Miguel Lawner. Two years in Chilean concentration camps. Dos años en los campos de concentración de Chile. ¡Venceremos! Toronto. Ediciones Belisario Enríquez, 1977, 61 pp. Por Soledad Bianchi Lasso Publicado en Araucaria de Chile N°2, 1978
Alrededor de 60 dibujos, realizados en los campos de concentración y salvados de la censura, muestran lo que otros prisioneros nos han hecho imaginar usando la palabra: El conocimiento de diferentes prisiones donde el autor permaneció desde el 11 de septiembre, permitiendo al lector visualizar las condiciones físicas y humanas vividas por miles de chilenos desde el golpe fascista.
Los apuntes testimonian la torpeza y crueldad de los carceleros al mostrar el tipo de trabajos forzados que debían realizar los prisioneros, los diferentes castigos y torturas que les eran practicados y las formas de amedrentamiento utilizadas con el fin de quebrar y hacer cada vez más difícil su vida. La defensa de los campos, absolutamente desproporcionada en relación con el número de recluidos indefensos, revela el temor de los guardias que se saben usurpadores del poder y practicando una «guerra invasora» contra sus propios compatriotas.
Destaca y contrasta con la conducta de los militares la fuerza vital, el ansia de vida, la entereza, organización y solidaridad de los prisioneros. El estudio, la lectura, las charlas, el festival de la canción, la presentación de obras de teatro, la celebración de festividades del movimiento popular, la artesanía, son formas de resistencia que demuestran la capacidad de acción e imaginación de los detenidos que obliga a los militares a autorizar dichos actos. El dibujo de la «barraca» donde le tocó vivir al autor en Dawson muestra este espíritu: Cada lugar era condicionado de la mejor manera posible, demostrando así que nada los reduciría en las condiciones físicamente míseras en que se encontraban; cada piedra, cada pedazo de madera, cada moneda era utilizado para restarle hostilidad al ambiente, trabajando y creando así su propio espacio y actividades.
Miguel Lawner, arquitecto, director de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante el Gobierno Popular, disminuye voluntariamente su presencia para dejar aparecer a sus compañeros y el entorno físico que les tocó vivir. Además, no se limita sólo al testimonio personal, utiliza también sus condiciones de dibujante para dar a conocer al mundo lo que significa el fascismo: En «Villa Grimaldi» aprovecha descripciones de torturados que vivieron recluidos en ese lugar en manos de la Dina para mostrar las diferentes torturas a que fueron sometidos. El horror y la repulsión ante la represión se unen a la incomprensión frente al odio desatado por los torturadores (varios de ellos aparecen en dibujos probablemente obtenidos a partir de retratos hablados).
Como todos los testimonios sobre la situación chilena, este libro cumple con hacer revivir la presencia sangrienta del fascismo en el país e impide que olvidemos la violencia desatada contra el pueblo. Represión que todavía perdura y se concreta dramáticamente en la desaparición de más de dos mil chilenos. La lucha por su pronta aparición es nuestro más inmediato y urgente deber.
El combate contra la dictadura continúa en el merecido recuerdo que los exiliados en Canadá le dedican a Belisario Enríquez, chileno fallecido en ese país, poniendo su nombre a estas ediciones que publicarán, para el público canadiense, distintos puntos de vista sobre lo que ha significado el fascismo en Chile.
