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María Luisa Bombal:
una vida en el escándalo, una obra de sombras
María Luisa Bombal, el teatro de los muertos, Diego Zúñiga. Ediciones UDP, 141 págs.
Por Pablo Díaz Marenghi
Publicado en Revista Ñ, Clarín.com 11 de junio de 2020
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“Cada uno lleva en el fondo de su alma una tragedia que se empeña en ocultar al mundo”. La frase, de una contundencia desgarradora, es de la escritora María Luisa Bombal (1910-1980). Sólo dos novelas publicadas le alcanzaron para convertirse en un peso pesado dentro de la literatura chilena. Su vida, errante y cosmopolita, estuvo marcada por ribetes dignos de un culebrón: alcoholismo, desamor, intentos de suicidio y homicidio son los chispazos de una vida incendiaria que se apagó cuando el hígado de esta autora, de derecha y con aires de femme fatale, dijo basta.
Tenía 69 años. Había vivido en Buenos Aires y Estados Unidos. Fue amiga de Borges y de Neruda. Cuatro décadas después de su muerte otro chileno, Diego Zúñiga, trazó un perfil formidable que ayuda a comprender a un personaje complejo, nutrido de melancolía, oscuridad y genio.
Cuenta el autor que llegó a ella, al igual que muchos chilenos, durante la secundaria. Allí es lectura obligatoria. Afirma que leerla a esa edad “te sorprende porque va mucho más allá de cierto realismo que abundaba en la literatura chilena de la primera mitad del siglo XX. Es una rareza”.
Al ser un perfil cuyo horizonte apunta hacia el periodismo narrativo, su valor agregado reposa en la mirada. En María Luisa Bombal, el teatro de los muertos, el joven escritor chileno, elegido en 2017 como uno de los mejores autores latinoamericanos por Bogotá 39, hilvana mediante piezas breves, a veces párrafos, escenas que recorren la vida de la escritora en orden cronológico (casi siempre) explorando sus costados más ocultos. Trató de hacer foco en una biografía literaria, escapando a los costados más sensacionalistas.
Hay uno en particular que se agiganta en comparación al resto: el momento en el que Bombal decide atacar a balazos a Eulogio Sánchez, de quien fue amante en su juventud y a quien jamás pudo olvidar. “Quizás habría que narrar esta escena una y otra vez hasta agotarla”, escribe Zúñiga y demuestra cómo hay que utilizar la literatura para contar una vida. El autor amplía: “Mi idea fue armar un texto bien comprimido donde prevalezcan ciertas imágenes y me centrara en su figura literaria. Su biografía era algo muy conocido y tentador. Traté de desarmar ese mito”.
La existencia de esta autora chilena es reconstruida por Zúñiga a través de sus escombros. Se cuelan entrevistas y diálogos con sus amigos. La voz del cronista está siempre presente. A veces, se vuelve un susurro ante el peso de los hechos.
Zúñiga escribe: “Tiene 27 años y dos novelas que le han asegurado un lugar privilegiado en la literatura hispanoamericana del siglo XX. No hay forma de saber que estos años de gracia terminarán sumidos en un silencio incorregible”. La autora publicó La última niebla (1934), que fue precursora del realismo mágico, y La amortajada (1938), novela que inspiraría nada menos que a Juan Rulfo en Pedro Páramo (1955). Entre estos dos nombres habría más de un paralelismo. Así lo señala Juan Forn, citado en este libro: “Los dos hacían hablar a los muertos; los dos lograron lo mismo, una con la niebla y el otro con el calor; los dos bebían como cosacos y los dos padecieron el resto de sus vidas no escribir más”.
La vida de Bombal puede ser narrada desde diversos ángulos: la artista atormentada, la intelectual fascista, la mujer empoderada, la joven cuyo amor trunco signó su destino, la escritora que no podía escribir, la bohemia, la melancólica, la solitaria.
Decía Bombal: “De que me sirve ser la autora de La amortajada cuando mi desesperación es tan grande. Nunca tuve tino en el amor. Ese es un hecho. Al enamorarme perdía un amigo y lo reemplazaba por una tragedia”. Zúñiga confiesa que Bombal le enseñó “que no todo se trata de contar una historia. Que la literatura está hecha de otras materias, atmósferas, texturas. Contar de qué se tratan sus novelas siempre es injusto”. Este personaje, raro y atractivo en partes iguales, escapa a las definiciones y etiquetas. Se la podría emparentar con aquello que ella señala como ejes centrales en su obra: “lo íntimo, el corazón, la naturaleza, el misterio”.