María Luisa Bombal y las claves de La última niebla
Por Lucía Guerra
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 26 de septiembre de 2010
La última niebla (1935), de María Luisa Bombal (1910-1980), es la primera novela latinoamericana que hace inteligible la sexualidad de la mujer burguesa, hasta entonces un espacio en blanco sustituido por los estereotipos normativos de "la madre sublime" y "el ángel del hogar". Cuerpos castos que tenían su contratexto en la figura de prostitutas y vampiras, o en mujeres de los sectores urbanos pobres y campesinas ("la china" del Criollismo, tendencia predominante durante la época). En una cultura que exacerbaba los valores de la masculinidad, los hombres eran también los únicos poseedores del deseo sexual y, por lo tanto, la sexualidad de "una mujer decente" correspondía a lo prohibido y lo inimaginable.
Naturaleza y sexualidad
Apropiándose de la dicotomía patriarcal que identifica al hombre con la cultura y a la mujer con la naturaleza, María Luisa Bombal extiende este lazo legitimado para inscribir la sexualidad femenina en una literatura latinoamericana donde prevalecían imaginarios creados por los hombres. Así, "el surco vacío en el lecho" de la noche de bodas deviene en acoso de la niebla y de la muerte. Dos negaciones de la vida que tendrán su contrasello en el apasionado adulterio de la protagonista. ("La niebla se estrecha, cada día más, contra la casa. (...) Sólo, en medio del desastre, quedaba intacto el rostro de Regina, con su mirada de fuego y sus labios llenos de secretos".) Regina, a través de su transgresión del régimen burgués, hace consciente a la protagonista de su sexualidad. De esta manera, cuando se sumerge desnuda en el estanque, su cuerpo es una topografía sensual que recibe las caricias del agua y las plantas acuáticas mientras sus senos le parecen "diminutas corolas suspendidas sobre el agua". Su cuerpo luego se enlazará al cuerpo del amante real, soñado o imaginado. En ese encuentro, ella, lejos de ser el Objeto pasivo del Deseo, según prescripciones de la época, es una subjetividad deseante que explora y disfruta el cuerpo masculino de piel luminosa, caderas estrechas y un aroma a fruta y vegetación. "A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué me es dulce quejarme, y dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos". Esta es la primera vez que se da, en la narrativa latinoamericana, la descripción de un orgasmo desde una perspectiva de mujer que, de manera irreverente, despoja al Sujeto masculino de su superioridad para convertirlo en "preciosa carga", en cuerpo sostenido entre sus muslos.
Pero la protagonista es también un cuerpo social marcado por inscripciones culturales. Así, lo que fue un enlace sexual inserto en la naturaleza subrayada por el oleaje del mar y "toda una vida física, con su fragilidad y su misterio", se desplaza al amor sentimental. Esa fabricación cultural que, a través de folletines y novelas románticas, ornamentaba el rol primario de madre y esposa, uno de los fundamentos de la estructura patriarcal. De esta manera, la protagonista entra a toda una red discursiva que plantea a la mujer como "puro corazón" y le asigna el amor como la única meta de su existencia. El discurso de la sexualidad es, entonces, desplazado por un discurso sentimental en el cual los clichés románticos se entrelazan a imágenes poéticas. Este es precisamente el tipo de discurso adscrito a la mujer durante la primera mitad del siglo XX.
En esta esfera de lo social, la casa, en vez de ser el lar que protege de lo Otro y los otros en el repertorio simbólico masculino, se articula como la prisión impuesta a la mujer por el orden burgués. Para Regina, la casa es el espacio de las regulaciones y de los quehaceres de una rutina vacía que sólo logra evadir en los resquicios de la imaginación. Por otra parte, sus ensoñaciones ponen de manifiesto una enajenación que, de manera paradójica, la constituye en Sujeto. Transgrediendo el silencio impuesto al subalterno, cuenta su vida de manera fragmentaria y a partir de una subjetividad que posee un solo horizonte: aquel amante que, como un fantasma, nunca dejó oír su voz.
Es también en la esfera de lo social y cultural, ahora ubicado a nivel de la recepción del lector, que la ambigüedad del amante real o ensoñado permite una inscripción no censurable y permisible en una tradición literaria que imponía el castigo a la mujer adúltera (Regina, Emma Bovary, Anna Karenina). Ambigüedad connotada por la niebla que, en su carácter vanguardista, asume en la novela diferentes significados.