MIGUEL LAWNER S., arquitecto, 47 años de edad, casado con ANAMARIA BARRENECHEA, también arquitecto. El matrimonio tiene dos hijos: Andrés, de 19 años y Alicia de 14 años. Lawner ejerció la docencia muchos años como Profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile. Junto con su esposa y otros colegas, formó una de las más prestigiosas oficinas privadas de arquitectura en Chile, distinguida con numerosos premios en diversos Concursos Públicos de Arquitectura o Urbanismo. Es uno de los fundadores de la Revista de Arquitectura AUCA y contribuyó con su esfuerzo al prestigio internacional que goza esta publicación con diez años de existencia. El Presidente Allende designó al matrimonio en altos cargos de la Administración Pública, que sirvieron eficientemente y con lealtad durante los tres años de su gobierno. Anamaría, como presidente del SINAP (Sistema Nacional de Ahorros y Préstamos) y Lawner como director de CORMU (Corporación de Mejoramiento Urbano). Ambas instituciones destacaron durante el Gobierno Popular por su prolífica acción en el campo habitacional. CORMU desarrolló vastos programas de remodelación en zonas urbanas deterioradas a lo largo del pais. Asimismo, cumplió el record de construir en sólo 10 meses el Edificio UNCTAD, destinado más tarde a Palacio de la Cultura y que la Junta ha desnaturalizado artillándolo y transformándolo en Sede de Gobierno. Otra labor relevante de CORMU fué la rápida rehabilitación del Parque O'Higgins, principal área verde de Santiago. El dia 11 de Septiembre de 1973, Lawner permaneció en su lugar de trabajo donde fué detenido y golpeado bárbaramente junto con otros cuarenta funcionarios. Desde ese momento se inició un calvario de casi dos años recorriendo diferentes campos de concentración: El Estadio Chile, La Isla Dawson, El Subterráneo de la Academia de Guerra de la FACH (Fuerza Aérea de Chile), Ritoque y Tres Álamos. La sostenida protesta internacional por su prolongada detención sin habérsele formulado jamás cargo alguno en su contra culminó con los acuerdos del último Congreso Mundial de Arquitectos celebrado en Madrid en Mayo de 1975, y en el cual se aprobaron enérgicas resoluciones en favor de su libertad. Finalmente, la Junta ordenó su expulsión del pais el 17 de Junio 1975, siendo conducido severamente custodiado hasta la misma escalerilla del avión que lo trajo a Dinamarca, país que le ha otorgado asilo político junto con su familia. También Anamaria debió sufrir las arbitrariedades de persecuciones sin fundamento en su contra siendo detenida en una de las desconocidas casas de tortura en Septiembre de 1974. Con anterioridad a su cautiverio Lawner no se había dedicado jamás al dibujo humano ni al paisaje. Sólo practicaba el dibujo técnico propio de un arquitecto. En los campos de concentración se dedicó con pasión a esta actividad, dibujando en cuanta hoja suelta caía en su poder y con cualquier lápiz disponible. También hizo populares los saludos que enviaba a los familiares de sus compañeros de prisión con motivo de los aniversarios de matrimonio o con ocasión de los cumpleaños. Estos saludos ilustrados son una expresión de la estrecha fraternidad que reinaba entre todos los detenidos y contribuyeron a mantener la fe entre los familiares que debían lamentar la ausencia forzosa del ser querido. En este libro se han reunido alrededor de 60 apuntes, pero dispersos en todos los paises donde ha llegado el exilio chileno deben existir alrededor de otros 200 dibujos. Por otra parte la DINA, siniestra Gestapo chilena, retuvo varios de los dibujos más representativos del ambiente natural existente en Dawson. Actualmente Lawner ha re-hecho algunos de ellos y prosigue esta faena de cronista.
Autoretrato
Retratos en Isla Dawson: cuando la función creó el órgano
Por Miguel Lawner Publicado en CIPER, 31 de enero 2019
Cuando ingresé a la Escuela de Arquitectura en 1946, reinaba el funcionalismo, concepto fundamental del movimiento moderno en arquitectura y las artes decorativas, fundado en el principio de que la forma es determinada por la función.
Ya a comienzos del siglo XX, el arquitecto estadounidense Louis Sullivan, autor del primer rascacielos levantado en Chicago, había hecho célebre la frase: “La forma sigue a la función”, afirmando que la arquitectura debía despojarse de toda decoración para ser simple y funcional.
Nuestro profesor de Taller en 1° y 2° año, el arquitecto húngaro Tibor Weiner, nos transfirió las experiencias recogidas a su paso por la mítica Bauhaus, impulsando ejercicios sobre las funciones humanas y su correspondiente respuesta espacial. Además, incorporamos la antropometría para el proyecto del mobiliario adecuado para las medidas promedio de un ser humano y dibujamos múltiples esquemas de relaciones funcionales, tal como se generan en la vida cotidiana de un hogar.
