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RECORDANDO A MARIA LUISA BOMBAL

Por Dolores Pincheira De Silva
Publicado en Letras Femeninas, Vol. 8, No. 2 (1982)
Asociación de Estudios de Género y Sexualidades; Michigan State University Press



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Mucho se ha dicho sobre la eminente escritora chilena María Luisa Bombal, recientemente fallecida, autora de las novelas "La Ultima Niebla", "La Amortajada", "La Historia de María Griselda", y de cuentos como "El Arbol" y otros. Su producción fue escasa pero la calidad de ella la hizo lograr transcendencia universal. Ha sido traducida en numerosas lenguas extranjeras, Argentina, Inglaterra, EE.UU., Checoslovaquia, Brasil, Francia, Suecia, Japón y Alemania se encuentran entre los países en los cuales su obra fue estimada y elogiosamente comentada.

Ya tales reconocimientos y adjetivos no la tocan en su inmovilidad amortajada. Lo que debimos haberle dicho cuando vivía, venimos, desgraciadamente a decirlo después de su muerte. Ahora yace quieta sobre la tierra que amó y a la cual entregó la gloria de su prestigio y celebridad literarios. Su árbol se desarraigó de ella, ese extraño gomero de ramas robustas y monumentales que la escritora identificó con su propia vida, hecha de sueños y anhelos imposibles. De ese árbol nos queda la semilla imperecedera de los valores espirituales que supo redimir y reimprimir, como esos grandes maestros seculares.

La 'abeja de fuego', como la llamara Pablo Neruda, fue uno de los más grandes y auténticos valores que ha tenido la literatura chilena. Partió al más allá sin recibir el reconocimiento nacional a que era justicieramente acreedora.

Narradora sin par, unida a un excepcional don poético, escribía con extraña y exótica maestría que aunaba de "un certero sentido de lo esencial y lo prescindible", como dijo el notable poeta Amado Alonso. Le bastó escribir "La Ultima Niebla" para que su nombre adquiriera resonancia singular. Esta celebridad se acentuó con "La Amortajada", dos años después. No olvidemos que su fama vino de afuera, Argentina, como ha sucedido con tantos otros escritores, entre ellos, el caso patético de nuestro Premio Nobel, Gabriela Mistral, cuya celebridad arrancó del Instituto de las Américas, en Nueva York. A María Luisa Bombal le vino directamente de los editores argentinos, quienes le dedicaron especial atención en 1935. Como en la Mistral, en María Luisa se da el caso de una escritora que entra con pie seguro. En ambas, las ondulaciones —que en la mayoría de los genios van del chispazo a la caída— en ellas no condujeron jamás al erial, sino a valles fértiles.

En sus dos extraordinarias novelas, María Luisa Bombal, estuvo lejos de toda otra escuela que no fuese la suya propia, su vida misma. Al igual que su ilustre congénere, no se la vio jamás plantearse problemas estilísticos porque ambas sabían de sobra la fórmula buffoniana de que, el estilo es uno mismo o no es nada, en definitiva.

De ahí que ambas sean absolutamente imposibles de ser imitadas, no de formar escuelas, como ha sucedido con otros notables escritores.

La Bombal contuvo todas las escuelas sin pertenecer a ninguna. Veraz, pero no realista; conocedora profunda del alma humana, sin ser psicóloga; fue capaz de traspasar las lindes irreales del ensueño y de la muerte, sin ser surrealista. El arte narrativo de María Luisa Bombal es único y original por no haber residuo alguno del naturalismo, empleado como disciplina permanente por la mayoría de los escritores de su generación.

Todo lo que pasa en sus novelas pasa dentro de la cabeza y del corazón de una mujer que sueña. El leit motiv es entonces "la niebla". Sorprende la riqueza sensual con que siente la niebla y la sencillez con que la expresa:

Me interno en la bruma y de pronto un rayo de sol se expande a través, prestando una dorada claridad de gruta al bosque en que me encuentro; hurga la tierra, desprende de ella aromas profundos y mojados.

