedo de pueblo chico reconocible, sino también una escenografía construida para establecer cierto tipo de dinámica al momento de narrar, que necesita más bien la difuminación de los horizontes, la libertad de tránsito en la explanada y los hitos naturales que acá también pueden leerse como un personaje más de estas ficciones; especialmente en lo relativo a esa especie de eterno retorno al lugar de origen que algunos personajes experimentan en micro migraciones circulares obligadas por los estudios superiores, trabajos, el desamor o el crimen.
Unos de los aspectos que destaca en esta entrega, es la preocupación del autor por develar ciertos rasgos de la psicología humana ligada a territorios de raigambre campesina, que aún en pleno siglo XXI, el resto de Chile (Santiago) los siguen catalogando casi exclusivamente como paisajes, habitados por seres rústicos de gran corazón y buenos cocineros, donde ir de vez en cuando a gastar sus 15 días de vacaciones de verano.
En este aspecto es preciso destacar algunas historias que dan cuenta de esto; como en el cuento “Robert Ryberg”, donde se relata la tristemente típica acusación por abuso sexual a un párroco. Acá Marco la convierte en una especie de teoría conspirativa en la que el personaje principal, un cura, le revela a uno de sus acólitos en forma solapada, por medio de la entrega de una especie de libro de instrucciones conectado a una página web, la existencia de una cofradía secreta que manipula la realidad a través de la contratación de sujetos-actores insertados en lugares estratégicos para generar situaciones límites y socialmente complejas.
También en este nivel se sitúan algunos cuentos, como “Pasión Motoquera”, “Vértices”, “Situación” y otras, donde, en estos casos, es la sexualidad reprimida, especialmente la no heterosexual, ejercida en pequeños pueblos, la que genera la inercia de las historias debido al escozor que aún generan, especialmente las relaciones homosexuales, en lugares donde la mayoría de los vecinos se conocen desde la cuna.
También Marco vuelve acá a trabajar elementos como la música pop y el rock, pero desde la escucha en medio de un cultura generada y adornada por el folclor y la ranchera, idea que de alguna manera quiere establecer cierto parámetro diferenciador ligado al manejo de la información en el mundo rural conectado, pero más bien idealizado por López en estos personajes melómanos ligados a la cultura rockera, siendo que es el reguetón, lamentablemente o no, el ritmo que más ha colonizado estos parajes, y que, con la grave sequía y saqueo del agua, la neo colonización rural etc., aportan no solo al cambio de uso y desertificación de las tierras, sino que lisa y llanamente afectan, creo, negativamente la rica cultura de sus habitantes.
Notable también es la capacidad de López para ficcionar, pero también para dejarse llevar por cierto delirio lírico en un límite poco reconocible de géneros literarios, muy ad hoc a las tintas que corren hoy día y dónde López nada como pez de tres ojos en un río apócrifo y contaminado. De esto dan cuenta los textos del segundo capítulo, especialmente en “Esferas de piedra grande”, “Vuelo”, “Mariposa”, historias que no son solo historias, sino un tránsito afiebrado y alucinado por todos los no-lugares ya explorados anteriormente por Marco, usando y reinventando materiales producidos exclusivamente por su rara imaginación y que generan esa sensación de extrañeza y la deriva generada por cierta locura, una especie de ingenuidad psicótica que ya a esta altura podríamos incluso darle denominación de origen, aquel pueblo de nombre difuso, hermosamente contrahecho, dónde los locos también son parte del paisaje*.
*Me refiero a la comuna de Putaendo, en la Provincia de San Felipe, Región de Valparaíso, donde habita el autor.