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"La vida de medio lado, un escritor marrano bajo la Inquisición"
Un libro de Mario Lanzarotti (Editorial Las tentaciones de Penélope, 2022).


Por Rony Núñez Mesquida y Alberto Moreno
Publicado en Le Monde diplomatique, Chile. 4 de enero de 2023



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Mario, tú saliste muy joven de Chile, tras el golpe de Estado, y te radicaste en Francia, por tanto, tu formación ha sido principalmente en el mundo europeo, ¿cuáles son tus influencias literarias, quienes son tus autores de cabecera?
—Yo creo que las influencias literarias, al menos en mi caso, son múltiples y variadas, y no fáciles de identificar porque no son siempre las que uno cree, y son a menudo las que uno no cree. Cuando salí de Chile a los veintidós años, mi bagaje de lecturas estaba bien cargado de autores latinoamericanos, todos los más conocidos; pero en cuanto al resto iba ligero de equipaje. Si tuviera que nombrar a alguien, sería a Mario Vargas Llosa. Sus primeras novelas me impresionaron, quizás porque sus personajes tenían más o menos la misma edad que yo cuando me tocó leerlas, pienso en la Ciudad y los perros, y también, en cierta medida, en Conversación en la catedral. Esos personajes compartían mis inquietudes, angustias y problemas. Además, en esa época me tocó viajar a Lima en varias ocasiones, y entonces tenía la impresión de estar viviendo una novela de Vargas Llosa. Su captación de la realidad de la juventud blanca limeña era tan fuerte que llegué a preguntarme si esos jóvenes eran como eran y se comportaban como se comportaban sólo por haber leído a Vargas Llosa... En todo caso mis deseos de escribir fueron estimulados por esas lecturas. Algo más: Vargas Llosa dio, por esos años, una entrevista en la televisión chilena (en un programa del canal siete que conducía Julio Lanzarotti, mi padre) donde explicó algo que entonces me pareció curioso, que su trabajo de escritor era a tiempo completo y sistemático, no una actividad dictada por el simple influjo de la inspiración. Eso lo retuve y, mucho más tarde, cuando tuve la posibilidad, fue mi propia consigna.

Si hubiera que nombrar a alguien más, sería a Jorge Luis Borges y sus cuentos, esas construcciones tan elaboradas, no siempre fáciles de acceso, cuyas resoluciones me provocaban un gran deleite. Lo mismo que su estilo tan peculiar, sus conglobaciones y sus metonimias, su ironía. Como muchos, no resistí a la tentación de imitarlo, en especial esa afición suya a imaginar libros imposibles, como en El jardín de jardines que bifurcan, o en Pierre Menard, autor del Quijote. Por cierto, mi intento fue un fracaso (afortunadamente secreto). Las imitaciones nunca fueron buenas. Paradójicamente, eso lo aprendí del mismo Borges, quien en uno de sus prólogos se muestra satisfecho de haber alcanzado una voz propia. Tardé en comprenderlo, pero me quedó dando vueltas...

Con la llegada a Europa mis horizontes literarios se ampliaron por vías muy diversas. Citaré a los grandes novelistas franceses del siglo XIX, Flaubert por ejemplo, su estilo, su ritmo y sus sonoridades, sus descripciones tan evocativas, su maravillosa Madame Bovary. Por suerte nunca quise imitarlo, pero su gusto por las frases bien logradas sin duda me marcó. De Balzac, me impresionó su esfuerzo por describir transversalmente la sociedad, mostrando todas sus capas en interacción, de la más alta a la más baja, y sin remilgos. En él se reconoce al Vargas Llosa de Conversación en la catedral, quién no por casualidad puso estas palabras de Balzac como epígrafe: hay que haber escarbado toda la realidad social para ser un novelista auténtico.

La literatura germánica de fines del siglo XIX y comienzos del XX también es importante para mí. Pienso en Stefan Zweig, Jacob Wasserman, Thomas Mann, Arthur Schnitzler o Franz Kafka. La lista es larga, pero creo que Herman Hesse merece una mención especial. Nadie puede ser insensible a sus novelas de iniciación, a su Juego de los abalorios, por ejemplo, que es, además, una obra que anticipa la crisis de la sociedad mediática, e imagina una solución (literaria, por cierto). Obra monumental que tardó más de una década en ser escrita; su autor la describió como resistencia de la inteligencia frente a la barbarie.

Dejé a Cervantes y a Don Quijote para el final. Para mí esos dos hacen uno. El Quijote es ante todo una obra conmovedora, traslación metafórica de la vida dramática de Cervantes, quién a pesar de sus méritos, no fue reconocido en su época por las élites de España. Por el contrario, parece haber sido discriminado, atacado por sus pares e injustamente encarcelado en dos ocasiones. ¿Por qué? Probablemente por haber tenido la sangre manchada, es decir un origen judeoconverso, como lo han sostenido importantes filólogos. Esto nos remite a La vida de medio lado, que gira en torno a esa problemática y donde Cervantes aparece como uno de sus personajes.

