El destello
La palabra es el aullido de un muro
un retorno pedregoso a tus zapatos de acero
donde te rasmillas con el palpitar de la espuma
y la oscuridad se cuela en la grieta de tu diente de lobo.
La palabra desnuda abraza la ausencia
donde la cáscara de la rebeldía es una armadura de sal.
Acaricias la tristeza que se burla a tus espaldas
y las raíces del viento te erizan la tusa.
Pujas palabras donde encontrar el reflejo de tu linaje.
Evocas el naufragio de tu placenta hinchada
por donde navegó la vida y amaneció una playa.
La ironía del encierro entre barrotes de cal
los recuerdos de avena húmeda.
La palabra es el balbuceo del cometa.
La negrura es el morro del caballo atragantado de sombras.
En la medialuna de tu frente anclé mi dentadura.
La lengua busca una hebra
una veta del alba.
Una celda de muros transparentes
despiertan el vértigo del tiempo.
Los zumbidos de la historia atraviesan la frontera
la piel del mar se ha curtido de perlas.
En medio del desierto se coagula la tinta
el oleaje de la noche estremece el ámbar.
Las poetas tatuadas en sus alas de ceniza
iluminan la estrella de la piedra.
Lecciones de vuelo
La araña anida y eleva un muro de ecos.
Quedas suspendido en la memoria que elegí extraviar.
El pueblo trae sus secretos a mi ventana.
Lanzo la primera piedra
ante la mirada polvorienta de los incrédulos.
Por las puertas entreabiertas se cuela el conjuro de los muertos.
Miente el joven con su ferviente hastío.
Miente el hombre con su deseo insomne.
Miente la madre con su ardor congénito.
En cada palabra busco mi redención
en la redención encuentro mi designio
en los designios sobrevivo a tu muerte.
Subo los peldaños donde elegiste nacer.
La cuerda que exprimió tu suspiro
es el cordón que no pude cortar.
Te absuelvo de mi balcón afiebrado de rencor.
El dolor encostrado en la espuma de una cerveza
recorre los restos de tu naufragio.
No levantes un monumento
dicen que hacer algo grandioso está sobrevalorado.
Escombros
Habita una orilla donde las escaleras son de papel.
La única compañía son los chinches y las baratas
que trepan por los muros de la cordura.
Sus manos son un oleaje que arrastra silencios
dejando trazas de sal en los tejados.
Por las grietas del adobe se escapan los gruñidos de la noche.
Encadenada a esta tierra
espera a que las larvas festinen con su piel.
Aguada
Tanteo pintar con el cuerpo
bendecirte en la tinta
develar la sombra.
Se me escapa tu confusa geometría.
Sacudo un océano de tu ombligo
el sudor de la mancha y su atadura
la asfixia de la curva
el vacío de esta tela y sus hilos
las hormigas entre mis dientes
las migajas y sus plumas.
Sacudo la amargura de la trementina
y su repentina violencia.
La entrelínea de tus piernas tizna el aire.
Gota a gota sucedo sin futuro.
Acurruco el pincel, renuncio a la forma.
Embisto la frontera del cobalto
y estallo en moscas azules.
Galope nocturno
Por las costuras de la sombrilla escapa un relincho.
Las flores se evaporan
las repisas se inclinan
los callejones se tuercen
la muerte los espanta.
Teme que la dejen sola con los párpados zurcidos.
La noche arde en sus pezuñas.
Dios se ha emborrachado.
Herida
“Cuando procedo mal,
Anuarí castiga mis huesos,
atravesándolos del hielo de una carcajada sin dientes”
Teresa Willms Montt
Detenerse en la costra de la tinta
en el vértice por donde escapó el olor de las hijas
el láudano de su blusa
los ojos rebosados de plegarias
el olor a pan quemado que derrama Veronal
el tic-tac de las raíces mullidas
el rugido insistente de las estrellas
la presa que rasguña la entraña
el vals marchito
el candelabro de velas ahogadas
la pulga de su soledad
la mañanita de la madre tejida de repudios
el libro dormido en el cajón de la celda
el caballo de galope taciturno
la huella del barro en sus tacones de agua
el aleteo de la mecedora
las alforjas cargadas de rayos.
La espina hiberna entre sus vértebras
hasta que la muerte trague su lengua
y las flores ardan en sus manos.
Delmira
Hay apegos que tiñen las horas
con veneno y amargura
abrazos ortigados
que tatúan ladridos en la piel.
Que ser amante del caudillo es desgracia
las promesas de vida eterna acaban en la huesa.
Huye del halo macho
que vive entre altares y alabanzas.
Milagritos, malabares, mal de amor,
partió un día a subastar rencores
desgajada
con un calvario de dos mil años
sin voz, sin puentes, sin trenes,
sin huellas, sin flechas, sin anclas,
sin labios, sin vuelo, con verso.
Un recuerdo se burla de su sombra
y un ojo se encamina hacia la Cruz del Sur.
Profecía
Ataúd en vela congelado en el aire
en brazos
a la espera
de la última hembra que profana la tierra.
Las espinas descansan en paz.