Estos principios fueron sostenidos también, por otro de nuestros maestros en el primer año de la escuela: el doctor José García Tello, quien impartía un curso llamado Bio-arquitectura. Sus clases eran apasionantes. Nos enseñó cómo nacen, cómo se desarrollan y cómo mueren el hombre y las ciudades. Cómo funciona la circulación sanguínea, así como la circulación urbana y rural. Nos explicó las formas de un pez o de un pájaro, funcionales al entorno donde viven. Nos hizo observar un caracol para descubrir las proporciones y la belleza de su forma, o advertir la lógica disposición de las venas en las hojas de un árbol, y conocer las causas por las cuales cambian de color, según las estaciones del año.
En definitiva, nos educó en el conocimiento y la relación del hombre con su medio ambiente, cuarenta años antes que se inventara la expresión ecología.
Sí. El concepto “la función crea el órgano”, quedó inconscientemente incorporado para siempre en la forma de enfrentar nuestro ejercicio profesional.
Ustedes se preguntarán: ¿a qué diablos viene todo esto?
Ocurre que la semana pasada, tuve un encuentro con una representante del Museo de Arte Moderno de Chicago, entidad interesada en exhibir la colección de los dibujos que realicé durante mi cautiverio en diversos centros de reclusión.
Al conversar con ella, le señalé que nunca antes de Isla Dawson, había hecho el retrato de una figura humana. Nunca antes, y escasamente después. Recuerdo claramente la primera tentativa de retratar a uno de mis compañeros de prisión: Daniel Vergara. Era un día domingo de febrero, de clima grato, a eso de las siete de la tarde, y permanecíamos en el patio frente a nuestra barraca, mientras Daniel leía un libro, sentado sobre una estructura de madera inconclusa. Al dibujo lo titulé Daniel lee (25 de febrero de 1974).
Daniel Vergara
La verdad es que el retrato quedó bastante bien y entonces algunos de mis compañeros comenzaron a solicitarme: dibújame a mí y dibuja esto y aquello.
Yo mismo quedé sorprendido. Jamás antes había hecho algún retrato humano. Dominaba el dibujo propio de un arquitecto y habitualmente, cuando salíamos de vacaciones, me echaba una croquera para hacer apuntes de paisajes o construcciones de mi interés. Nunca sentí la motivación para dibujar a alguna persona.
Tras el retrato de Daniel Vergara en la Isla Dawson, sentí el impulso de dibujar a mis compañeros mientras practicaban alguna tarea o en nuestras horas de descanso. También me autorretraté. La verdad es que quedaron lo suficientemente bien, como para que, al verlos, nadie dudara de quién se trata. No son obras de arte, pero son retratos fidedignos de personas en horas dramáticas de su vida.
Mi autorretrato tiene su historia. Hice una primera versión, acostado en la noche en mi litera, alumbrado por un cabo de vela y con un pequeño trozo de espejo recogido de la restauración de la iglesia en Puerto Harris. Hernán Soto, que dormía en la litera vecina, lo vio y me dijo:
-Mejor hazte una versión más alegre, porque si algún día lo llega a ver Anita (esposa de Miguel Lawner, la arquitecta Ana María Barrenechea, quien falleció en marzo de 2017), se echará a llorar.
Efectivamente lo rompí, y realicé la versión que se conoce, no digamos que muy alegre. Dos días más tarde, retraté al propio Hernán Soto, leyendo un libro a la luz del mismo cabo de vela que iluminó mi retrato.
Hernán Soto
Fui expulsado de Chile, llegando a Dinamarca a fines de junio de 1975 y a comienzos de agosto me designaron representante de Chile Democrático, para asistir a los actos organizados en Japón, con motivo de conmemorarse el trigésimo aniversario del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Allí, instalado en una reunión, comencé a dibujar a algunos de mis vecinos: un delegado vietnamita, un árabe, una gringa yanqui. Me quedaron más o menos y recuerdo haberme preguntado: y esto, ¿para qué?
Más tarde, en los viajes de estudio con nuestros alumnos del curso que impartíamos en Dinamarca, recuerdo haber hecho el apunte de un dirigente vecinal turco, mientras visitábamos urbanizaciones ilegales en Turquía y otro en circunstancias análogas en Grecia.
