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María Luisa Bombal. La soledad de la escritora
Por Carolina Melys
Publicado en Letras Libres, 14 de agosto de 2017
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“Debiera estar prohibido a los vivos tocar la carne misteriosa de los muertos”, escribió María Luisa Bombal (Viña del Mar, 1910-Santiago de Chile, 1980). Pero esta prohibición no parece válida cuando la carne está hecha de escritura. Con solo dos novelas cortas y cinco cuentos, la disputa acerca de su lugar en el canon literario continúa –aunque tantas veces se le negó el Premio Nacional de Literatura de Chile, y otras tantas haya sido confinada al sitio maldito que ocupó por su trágica historia amorosa.
Es un hecho que en el entramado en que se anudan su obra y su vida, aparece una voz particular, íntima y despojada de artificios; una escritura calculada, pero sutil. Además, de una personalidad espontánea y sin reservas, con sentido del humor y tremendamente aguda.
Una vida intensa, imposible de abarcar en estas líneas. Por ello he querido mejor indagar las circunstancias que rodearon sus dos obras más importantes: La última niebla y La amortajada.
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María Luisa Bombal tenía veintitrés años cuando publicó, en Argentina, La última niebla (1934), su primer libro. La obra apareció en la editorial Francisco A. Colombo, a cargo de Oliverio Girondo, con prólogo de Norah Lange. La escritora había llegado a Buenos Aires un año antes, con el afán de olvidar un amor no correspondido. Llevaba consigo una herida de bala autoinfligida en su hombro.
En Argentina, Pablo Neruda y su primera mujer, María Antonieta Hagenaar, la recibieron en un departamento ubicado en calle Corrientes. Neruda y Bombal se habían conocido un tiempo antes en Chile. Pablo vio en ella esa sensibilidad, inteligencia e indefensión ante la vida que le era familiar, pero también una visión auténtica de artista. Así fue como la introdujo en el círculo literario santiaguino, en donde todo giraba en torno a la figura del poeta.
En aquellos años chilenos Bombal se mueve con prestancia y gracia. Sobre todo gracia. Deslumbra a sus interlocutores durante las conversaciones sobre poesía. Ella, recién llegada de Francia, en donde cursó estudios de literatura en La Sorbonne y conoció el auge del surrealismo, se siente confiada en sus ideas y lecturas. Neruda, sin abandonar la arrogancia de su incipiente fama y desde el paternalismo que le es tan propio, acostumbra decir que Bombal es la única mujer con la que se puede hablar seriamente de literatura. Y cómo no, si ha leído a Baudelaire y Verlaine. Y en París ha oído recitar a Paul Valéry y se ha imbuido de las nuevas corrientes que apenas se asoman en los círculos nacionales.
La impresión que despierta en los escritores es unánime: María Luisa Bombal tiene demasiada personalidad para ser mujer, pero ella, libre de prejuicios –la “abeja de fuego” la llamó Neruda, por enérgica y apasionada–, sigue participando con libertad de las tertulias en algún café del centro o en alguna casa.
En ese tiempo Bombal también manifiesta su amor por el teatro. En París, pese a ser un oficio impensado para una joven de familia de aristócratas como la suya, ingresa a la escuela de teatro vanguardista y experimental L’Atelier, a cargo de Charles Dullin. Ahí comparte clases con Antonin Artaud y Jean-Louis Barrault. Este último, al igual que Bombal, debe estudiar a escondidas de su familia, que lo imagina cursando la carrera de medicina. Ella abandona algunas de sus materias de literatura para poder representar pequeños papeles dramáticos en grandes teatros. En uno de esos montajes, un tío suyo que se encuentra en el público la reconoce, a pesar de que su aparición en escena dura pocos segundos. Esto hace inminente su regreso a Chile. Corre el año de 1931.
De la mano de Marta Brunet, una escritora poco mayor que ella, Bombal tiene su primer acercamiento al mundo artístico santiaguino. Junto a Brunet y otros amigos forma una compañía teatral. Sube a las tablas con Una mujer sin importancia de Oscar Wilde. Su desempeño es bien recibido por la crítica, pero hay algo en su personalidad, cierta frialdad o falta de flexibilidad en la interpretación de los personajes, que ella misma nota. Sabe que no puede dedicar su vida a dos pasiones y elige la literatura. Elige escribir.
