María
Luisa Bombal: crónica de la desilusión
Por Alejandra
Costamagna
Letras Libres, Mayo 2002
El cruce entre vida y obra en la escritora chilena María
Luisa Bombal es palmario: personajes como la mujer anónima
de La última niebla, como Brígida en El árbol y, sobre todo, Ana María en La amortajada, traducen
con delicadeza ciertos fragmentos de su existencia. De una existencia
marcada por la intensidad, el arrebato y la pasión. El abandono,
la ruina delos afectos y el amor esquivo son motivos centrales en
la narrativa de la autora. "¿Por qué la naturaleza
de la mujer ha de ser tal que tenga que ser siempre un hombre el eje
de su vida?", escribirá en "La amortajada".
Y estará aludiendo, sin duda, a sí misma. A su propio
eje: Eulogio Sánchez.
La historia de este cimiento emocional comienza con la llegada de
la autora a Valparaíso en 1931 a bordo del transatlántico
Reina del Pacífico. Con 21 años, 1.62 centímetros
de estatura y menos de 50 kilos, la pálida muchacha de flequillo
recto mira todo con curiosidad. Desde la cubierta del barco divisa
a su madre, la viuda Blanca Anthes; a sus hermanas menores, las mellizas
Blanca y Loreto; y al distinguido Eulogio Sánchez, piloto,
ingeniero civil y amigo de la familia. "Es raro que un amor humille,
no consiga sino humillar", dirá la protagonista de "La
amortajada" años después. Pero entonces la muchacha
que viene de París, donde ha pasado los últimos años
estudiando literatura en La Sorbonne, no prevé ninguna tragedia.
El romance comienza de inmediato. María Luisa se enamora perdidamente,
hasta que una tarde Sánchez confiesa que es casado y, aunque
está separado de hecho, asegura que eso dificulta su incipiente
relación. Las cosas se enfrían. Ella lo espera cada
tarde junto a sus hermanas y a su madre, sentada en el sofá
de la calle Catedral, como una novia clandestina. Por esos días
nace su amistad con Pablo Neruda, quien la apoda "Abeja de fuego".
Con él y otros amigos se reúne frecuentemente en el
Venezia y en el café Mozart. En su cabeza comienzan a ordenarse
los primeros apuntes de lo que más tarde serán relatos.
Pero, perforado en su alma, está Eulogio. María Luisa
vive dos mundos: la algarabía del ambiente literario y el vértigo
de este amor no correspondido.
Veinte meses dura la relación amorosa. El derrumbe tiene una
fecha precisa. Eulogio ha invitado a cenar a las tres hermanas Bombal.
Al llegar, María Luisa se dirige silenciosamente al escritorio
del anfitrión. Revisa sus papeles, hurguetea y abre cajones
hasta que encuentra unas fotografías de otra mujer. Junto a
ellas divisa una pistola. Sin pensarlo, apunta a su cabeza y luego
al pecho, y de un minuto a otro retumba la pólvora y penetra
en su hombro izquierdo. El relato de "La amortajada" recreará
luego su testimonio: "Saqué el arma de la manga de mi
abrigo, la palpé recelosa, como una pequeña bestia aturdida
que puede retorcerse y morder. Con infinitas precauciones me la apoyé
contra la sien, contra el corazón. Luego, bruscamente, disparé
contra un árbol. Fue un chasquido, un insignificante chasquido
(...) ¡Ay, no, nunca tendría ese valor! Y sin embargo
quería morir, quería morir, te lo juro".
Las mellizas escuchan el disparo y corren a asistir a su hermana.
Eulogio simula cercanía y la cobija entre sus brazos mientras
dura el reposo. Ya entonces lo ha decidido: la relación debe
morir. María Luisa intenta programar el olvido y emigra a Buenos
Aires, donde se aloja en una pensión. Con una foto de Neruda
clavada en el muro, comienza a escribir y a beber. Alcohol, escritura
y euforia marcan su jornada. Ella no quiere estar triste, pero sus
personajes la conducen solos por las crónicas de la desilusión.
"De qué se queja, ella, que lo ha tenido todo. Amor, vértigo
y abandono", escribe. Y de a poco se va dejando cautivar por
la amplitud de las calles porteñas y comienza a relacionarse
con lo más granado del ambiente artístico local. Así
aparecen Federico García Lorca, Alfonsina Storni, Victoria
Ocampo y su querido Georgie (Jorge Luis Borges). Y una noche aparece
Jorge Larco, pintor, sensible como ella, con quien comparte íntimamente
los códigos del oficio.
A los 24 años María Luisa Bombal parece estar en su
mejor momento: publica su primera novela, La última niebla,
y es celebrada por la crítica como una de las voces más
audaces y talentosas de la escritura femenina contemporánea.