Como se ve, en materia de novelas, mis gustos son bastante clásicos. Aprecio las obras de buena factura, trabajadas en profundidad con un esfuerzo contundente de preparación, esas que demoran años en ser elaboradas, y cuyos autores distan de buscar una notoriedad rápida. Estamos en las antípodas de lo que valoran las sociedades mediáticas de hoy.

—Para introducir al público lector en el universo de los temas y personajes de  La vida de medio lado: ¿quién fue Antonio Enríquez Gómez, ¿cuál fue su mundo y, sobre todo, por qué es importante en la novela?
— Antonio Enríquez Gómez fue un poeta-dramaturgo español y marrano de la primera mitad del siglo XVII. Un personaje fascinante a la vez por su obra y por su vida, que fue propiamente novelesca. En él me inspiré para crear al protagonista de la novela.

El marranismo era la condición de los judíos que fueron obligados a convertirse al cristianismo, pero que, con grandes riesgos, siguieron practicando secretamente su religión. Unos pequeños gestos rituales totalmente inofensivos podían costarles la vida, como usar aceite de oliva en lugar de tocino para cocinar, no comer cerdo o ponerse ropa limpia los sábados. Enríquez Gómez fue uno de ellos, pero además se distinguió por su actitud desafiante frente a la Inquisición y a la monarquía española. Pasó buena parte de su vida huyendo o en el exilio. Con su pluma combatió al racismo y a la Inquisición e imaginó una sociedad laica, aun cuando el uso de esta expresión sea un tanto anacrónico. Pero él estaba muy avanzado para su época, era un anacronismo en sí. Yo lo interpreté como un hombre apasionado, y apasionado sobre todo por la escritura, a la cual sacrificó muchas cosas, quizás la vida. Lo dice una frase suya que puse como epígrafe de la novela: “Por ser dolor incurable la enfermedad de las letras”.

Lo paradójico es que, de alguna manera, sus combates continuaron hasta después de su muerte. Transcurrieron más de tres siglos antes de que se le reconociera la autoría de la totalidad de su obra, y su real calidad. Mucho tiempo sin que se le acordara el rango que merecía (esto es un interesante mensaje de paciencia a los escritores de hoy… ). La razón es que durante la segunda parte de su carrera Enríquez Gómez escribió bajo un seudónimo, y más que un pseudónimo tuvo en realidad una falsa identidad. Entonces, historiadores y filólogos creyeron que él y su doble eran personas diferentes. Más aún: algunos pensaban que el doble era mejor escritor que el original… Ya sabemos que los expertos suelen caerse… Pero quizás hubo razones ideológicas detrás de esto, ya que los temas abordados por “ambos” autores no eran los mismos.

Este enredo terminó por aclararse gracias a un historiador y filólogo francés, I. S. Revah, quien encontró en algún recinto oscuro y polvoriento del arzobispado de Cuenca unos archivos olvidados de la Inquisición española (parecieran rondar aquí Guillaume de Baskerville y Umberto Eco... aunque nada es fictivo). Revah logró restablecer la unicidad del autor con su doble, así como su pertenencia a un linaje de larga tradición marrana que la Inquisición consiguió desbaratar recién hacia fines del siglo XVI, con su concierto de detenciones y de condenados al bracero, entre ellos un abuelo de Enríquez Gómez. Sin embargo, el asunto se complicó. Revah, apurado por establecer la verdad, escribió rápidamente un breve artículo, pero sin mostrar la documentación. Anunció, claro, un futuro libro con todas las de la ley. Ese libro nunca llegó, falleció antes de poder escribirlo. Dejó sí la documentación y notas de cursos donde había abordado el tema en detalle. Fue sólo hacia comienzos del siglo presente que otro filólogo retomó ese material y editó el libro prometido por Revah, como obra póstuma. Esta obra fue mi principal fuente histórica, allí pude consultar numerosos documentos originales de la Inquisición. Es algo que quería subrayar, al César lo que es del César y a Revah lo que es de Revah.