A la par de las tertulias literarias y ensayos teatrales, María Luisa Bombal sufre por un hombre. Mayor que ella, Eulogio Sánchez vive separado de su mujer y espera aún la nulidad. No invita a Bombal a sus eventos públicos y la mantiene, en general, al margen de su vida. En cambio, ambos se reúnen en la intimidad y él le promete que la situación cambiará, pero ella se siente cada vez más desplazada. En este contexto y durante una cena en casa de Sánchez, en presencia de su hermana y otros invitados, la escritora se levanta de la mesa, va al dormitorio del amante, toma la pistola y se dispara en el hombro.
¿Intento de suicidio? “¡Ay, no, nunca tendría ese valor! Y sin embargo quería morir, quería morir, te lo juro”, diría la protagonista de La amortajada, años más tarde. Es esta misma mujer herida la que aparece en el cuento “Las islas nuevas”, publicado en la revista Sur en 1939. A la protagonista le crece un vestigio de ala en el hombro, el cual esconde y con el que debe cargar. Bombal escapa.
Volvamos, entonces, al momento en que Neruda la recibe en Buenos Aires. Después de haber sido nombrado cónsul en la capital trasandina, el poeta se instala en agosto de 1933 en el piso veinte de un gran edificio en Corrientes. Apenas un mes después, Bombal llega a vivir con la pareja. Es en la cocina de ese departamento donde la escritora encuentra su lugar para empezar lo que sería La última niebla. En esa cocina, de suelo de mármol blanco y guardas de cerámica azul, Bombal encuentra el lugar adecuado para escribir. Es por esto que Neruda la apoda “mangosta”, “el nombre de un animalito oriental que se acomoda en cualquier parte y es suave y discreto”. No pasó mucho tiempo antes de que Neruda se sumara al otro lado de la mesa y confluyeran en ese espacio lecturas y críticas de sus respectivos proyectos. Por ese entonces, el poeta trabajaba en Residencia en la Tierra. Bombal reconoció la influencia de este libro en su propia escritura, una prosa a la que no pocos críticos han denominado poética. Alone, por ejemplo, afirmó que “no se ha escrito en Chile prosa semejante, y después de los poetas máximos, solo buscando mucho en las letras universales podría encontrársele paralelo”.
Pero no solo en la poesía de Neruda encontró Bombal sus influencias. El grupo al que el poeta la introduce resulta de gran estímulo: escritores, dramaturgos, pintores. Entre ellos se encuentra Norah Lange, que acaba de publicar 45 días y 30 marineros y que terminaría por ser una de sus grandes amigas. 45 días y 30 marineros narra las aventuras de una mujer como única tripulante de un barco, sus deseos sexuales y los de los marineros, pero la novela posee, además, una voz femenina única. Cómo no pensar en esa voz, en ese deseo, cuando leemos La última niebla. Fue Lange su gran cómplice en el mundillo literario argentino de la época. Muchas veces, para burlarse de la arrogancia de algunos escritores, conversaban sobre poetas que ellas mismas habían inventado. Lo hacían con propiedad y muy serias, para desconcertar a más de uno.
En Buenos Aires cumple su deseo de conocer a la poeta Alfonsina Storni, que en ese momento se desempeña como profesora en un liceo, lo que le deja poco tiempo para asistir a reuniones literarias. Una vez, a modo de broma, mandaron a Bombal a llamarla por teléfono desde un café para invitarla a la tertulia. Eran cerca de las cinco de la mañana, y Storni prudentemente contesta que será para otra ocasión, pues justamente se estaba poniendo el sombrero para ir al trabajo.
Otro de los artistas que frecuenta es Federico García Lorca, que ese año estrena Bodas de sangre y más tarde Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa en el teatro Avenida en Buenos Aires. Bombal, que aún mantiene viva la pasión por el teatro, asiste a todas las funciones. Muchas veces las veladas terminan en casa de Girondo, en donde García Lorca despliega su talento cantando y tocando el piano, bailando y jugando a improvisar poemas con Neruda. Imposible no hermanar la obra de Bombal con el sino trágico de los personajes de García Lorca, con esas mujeres que rompen las convenciones por amor. O por pasión, que es lo mismo. Pues para Bombal el destino de la mujer es amar apasionadamente.