Nada más. Nunca más. Jamás hice un dibujo de Anita, de Alicia (su hija) o de nadie. Hasta ahora.
¿Qué impulso me llevó a retratar a mis compañeros en el cautiverio? ¿De dónde provino mi habilidad para materializar este impulso razonablemente bien, solo en esas circunstancias?
Recurro a nuestro ya legendario lema para responder a este enigma: La función crea el órgano. Deduzco que, impulsado por la necesidad de registrar la insólita condición de prisioneros de guerra recluidos en un campo de concentración –la función-, desarrollé una habilidad que desconocía hasta entonces: el órgano.
Puede que ustedes consideren algo esotérica esta reflexión, pero en circunstancias tan dramáticas de mi vida, creo que desarrollé un órgano: el dibujo, capaz de cumplir la función de dejar testimonio de nuestro cautiverio.
Acá los dibujos de Miguel Lawner durante su cautiverio en distintos centros de reclusión:
Orlando Letelier
Orlando Cantuarias
Luis Corvalán
Jaime Tohá
Alejandro Jiliberto
Aníbal Palma y Camilo Salvo
DIBUJOS Y MEMORIA Texto presentado en el Museo de la Memoria, con ocasión del
lanzamiento del libro Dibujos en Prisión
Miguel Lawner
Días atrás, celebramos un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948. Esta carta surgió en respuesta a los horrendos crímenes cometidos por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, conflicto que cobró la vida de 66 millones de personas, 6 millones de los cuales fueron incinerados en hornos crematorios.
Suponíamos que esta histórica resolución protegería el futuro de todos los habitantes del planeta, haciendo imposible la repetición de semejantes atrocidades. Lamentablemente no ha sido así.
Son incontables las violaciones a los Derechos Humanos cometidas en muchos países durante los últimos decenios. Mencionemos una de las más recientes: la desaparición de 43 estudiantes normalistas en la localidad de Ayotzinapa hace menos de 3 meses, crimen inconcebible que se mantiene en la impunidad, mientras el gobierno mexicano aparece atrapado por las mafias del narcotráfico.
Igual consternación ha provocado la divulgación del informe del Senado norteamericano, dando a conocer las aberrantes torturas inferidas por la CIA a los musulmanes secuestrados en el presidio de Guantánamo.
Y como corolario de estos episodios, la Cámara de Diputados de nuestro país, acaba de rendir un minuto de silencio en homenaje a Augusto Pinochet. ¿Qué explicación podemos darle a las decenas de miles de familias chilenas víctimas de la más cruenta dictadura conocida en la historia del país, que entre otros de sus múltiples ultrajes, clausuró el funcionamiento del propio Congreso Nacional?
¿Qué explicación damos a los pueblos del mundo entero, a sus gobiernos y parlamentos, a la Organización de las Naciones Unidas que sistemáticamente condenaron las violaciones a los Derechos Humanos que tenían lugar en nuestro país?
¿Acaso el mundo no miraría estupefacto que el Parlamento de Alemania rindiera hoy día un homenaje semejante a Hitler?
¿Hay alguna diferencia entre uno y otro genocida?
A pesar de este panorama decepcionante, la preservación de los Derechos Humanos es un deber irrenunciable. Una tarea cotidiana y abnegada. No podemos aflojar.
Instituciones análogas a este Museo nos muestran el camino a seguir. Han transcurrido casi 70 años del término de la Segunda Guerra Mundial y este año, la Casa de la Memoria y la Historia de Roma, inauguró una exposición con el título: “Cuando murió mi padre”, que incluye una colección de 40 dibujos realizados por niños eslovenos entre 7 y 13 años, ilustrando los traumas experimentados durante su estadía en los campos de concentración del norte de Italia.
Por su parte, el Museo de Auschwitz, organizó hace poco una muestra titulada “Arte Prohibido”, conteniendo fotografías de dibujos hechos por algunas de las víctimas antes de su ejecución. Pawel Sawiki, vocero del Museo sintetizó la exposición al señalar que: “para los internos, el arte era una forma de evadirse de la brutal realidad”.
Nuestro Museo de la Memoria desarrolla al respecto una labor admirable. Amplía y renueva constantemente su muestra, además de acoger múltiples actividades artísticas, seminarios y debates, contribuyendo así a extender la conciencia de los chilenos en su responsabilidad de cautelar por el respeto a los Derechos Humanos.
