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EL CEMENTERIO MÁS HERMOSO DE CHILE
De Christian Formoso
Por Marco López Aballay
-escritor-
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En el extremo sur de nuestro país encontramos un cementerio que asombra a quienes lo visitan: belleza, naturaleza y patrimonio son factores suficientes para declarar a Punta Arenas una ciudad turística e histórica, que -gracias a este lugar- da cuenta de un pasado glorioso y poderoso, basado en su imponente arquitectura y entorno natural que llena de orgullo a sus conciudadanos.
Christian Formoso (Punta Arenas, 1971) en su libro El cementerio más hermoso de Chile, construye, en un discurso sólido e intenso, la radiografía de este lugar que se desplaza en múltiples escenarios como fosas comunes, tumbas en abandono, pabellones infinitos, tomas de terreno, sepulturas expropiadas, cruces, ataúdes y lápidas con letras borrosas y de dudosa procedencia.
Desde la portada del libro -una fotografía en blanco y negro- apreciamos la estética del cementerio que sospechamos lleno de sombras lo cual nos coarta la alegría que venden las guías de turismo y televisión declarando este lugar como “el más hermoso de Chile”. De paso, un aire extraño y pesado invade las páginas de este camposanto que viene a nuestro encuentro, poco a poco vamos adentrándonos en sus pasadizos donde parecieran colgar miles de fotografías con cuerpos mutilados por la injusticia, el abandono y el dolor. En este libro resucitan muertos NN, personas de alguna etnia como los kaweskar, obreros, mujeres y niños que, como espíritus errantes, se apoderan de las palabras y versos del poeta. Sin embargo, la escenografía se extiende más allá de los límites del hermoso cementerio, lo cual implica, como bien nos lo aclara el escritor Sergio Mansilla, que el poemario sea “un relato de viajes que es, a la vez, relato de sueños y naufragios (…). El sujeto lírico se verá a sí mismo simultáneamente como barco y como naufragio, lo que por una parte lo vuelve voz en trayectoria y, por otra, voz encallada en el cenagoso fondo de los ríos de una historia de pesadilla”. Textos apócrifos, documentos históricos, crónicas testimoniales (desde la vida y la muerte), expropiaciones de sepulturas, son relatos que se van entremezclando con poemas, canciones y versos en que el poeta logra salir a flote y recitar en voz alta lo que ahora ve: un horroroso pasado que se desprende entre el aroma de los árboles, el agua, la tierra y las innumerables formas de la naturaleza magallánica. De esa manera, poco a poco vamos descubriendo el origen de aquel territorio inigualable, hasta llegar extenuados, al presente.
A mi parecer, uno de los capítulos más relevantes es Cantos funerarios de muertos transeúntes: Leonardo García, Miguel Bavic, Andrés Muñoz, Mario Villegas, Ángel Gómez, Ramón Yáñez y Gerarda Hernández, conforman un coro polifónico en que la muerte, la tristeza y la desesperanza se apoderan de la tierra que ahora los envuelve en su manto eterno. Dichos personajes se comunican con el entorno inmediato que les rodea, expresando vivencias y experiencia de muerte, en una panorámica en que se destacan -por un lado- la injusticia social, la discriminación, la pobreza (con todo lo que aquello implica). Y por otro, la oscuridad, el olor asfixiante de la tierra, cuerpos mutilados, almas errantes que buscan el descanso en este o en otro punto del cosmos. En dichas circunstancias nos da la impresión que el poeta es un médium que logra traspasar el pensamiento y acaso también los sentimientos de los sin voz. En simples palabras, Christian Formoso es una mínima luz que disipa las tinieblas.
Como toda gran obra, El cementerio más hermoso de Chile nos dicta varias coordenadas para interpretar a nuestro antojo los acontecimientos que allí se suscitan. Acaso la muerte sea la columna vertebral de este mapa gigante de la poesía chilena. Para finalizar, dejo con ustedes los versos de un ángel-niño, que deambula entre la niebla y el frío de Punta Arenas:
Yo estaba la casa vieja, jugando la orilla del río, y llegaba señor me decía ahora sí que te va a morir, ahora no se escapa sí, y yo sentía muy feliz porque él quería me dar moneda, y moneda era brillante de oro pero parecía, que la moneda era bolsa llena de ajo y estaba toda rota, y con el Claudio iba comprarme yo Poett, y yo se echaba todo la nariz y se Claudio ponía azul, y me daba beso la boca Claudio, le yo decía yo soy y él me seguía da beso, era beso largo, y mí se me empezaba y yo decía le no porque seguía , porque el Claudio era cabeza del hombre moneda, que me daba tarro y me decía, bájate pantalón y date vuelta, te doy otro y te traigo mañana, te das vuelta te doy tarro todo el día, cien más Poett lo día dijo, mil más dijo.