La emboscada de la Verdad
La última niebla está permeada por la derrota. La duda que empieza a tener la protagonista con respecto a la existencia del amante ya no gira en ese ámbito de "lo femenino" que María Luisa Bombal concibe como enlazado a los misterios ancestrales del agua y la tierra, como esos saberes insertos en la naturaleza primigenia. Concepto que se hace explícito en su crónica "Mar, cielo y tierra" (1940), donde la autora afirma que este acercamiento a lo natural fue destituido por la razón y los cálculos objetivos de un conocimiento de corte masculino. Así, a esa red cultural que la hizo transformar la sexualidad transgresiva en divagaciones sentimentales, ahora se agrega la emboscada de la Verdad. La protagonista necesita verificar que el amante realmente existió para poder continuar imaginándolo en sucesos y apariciones que le dan sentido a su vida. Y para aquilatar esta verdad utiliza parámetros que corresponden al conocimiento en una praxis creada por el homo sapiens . Esta duda que le produce tanta angustia posee los visos y requisitos cartesianos de lo tangible y lo verificable. De allí que Regina, al final de la novela, constituya ese cuerpo del delito en el cual se puede constatar lo realmente vivido, verdad descalificadora del idilio que la protagonista ha urdido durante tantos años.
Sin embargo, a nivel del texto, la realidad o irrealidad del amante no se resuelve. La protagonista emprende en la ciudad un itinerario exactamente igual a aquél de la noche del encuentro con el amante y llega a la misma casa, ahora albergue de lo prosaico, pero con la materialidad de lo real. Hecho que crea la duda en el lector, sin más referentes que la narración de la protagonista.
Derrota de la evasión
La derrota más grave está en la claudicación absoluta al régimen patriarcal. La protagonista ha perdido toda posibilidad de esa evasión sentimental que, de manera contradictoria, satisfacía la única meta adscrita por el sistema "al alma femenina". Cerrados los intersticios subversivos de un adulterio imaginado, ahora debe asumir plenamente el imperativo social: seguir al marido "para vivir correctamente, para morir correctamente, algún día". Su cuerpo que no cumplió con la meta bío-política de engendrar hijos para la nación, tampoco ahora posee la juventud de las heroínas que se suicidan en las historias del cine y la literatura. Se han cerrado definitivamente las puertas convencionales de lo materno como vía de identidad y se han clausurado también los espacios de la imaginación sentimental en una evasión sublimatoria.
La niebla y su "inmovilidad definitiva" pierde sus connotaciones de fuerza que troncha la vida o crea una atmósfera de lo irreal. Ahora es el símbolo de un orden patriarcal que también requiere la obediencia de la mujer en su rol subordinado. Niebla inamovible que, en última instancia, constituye la metáfora de la ausencia de un devenir histórico, tanto en la novela como a nivel de una ideología política de la autora.
María Luisa Bombal escribió La última niebla en una época en la cual la mujer ya empezaba a incorporarse a las esferas del trabajo y la política. Sin embargo, la autora concibe la situación de la mujer como "un destino", fuera de todo lo modificable. "¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de ser tal que tenga que ser siempre un hombre el eje de su vida?", se pregunta Ana María en La amortajada (1938). "Naturaleza" y "destino" esencializan e inmovilizan a la mujer privándola de convertirse en agente de la Historia.
No obstante esta perspectiva, María Luisa Bombal denuncia, a través de su ficción, no sólo los conflictos y tensiones sociales creados por una estructura de poder que hizo de la mujer "el segundo sexo" (Simone de Beauvoir, 1949). En todos sus textos, escritos hace ya más de setenta años, la autora cancela la noción patriarcal de la mujer como suplemento del hombre para postular que hombre y mujer viven en esferas ajenas, situación creada por una división genérica que escindió los espacios y los derechos (el Afuera versus el espacio limitado de la casa). División que también engendró una modalidad cultural diferente para interpretar y relacionarse con el entorno. Aunque sus postulaciones con respecto a "lo femenino" y un tipo diferente de conocimiento puede resultar mistificante, los saberes marcados por un contexto social y genérico tienen aún validez. Del mismo modo como las asimetrías entre hombre y mujer son, hoy día, una problemática vigente.
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La actualidad de su obra
En su reciente artículo sobre los 200 años de literatura chilena, el crítico Ignacio Valente destaca a los "surrealistas" Juan Emar y María Luisa Bombal como "los dos narradores chilenos que más temprano y más rotundamente" rompen con el "realismo más bien gris y opaco" imperante.
A propósito de la reciente publicación de La última niebla. La amortajada, por Seix Barral, en tanto, Pedro Gandolfo afirma que la obra de Bombal "no ha perdido con los años nada de su poder sugestivo y de su profundidad". Una actualidad que según dice "radica no tanto en la condición vanguardista de sus procedimientos ni en ofrecerse como insignia para la vindicación apasionada de tal o cual feminismo, sino más bien en el hecho -más sencillo e importante- de ser una excelente literatura".
Sobre La última niebla, Camilo Marks apunta que "en el retrato de una mujer que vive entre la locura, el ensueño y la muerte, Bombal logró un texto perfecto y conmovedor". Y la poetisa Delia Domínguez agrega sobre el mismo: "Es un libro clave que une prosa y lirismo en un lenguaje de ensoñación".