— La obra gira en torno a la persecución de los judíos, los conversos y el marranismo, en la España del siglo XVII, allí ocurren los infames  autos de fe,  ¿qué es esto, a qué nos enfrentamos?
—El auto de fe era una especie de misa multitudinaria, a cielo abierto, donde comulgaban los diferentes estamentos veterocristianos de la sociedad española, desde los más bajos a los más altos. Una situación, digamos, típicamente Balzaciana, un corte vertical a través de la sociedad. Asistían la realeza y los grandes de España, así como autoridades religiosas, magistrados, villanos y pícaros. Allí se leían públicamente las condenas de los herejes cuyos procesos ya habían sido instruidos por los jueces inquisidores, según procedimientos aberrantes respecto de los estándares de la justicia actual. Y de allí salía también la procesión que conducía al quemadero a los condenados a las llamas. Estos eventos ocurrían en ciudades como Sevilla, Toledo, Madrid, Cuenca o Valladolid; eran verdaderas puestas en escena, unas dramaturgias muy estudiadas, con procesiones, pregones y juramentos masivos, que se desarrollaban en enormes escenarios trazados por arquitectos, con un alto costo en entramados y graderías. Se trataba por parte de la corona y de la Iglesia de mostrar su poderío y de asentarlo enardeciendo el fervor popular. La sociedad española estuvo atravesada por fuertes tensiones entre su mayoría “cristiana vieja” y una minoría de “cristianos nuevos” o conversos. Poco importaba en el fondo que los conversos fueran o no sinceros, lo que molestaba a la mayoría era el origen judío de los judeoconversos. Según algunos historiadores, un mismo odio forjado en la envidia social y económica existió en contra de los judíos y en contra de los cristianos judeoconversos, aun cuando estos últimos estuvieran restringidos por los estatutos de la sangre limpia, que prohibían ciertas actividades a los cristianos descendientes de judíos. Por ello se piensa también que el conflicto tenía una base racista. Pero yo no soy historiador… Hay autos de fe en mi obra, y varios, porque entroncan con la vida, a veces la muerte, de mis personajes; lo que se desarrolla en ellos es parte de la trama. No es que la novela se detenga para abrir un paréntesis histórico, por el contrario, se trata de momentos muy dramáticos de la narración. Quedan al descubrimiento de los lectores.

— El protagonista de la obra es un poeta, Alonso de Mora, quien también escribe numerosas y notables comedias. Una de ellas es la que discurre en  Tres hombres y tres mesas. Tres historias, y cada una comienza con la frase: "Cuando comprendí, supe". ¿Quién nos habla allí y qué nos dice?
— Como te explicaba, me basé en Antonio Enríquez Gómez para crear al protagonista de la obra. Le cambié el nombre porque, si bien respeté los grandes lineamientos de su vida, su condición marrana en particular, y recurrí a menudo a sus escritos, también agregué elementos ficcionales. Entre ellos, el esbozo de comedia al que haces alusión y varios otros textos, pequeños relatos intercalados, un poco como las interpolaciones de Cervantes en el Quijote, guardando por cierto las debidas proporciones. Estos relatos de Alonso de Mora componen su jardín secreto, no los escribe para el público y rara vez los muestra. Son episodios alegóricos que trasponen sus problemas existenciales; es él quien habla, pero en realidad plantea situaciones que todos podemos encontrar. En el caso preciso de Tres hombres y tres mesas, se trata de personajes solitarios que no se conocen y que se encuentran por azar una noche en un bodegón madrileño, donde hablan de mesa a mesa. Cada uno cuenta a los otros dos la reacción que tuvo al verse frente a una encrucijada determinante de su vida, enfrentado a “un tridente con más de tres dientes”, debiendo, obligatoriamente, elegir uno de ellos. Esa frase inicial puede completarse así: cuando comprendí la disyuntiva ante la que me encontraba, supe lo que tenía que hacer… Para uno fue aislarse e inventarse cuentos, tantos, que al final necesariamente uno de ellos daría con la verdad; para otro fue buscar en la vida lo que comprendió que le faltaba; para el último fue olvidar. Una soledad imaginativa, la búsqueda y el olvido. Son las tres opciones que propone aquí Alonso de Mora, pero él era de los que buscaban; el aislamiento y el olvido, son tentaciones, pero también callejones sin salida. Más tarde propondrá una cuarta posibilidad.

— "Es menester nacer de nuevo, libres del abismo que nos siguió al mundo la primera vez. Eso pido yo, volver a nacer". Esta frase está hacia el final de tu novela, y nos gustaría que te explayes sobre esta idea.
— Justamente, esa frase también es de un cuento interpolado. La pronuncia un joven bastardo, rico y ocioso, que se pasa la vida quejándose. La queja es aquella cuarta posibilidad que acabo de evocar. Consiste en culpar a los demás de los problemas que nos afligen, sin buscar por sí mismo las soluciones. Es la deshonestidad en el sentido Sartreano. Bastardo, y repudiado por eso, este joven sólo aspira a volver a nacer, y a nacer de buena cuna. Cuando se encuentra con un viejo escritor sentado a la vera de un polvoriento camino (es así como Alonso de Mora se ve al sentirse envejecer), éste le explica que su deseo es inconducente, porque nadie le puede garantizar que la segunda vez nacería libre de toda mancha. Voy a citar algo que le dice: “Puedes volver a nacer bastardo, pero más bastardo, no en un castel sino en la Mancebía de Sevilla, rodeado de chulos y busconas, de vulgaridad, abyección, ignorancia.” La actitud adecuada es buscar cómo navegar airoso en la vida. No se trata de volver a nacer, sino de saber construirse. A ese relato suyo, Alonso de Mora lo llama “Alegato por no volver a nacer”, es la moral de esta historia intercalada, pero también, quizás, de la novela en su conjunto. Podría haber sido su título.

 

 

 

Rony Núñez Mesquida, escritor y columnista de Le Monde Diplomatique Chile y Alberto Moreno, poeta, editor Revista Simpson 7
de la Sociedad de Escritores de Chile.


 

 

 



 

 

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