Durante el proceso de escritura de La última niebla, Neruda le repite que no acepte correcciones de nadie. “Sé siempre tú tu único juez”, le dice. Y ella le hace caso. Se mantiene fiel a sí misma, incluso cuando Jorge Luis Borges, en una de las tantas caminatas que realizan por la ciudad, al escuchar el proyecto que tiene para su segunda novela, La amortajada, afirma que será de ejecución imposible, porque no se puede mezclar lo realista con lo sobrenatural. Pero Bombal no lo escucha y sigue escribiendo.
Con Borges comparte el amor por el cine, las idas a escuchar tangos a un restaurante después de cada tarde de película y la complicidad ante otros escritores. Una vez ambos van a cenar en casa de Guillermo de Torre. Durante la velada, De Torre se dedica a despotricar contra los escritores latinoamericanos, afirmando que ninguno valía nada. Borges ya había publicado tres libros de poesía y Bombal su novela. Ofendidos, pero sin perder el humor, le preguntan quién sería un buen escritor. De Torre saca de su biblioteca un libro dedicado de Azorín. Sin que el crítico literario se diera cuenta, pasada la noche, lápiz en mano, Borges y Bombal deciden rayar los márgenes de las hojas con anotaciones del tipo “cambiar adjetivo” o “error de sintaxis”. Nunca perderán esa espontaneidad y ese humor.
Cuando se publica La última niebla, Neruda ya no vive en Buenos Aires, porque ha sido nombrado cónsul en Barcelona. Bombal termina su novela en el Instituto Filológico, en una máquina de escribir que Amado Alonso le deja ocupar durante una parte del día. Será él quien escriba el prólogo de la edición chilena de esta primera novela, publicada en 1941 por la editorial Nascimento. Será él también quien se pregunte: “¿Por qué la crítica local no habrá anunciado La última nieblacomo un libro importante?”
La novela cuenta la vida de una mujer que se casa con su primo, al que no ama. Pero vive recordando un encuentro amoroso con un hombre a quien no conoce. De tanto repetir la imagen esta termina por disolverse en lo onírico, en ese no saber si algo fue real o no. La importancia de la obra se fundamenta en la creación de una atmósfera íntima, plenamente femenina, en donde se representan el gozo sexual y la experiencia sentimental de la mujer. Se habla del orgasmo femenino con estas palabras:
Su cuerpo me cubre como una grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me penetra, me envuelve, me arrastra desfallecida. A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué empiezo a quejarme, y no sé por qué me es dulce quejarme, y no sé por qué es dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis músculos.
La última niebla abría así un espacio de respiro a la mujer, en un año en que todavía carecía de derecho al voto.
Incluso el crítico oficial de la prensa chilena, el sacerdote Ignacio Valente, alabó la destreza de Bombal para construir el mundo trágicamente encantado de la narradora. A propósito de la cuarta edición del libro, escribió en 1969: “Frente a tanta literatura femenina que huele a reconstitución, que primero interpreta la experiencia con categorías abstractas tomadas del varón y luego retorna a disfrazarse de femenina [...], la intuición directa, poética y femenina de María Luisa Bombal se eleva hasta una cima no igualada entre nosotros, y aún significativa en el ámbito de la novela contemporánea toda.”
La materia prima de esta novela, bien sabemos, es su propia historia de amor con Eulogio Sánchez. Bombal afirmó en alguna ocasión que era un libro en parte autobiográfico, pues encontró en la escritura el espacio para exorcizar sus propios fantasmas. Y esa niebla, que de niña amaba, pero que de grande odiaría, fue el símbolo con que asociaría a Eulogio. Pocos años antes de su muerte, Bombal confesaría que en un momento de desesperación fue a ver a una adivina. A esta mujer se le apareció la imagen de un hombre saliendo de su casa, que retrocedía en su camino al encontrarse con una densa neblina. Al día siguiente, Eulogio Sánchez le canceló una cita, según él por diversos compromisos. Su sorpresa fue grande al enterarse por boca de Eulogio de que esa noche no pudo salir de su casa debido a la espesa niebla que cubría la ciudad. La niebla era su aliada y es en ella donde la protagonista de la novela encuentra el recuerdo del amante. Años más tarde, al enterarse del nuevo enlace amoroso de Sánchez, Bombal tomará una pistola y le disparará por la espalda en pleno centro de Santiago. Sánchez sobrevivirá, y ella se irá a Estados Unidos, en donde radicará por más de treinta años.