El libro que hoy presentamos es un capítulo más en esta noble misión. Es una verdadera joya. Contiene una selección de los dibujos donados al Museo de la Memoria, por quienes fuimos confinados en algunos de los numerosos centros de detención que la dictadura habilitó a lo largo del país.
La publicación, muy bellamente diagramada, incluye entrevistas efectuadas a cada uno de los autores de los dibujos, o a sus familiares en el caso de quienes ya fallecieron o permanecen desaparecidos. Además, trae una descripción de los diferentes centros donde estuvimos recluidos, complementada con una traducción al idioma inglés, lo cual facilita su difusión internacional.
El libro trae una notable introducción escrita por el pintor Guillermo Núñez, como sabemos también víctima de la dictadura. Así califica Guillermo las motivaciones que nos impulsaron a registrar en imágenes nuestro paso por los diferentes centros de detención:
“Esta exigencia moral los impulsó a gritar gráficamente su rebeldía, su ira, sus dolores, sus anhelos: dejar una huella, una señal, un vestigio de la vida diaria en los recintos carcelarios de la dictadura cívico-militar en nuestro país. El lápiz y el papel reemplazaron la cámara fotográfica, que jamás entró en esos lugares”
Son 16 los autores de los dibujos incorporados en este catálogo. Sólo 3 de ellos tuvieron alguna formación en escuelas de arte. El resto incluye a 4 arquitectos, 2 ingenieros, 1 médico, 1 profesora de historia, 2 estudiantes secundarios, 1 marino, 1 funcionario de la Caja de Previsión de Carabineros y 1 cuya identidad se desconoce, pero que firma su dibujo simplemente como Montecinos.
¿Qué causas nos motivaron a practicar el dibujo en tan dramáticas circunstancias?
Para el ex oficial de la Armada Mario Cordero, sus dibujos “representan por un lado el querer dejar una huella, una marca en la vida. Por ello es que en los dibujos están escondidos varios nombres de los marinos constitucionalistas, pensando que nos podrían eliminar”
El funcionario de Carabineros Landy Aurelio Grandón, sostiene que dibujó “porque había que hacer algo, emplear el tiempo en cautiverio en una actividad personal para no volverse loco y a la vez en algo útil, como proyectar un testimonio gráfico de toda esa horrible experiencia”
El Ingeniero mecánico Nelso Reyes, dibujó varias versiones del Gaucho, al evocar un verso de Martín Fierro calzando con su situación como prisionero de guerra, que su madre le enseñó desde niño. Dice así: “No hay nada en la vida que enseñe tanto como el sufrir y el llorar”
Yo mismo señalo que en un comienzo practiqué el dibujo por simple afición, pero cuando fuimos trasladados al Campo de Río Chico, un impulso tan inexplicable como arriesgado, me empujó a reproducir el siniestro entorno al cual nos habían confinado. Creí necesario transmitir a mis compatriotas, que en Chile se había construido un campo de concentración idéntico al modelo impuesto por los nazis, con barracas alineadas en un estricto orden germánico, con doble alambrada rodeando el lugar, con casetas de ametralladoras vigilando desde las laderas del entorno y con una tupida red de alambres de púa segmentando todo el recinto.
Asustado en las noches, con el oído muy atento y a la luz de un cabo de vela, intenté varias veces dibujar el plano en trozos de papel que rompía de inmediato, a fin de arrojarlos a la letrina por las mañanas, en cuanto se abría la puerta de la barraca. Finalmente, logré definirlo. Un arquitecto es capaz de guardar en su memoria semejante información y cuando llegué al exilio pude reproducirlo con plena exactitud.
Los dibujos incluidos en este catálogo, muestran el trato inferido a los presos políticos tras el golpe militar. Ricardo Cruz y Mario Cordero ilustran el hacinamiento existente en la cárcel de Valparaíso y en la Penitenciaría de Santiago. También las angustias experimentadas cada vez que se abría la puerta de la celda y uno de los internos era convocado a declarar, en la certeza que regresaría lacerado por las torturas o no volvería, sumándose con toda probabilidad a la nómina de los desparecidos.