La función de la 'niebla' es la de ser el fenómeno formal del ensueño en que vive la protagonista. La niebla, cortina de humo, incita a ensimismarse; a diluir el paisaje; atomizar los ruidos; se estrella contra la adversidad, lo cotidiano, y los transforma. Toda la felicidad soñada no es más que un palacio de niebla. Oigámosle:

Entre la oscuridad de la niebla, vislumbro una pequeña plaza. Como en pleno campo, me apoyo extenuada contra un árbol. Mi mejilla busca en la niebla la humedad de su corteza. Muy cerca oigo una fuente desgranar una sarta de pesadas gotas.

Aquí se siente conducida por la niebla, la unidad íntima de la naturaleza y la pasión, entrelazadas. El amar es el gozne de toda la vida síquica de esa mujer y en esa espera trasunta el gozo de lo natural, el dejarse invadir y transir por la naturaleza misma. Pero este gozo es de una suavidad procedente del mundo de los sueños, y surge de un ansia de amor humano, sin subrayar para nada lo erótico.

Murió como vivió. Recuerdos imborrables circundan su memoria: su sencillez, casi infantil, que imponía; su silencio de rumorosos olvidos y añoranzas. Eran rasgos prevalentes de su personalidad el no hablar nunca de sí misma, poseyendo un raro y magnífico sentido del humor. Modesta, jamás hizo sentir su superioridad intelectual sobre los demás. Así la vi, y así la sentí en las escasas ocasiones que estuvimos juntas. Un hálito de simpatía y una hondura de bondad la unía a cuantos la rodeaban. Algo curiosamente embrujante caminaba con ella. La habíamos leído con avidez en nuestra juventud, y releído más tarde, con el alma traspasada por el destino de sus personajes, perdidos también en una niebla de ensueños, sin creer que algún día la conoceríamos tan próxima a nosotros.

Así como yo, cuantas jóvenes y mujeres en su madurez, habrán sentido ese modo de fenómenos íntimos, como propios: la angustia de anhelos irrealizables, el sueño perpendicular del fracaso en el desencuentro tardío; la frustración del amor soñado; todo tan cercano a la imaginación apasionada de la mujer de vida interior, palpitante, soñadora como la suya.

Ella, sin quererlo, dentro de su santa humildad, fue el alfabeto maravilloso y triste de miles de historias pasionales, borradas por la 'niebla'.

Alone, en su Historia de la Literatura Hispanoamericana, se formula esta pregunta, con respecto a la maestría y originalidad de su mensaje:

¿Dónde aprendió esta joven de sociedad, en qué escuela, con cuál maestro su arte inmemorial y leve, esa lengua que lo dice todo y no se siente, que hace ver, oír, saber, como de una manera prodigiosa, entre angélica y demoníaca?

De polifacéticas capacidades, llegó a titularse en letras y filosofía, en la Sorbona; estudió violín y fué una destacada alumna; conoció las candilejas como aspirante a actriz, allá por sus años mozos; escribió guiones cinematográficos; trabajó como publicista en un laboratorio en Nueva York.

El amor y el sentimiento, las pasiones antagónicas y la desolación que entraron en su vida y la sacudieron profundamente como callado vendaval, las proyectó en su ámbito de 'nieblas'. Es ella misma con sus sueños; ella misma en una ensoñación inmaterial, paralela a los hechos reales. Sueño, poesía y 'niebla' se confunden.

Han prendido fuego a todos los montones de hojas secas y el jardín se ha esfumado en humo como hace años en la bruma. Esta noche no logro dormir. Salto del lecho, abro la ventana y el silencio es tan grande afuera como en nuestro cuarto cerrado. Me vuelvo a tender y entonces sueño.

Es ella misma, María Luisa Bombal en fin, la amortajada, la acorralada por la 'última niebla'. Viajera incansable de la pasión despedazada, de la desolación, de la desesperación por lo que pudo ser y no fue, la que dice de sí misma, anticipando su propio destino: Y en la oscuridad de la cripta, tuvo la impresión de que podía por fin moverse. Y hubiera podido en efecto, empujar la tapa del ataúd, levantarse y volverse derecha y fría, por los caminos hasta el umbral de su casa. Pero nacidas de su cuerpo sentía una infinidad de raíces hundirse y esparcirse en la tierra, como una pujante telaraña por la que subía, temblando hasta ella, la constante palpitación del Universo.

 

 

 



 

 

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Por Dolores Pincheira De Silva
Publicado en Letras Femeninas, Vol. 8, No. 2 (1982)
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