Pero volvamos a Buenos Aires una vez más y a la reciente publicación de su primera novela. Bombal vive sola en una pieza de pensión. Le hace llegar el libro a la escritora Marta Brunet, quien se encarga de hacerlo circular por Santiago. Importantes críticos de prensa le dan su venia. Alone destaca la calidad literaria en la construcción de un ambiente poetizado. Afirma que Bombal “escribe desde dentro, y las palabras le obedecen”. Por su parte, Ricardo Latcham afirma que esta novela “ha abierto una brecha en nuestro aburrido campo novelesco”.
Sin embargo, María Luisa Bombal se encuentra lejos del revuelo santiaguino, y apenas le alcanza el dinero para subsistir. Su gran amigo, el pintor Jorge Larco, cuyas ilustraciones acompañan la edición de la novela, le pide que se casen. Sería un matrimonio para escapar de la soledad, de la miseria, para ella, y que serviría de fachada, para él. Después de unos meses, la convivencia se hace difícil. Bombal ya no está tranquila, pasa tiempo sola, y para nadie es secreto que su esposo mantiene amoríos con otros hombres. Ella exige compañía y exclusividad en una relación que nunca pretendió ser más que amistad. Bombal escribirá en su siguiente novela: “entonces había conocido la peor de las soledades; la que en un amplio lecho se apodera de la carne estrechamente unida a otra carne adorada y distraída”. La separación es inminente y no estará exenta de conflictos.
Una vez separada, se muda a un departamento de un ambiente. En ese tiempo intenta escapar de la soledad, como si presintiera que esa sería la circunstancia en la que habría de morir, ya cercanos sus setenta años. Termina de escribir La amortajada en 1938 y Victoria Ocampo se encarga de la publicación en Sur. Al alero de la revista del mismo nombre publicaría más tarde también sus cuentos. Su nueva obra no pasa inadvertida y nuevamente recibe elogiosas críticas, tanto por su estilo como por su mirada particular.
Borges es el primero en afirmar que es un “libro de triste magia, deliberadamente surannée, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América”, echando por tierra su escepticismo previo.
“Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte”, afirmó Rulfo alguna vez. Bombal y su obra eran prueba de ello. Ambos compartían “una visión violenta y lírica del mundo”, según admitió Bombal después de leer Pedro Páramo. En su último encuentro en la Sociedad de Escritores de Chile en 1972, donde ambos fueron homenajeados, Rulfo le confesó que la lectura de su obra había inspirado varias calles de Comala.
Además de esas visiones sobre la muerte, Rulfo y Bombal compartieron una exigua producción literaria. Bombal afirmaba que escribir le costaba mucho, pero que era lo único que sabía hacer. “Lo difícil para mí no es concebir una obra, sino construirla y elaborarla: el trabajo de precisión.”
Sin embargo, Bombal veía en la escritura algo más, algo que era intrínseco a su biografía: “Me asustó siempre la soledad inmensa que envuelve al escritor, no creo que exista oficio más solitario; quizás por eso no escribí más. Me pregunto si alguien verá en la soledad un placer; yo no.”
Así, todo lo que hizo y dejó de hacer en su vida fue para escapar de la soledad, un vacío que llenó a veces, a ratos, con sus amores o con sus fieles amigas. Se sintió acompañada y feliz durante los treinta años de matrimonio que pasó en Estados Unidos al lado del conde Fal de Saint Phalle. Se sintió sola cuando su única hija Brigitte hizo su vida en Chicago gracias a una beca de la universidad. Se sintió sola de vuelta en Chile en 1974. Sola e incómoda, porque, para ella, una mujer debería vivir una vida en pareja, para el amor. Y ese amor le era esquivo. No es secreto que Bombal se hiciera acompañar por el alcohol durante varios años y cada vez de forma más persistente hasta provocarse daños irreversibles.
“De qué me sirve ser la autora de La amortajada cuando mi soledad es tan grande”, le confesó un día a una amiga cercana. Es la misma voz de Pizarnik que anota en su diario: “Sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran.”
Voz de herida abierta, profunda y dañina que en su escritura se hace testimonio y revelación, aunque María Luisa Bombal no haya vislumbrado su alcance. Entonces reescribimos sus palabras: “Debiera estar prohibido tocar la carne misteriosa de los muertos.” Sí, a no ser que ese acercamiento los haga despertar, a no ser que los traiga de nuevo a la vida.