Muchos dibujos describen la vida cotidiana en aquellos campos donde los internos no estaban sujetos a constantes vejaciones. Nos referimos a las obras de Pancho Aedo , Policzer y Landy Grandón en Chacabuco, los dibujos del Tato Ayres en Puchuncaví, o los míos en Ritoque.
El catálogo demuestra la voluntad de los internos por no dejarse abatir, impulsando iniciativas artísticas y culturales o practicando artesanías, que permitieron descubrir habilidades nunca antes detectadas. Las acuarelas de Pancho Aedo describen minuciosamente su entorno en Chacabuco. Cuando las vi por primera vez no podía creerlo. Pancho fue mi profesor en el ramo de Construcción, una asignatura más bien árida y técnica. Además su lenguaje y su comportamiento calzaban con las de un científico. Nunca supe de sus aficiones artísticas, que nos han permitido heredar una colección de acuarelas tan valiosas como el oro blanco, que dio origen a la vieja oficina salitrera donde la dictadura lo recluyó, junto a miles de presos políticos.
Las xilografías de Héctor Avilés y mis dibujos en Dawson, exhiben el severo tratamiento sufrido en esa remota isla. Muestran el régimen de trabajos forzados al que fuimos sometidos, que sumado a la precaria alimentación, debilitaron rápidamente nuestros organismos.
Las situaciones extremas que debimos enfrentar en el cautiverio, permiten conocerte más a ti mismo. Medir tu capacidad de resistencia.
La separación forzosa de tu familia, de tus amigos y de tu entorno, aviva reflexiones repasando tu vida, evaluando el comportamiento con tus hijos, los roces sin sentido, el amor postergado por las horas excesivas dedicadas al trabajo o conflictos originados por asuntos francamente banales.
Muchos de los dibujos contienen emotivos saludos a familiares o amigos. Son palabras de cariño y amor, escasamente prodigadas en la vida normal y que fluyen en esos días dramáticos, avivadas quizás por las incertidumbres respecto a tu futuro.
Algunos de los guardias a cargo nuestro en la Isla Dawson, nos asediaban las 24 horas del día. Destilaban un odio exacerbado por la publicación del Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile, texto escrito por el historiador Gonzalo Vial, conteniendo el llamado Plan Z, supuestamente descubierto al descerrajar la caja fuerte de la Subsecretaria del Interior y que detallaba un minucioso plan destinado a asesinar simultáneamente a los más altos mandos de las fuerzas armadas, políticos de oposición, periodistas y profesionales opuestos al gobierno de la UP.
Pasaron los años y el montaje quedó al descubierto. El periodista Federico Willoughby, vocero de la Junta Militar, confesó en una entrevista de prensa años atrás, que el Plan Z fue una soberana invención. Además, el informe Valech afirma categóricamente que “los contenidos del Libro Blanco serían propaganda política y una excusa para justificar el golpe de estado”.
Hasta el día de hoy, los autores de semejante embuste permanecen impunes.
Casi todos los dibujos de este catálogo fueron ejecutados en los años inmediatamente posteriores al golpe militar, período en el cual, pretextando la existencia del mencionado Plan Z, se cometieron las peores violaciones a los Derechos Humanos. La Junta Militar estaba convencida que esa era la receta para acabar con los ideales democráticos abrazados por la mayoría de los chilenos.
No fue así. A pesar de un entorno tan adverso, dominado por los peores presagios, los presos políticos se las arreglaron para mantener su dignidad e imponer la realización de eventos artísticos o culturales. Este catálogo es representativo de una atmósfera donde floreció la creatividad e incluso el humor, en un marco admirablemente solidario.
Muchos de los dibujos realizados en el cautiverio viajaron con quienes fuimos expulsados al exilio, transformándose en verdaderos misiles dirigidos contra la Junta Militar. Se incluyeron en los testimonios presentados ante la Comisión Internacional de Derechos Humanos con sede en Ginebra, ilustraron artículos de prensa, entrevistas en los canales de televisión y colgaron de múltiples exposiciones montadas en Europa y América.