Las noticias desde Chile la inquietan: se entera de que Eulogio Sánchez
ha emigrado a Estados Unidos y de que su madre está mal de
salud. Aunque su refugio emocional está en las letras, la relación
con Larco comienza a fortalecerse. O eso cree ella. Con la vista torcida
no recae en que esa pasión es imposible, porque Larco, el confidente,
no es el amante: el pintor es homosexual. Pero a los dos les sirve
esta pantalla: ella oculta la sombra eterna de Sánchez y él
disfraza sus preferencias sexuales. Entonces deciden casarse. Y así
se encuentran un día, una noche, en un departamento de la calle
Juncal mirándose sin saber qué decirse, agotados tempranamente
de esa unión fraternal.
La ruptura con Larco se precipita. La mayoría de los amigos
comunes solidarizan con él. María Luisa vuelve a la
pieza solitaria y se refugia otra vez en las letras. En 1938, bajo
el sello de editorial Sur, nace La amortajada. La crítica
la consagra. Alone, en Chile, la cataloga como "una princesa
de las letras". Con una prosa poética delicada y precisa,
la novelista relata en este libro la historia de Ana María,
una mujer que durante su propio velorio revisa minuciosamente su existencia,
mientras observa el comportamiento de los vivos que la visitan.
Eufórica con la escritura, al poco tiempo conoce al médico
Carlos Magnini, un hombre viejo, culto y adinerado. Ella busca paz,
no pasión. Comienza un nuevo vínculo, pero de inmediato
afloran los celos provocados por el fantasma de Eulogio Sánchez.
"¡Oh, la tortura del primer amor, de la primera desilusión!
¡Cuánto se lucha por el pasado en lugar de olvidarlo!",
ha escrito en La amortajada. Magnini juega su última
carta: está dispuesto a financiarle un nuevo viaje a Santiago.
Es sólo un modo de apaciguar la irritación, argumenta,
una tregua. Y ahí está la escritora, con dos novelas
y diez años después de aquella mañana en el Reina
del Pacífico, en la losa de un aeropuerto.
En Chile enferma de difteria y en la cama se dedica a leer. Una mañana
el matutino la golpea: es una fotografía de Eulogio y señora
en las páginas sociales. El piloto regresa al país luego
de unos años de residencia en Estados Unidos. "No. No
lo odia. Pero tampoco lo ama. Y he aquí que al dejar de amarlo
y odiarlo siente deshacerse el último nudo de su estructura
vital. Nada le importa ya", ha diagnosticado en su ficción.
María Luisa intenta no afectarse y llama a Magnini a Buenos
Aires. No alcanza a emitir ni una palabra; él se adelanta con
un nuevo disparo: le dice que se ha casado hace quince días
con una muchacha alegre.
La fotografía de Eulogio y la traición de Magnini se
cruzan en un mismo dolor. La escritora se pierde. Da con el número
telefónico de Eulogio, indaga su ruta cotidiana con suma exactitud
y planifica. Elige el céntrico hotel Crillón como punto
estratégico. El día escogido, 27 de enero de 1941, ordena
que le suban un cointreau a su habitación. En su garganta
se atasca el aire pesado. La ventana del Crillón anuncia el
movimiento callejero como si fuera la pantalla de un cine. Y en medio
de la tarde lo ve: Eulogio camina moviendo las caderas igual que una
marioneta. De golpe, la autora se encuentra tras él con sus
brazos horizontales apuntándolo, pensando en matar así
a su mala suerte, y luego escuchando el ruido seco que provocan sus
tres disparos. Eulogio cae frente a ella. ¡Yo fui, yo disparé,
aquí estoy!, grita orgullosamente. Pero la puntería
ha fallado y Eulogio sólo está herido. A él lo
llevan en una camilla y a ella en un carro policial.
Tras cuatro meses de reclusión, queda en libertad. Se considera
que ha obrado con la facultad mental alterada. "¿Quieres
saber qué significa ser escritor?", le dice una tarde
a su amiga Sara Vial. "Una sola palabra: sufrir". Entonces
sigue escribiendo, se traslada a vivir a Estados Unidos, no deja de
sufrir. Su último marido es el conde de Saint Phalle, un hombre
25 años mayor que ella. María Luisa padece de un cuadro
serio de alcoholismo. Cuando el conde muere, en 1972, regresa a Chile.
"De qué me sirve ser autora de La amortajada cuando
mi desesperación es tan grande. Nunca tuve tino en el amor.
Ése es un hecho. Al enamorarme perdía un amigo y lo
reemplazaba por una tragedia", se lamenta. Es probable que, al
enterarse del fallecimiento de Eulogio Sánchez en un accidente
aéreo, se regocijara. Pero ya es tarde: a María Luisa
Bombal se le fue la vida torturándose con ese primer amor.
El 6 de mayo de 1980 un coma hepático la fulmina y muere sola,
a las tres de la madrugada, en una pieza del Hospital Salvador.