El más célebre de mis dibujos es el retrato que hice de Luis Corvalán en Tres Álamos. Allí fuimos recluidos ambos, en una celda habilitada del segundo piso de ese recinto, justamente encima de la sala donde tenía su oficina el psicópata Conrado Pacheco, coronel de carabineros a cargo de dicho campo.
Yo estaba enterado del Decreto ordenando mi expulsión fuera del país, días más tarde. Sentía preocupación por la suerte de don Lucho, quién además experimentaba algunos problemas de salud.
Temía que pudiera desaparecer sin que hubiera testigos presenciales, como ocurría durante esos días con tantos compañeros. Resolví hacerle un retrato lo más detallado posible, a fin de poder exhibirlo en cualquier circunstancia.
Allí se ve a don Lucho con su característica manta de vicuña, su sombrero jockey y sus gruesos lentes, sentado en nuestra litera, junto al cajón que hacía las veces de velador, donde se observa su famosos reloj cadena, colgando invariablemente de su chaleco, el choquero confeccionado en Dawson y la lámpara de mesa traída por mi cuñado. Corvalán lee un libro voluminoso: El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, en versión francesa, empecinado en mejorar su dominio de esa lengua.
Cuando lo vio terminado, Corvalán comentó con excelente ojo crítico:
“Te salió bastante bien, pero el pie izquierdo quedó chueco”. Tenía toda la razón. Sustraer el dibujo desde Tres Álamos fue una proeza que Anita llevó a cabo arriesgando su pellejo.
Llegamos a Copenhague y una de mis primeras decisiones fue arreglar el retrato de Corvalán. Recuerdo haberlo extendido sobre la mesa del comedor, lo observé un largo rato lápiz en mano, pero algún remoto instinto me detuvo.
En buena hora.
Finalmente respeté la certera observación de don Lucho y el dibujo se quedó tal cual. En esos años, carecíamos del rigor que hoy tenemos respecto a la memoria histórica y en beneficio a ella, el retrato conservó su versión original.
Así dio la vuelta al mundo. Se reprodujo en afiches editados en diversas lenguas, fue impreso en tarjetas postales, en escarapelas y estampillas de correo, hasta aterrizar finalmente en este digno Museo de la Memoria.
Muchas gracias.
Encierro en la celda 59
Ricardo Cruz Pecaric. 1980. Lápiz pasta.
Penitenciaría de Santiago (Actualmente Centro
de Detención Preventiva Santiago Sur).
Ricardo Curz Pecaric (Santiago, 1954).
Estudiante de Arquitectura de la Universidad de Chile y militante de base del partido MAPU. Fue detenido en 1979 en una manifestación, trasladado a un gimnasio de Carabineros en la zona sur de Santiago y, finalmente a la Penitenciaría donde permaneció por más de dos semanas.
Traslado al cuartel de Prisioneros UTE-Valdivia.
Jaime Imilán Álvarez
1973.
Tinta sobre papel
Jaime Imilán Álvarez.
Académico y Secretario General de la sede Valdivia de la Universidad Técnica del Estado. El 13 de septiembre de 1973 fue detenido junto a funcionarios y estudiantes de dicha casa de estudios, durante un allanamiento realizado por carabineros y trasladado al cuartel de Prisioneros UTE-Valdivia.
Retrato de Rolando Rojo
"Montecinos" 1974. Lápiz grafito. Campamento de Prisioneros de Chacabuco.
La persona retratada en este dibujo es Rolando Rojo. Profesor de Castellano, militante de las Juventudes Comunistas y del Partido Comunista. Durante el gobierno de la Unidad popular se desempeñó en labores ministeriales. Entre septiembre de 1973 y julio de 1974 fue prisionero político. Estuvo en el Regimiento Tacna, el Estadio Chile, el Estadio Nacional y el Campamento de Prisioneros Chacabuco. Alli, un compañero de prisión le regaló este dibujo y lo firmó como “Montecinos”. En julio de 1974, Rolando salió en libertad y al exilio a Buenos Aires.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Miguel Lawner.
Two years in Chilean concentration camps. Dos años en los campos de concentración de Chile.
¡Venceremos!
Toronto. Ediciones Belisario Enríquez, 1977, 61 pp.
Por Soledad Bianchi Lasso