El año 2023, ad portas de la conmemoración de los 50 años del Golpe Militar, Ediciones Xilema de San Felipe, bajo la colección Testimonio y Memoria,publica el libro Las cosas en su lugar: carta abierta al almirante Arancibia (segunda edición), del autor Mario Sottolichio Urquiza (Talcahuano, 1948).
Dicha carta —convertida en un libro con fotografías del autor— fue escrita durante el mes de septiembre de 1999, siendo entregada al mes siguiente en las oficinas del Correo Naval de Valparaíso. Hasta el día de hoy —año 2024— no ha recibido respuesta. La motivación de este escrito se origina el año 1998, a partir de una entrevista de televisión en donde el entonces Jefe de la Armada de Chile, Jorge Arancibia, aseguraba que “en ningún recinto de la Armada se había usado la tortura en contra de chilenos y chilenas que se encontraban en condición de prisioneros/as político/as, en alguna de las dependencias de la institución”. (pág. 7)
Dichas palabras calaron hondo en Mario Sottolichio, víctima directa de torturas en dos periodos de su vida: años 1973 y 1976. De tal manera que se decide a escribir al almirante para ponerlo al tanto de los horrores acontecidos en esa época.
Mientras escribe, las imágenes de su martirio desfilan como en una pantalla gigante. El autor, dispuesto a enfrentar los fantasmas del pasado, dialoga con el almirante Arancibia, le describe sus estados de ánimo de hoy y de antes. Con nítidos detalles le muestra las escenas de dolor acontecidas en diversos recintos: el Gimnasio Naval, el Fuerte Borgoño de la Base Naval de Talcahuano, el Estadio Regional de Concepción, la cárcel penquista, el Fuerte Morro y Villa Grimaldi, Tres y Cuatro Álamos. Con sinceras palabras le señala que, en dicha carta, no existen sentimientos de odio ni de venganza que pudieran dañar el proceso de reconciliación tan necesario en nuestro país. El documento se convierte en un acto de confesión, como el diario de vida de un adolescente. Acaso un acto de amor en busca de la verdad y la justicia. Y un rayo de luz ilumina sus páginas que se abren al mundo.
En el subtítulo Para que me conozca, el autor se presenta y le cuenta que es el “hijo número siete de una familia de 12 hermanos. Hice mis estudios básicos y medios en el Colegio de Los Sagrados Corazones de Concepción y en el Liceo La Asunción de las Higueras. Mi licencia secundaria la recibí en el Liceo Nocturno de Talcahuano. Mi familia siempre tuvo un particular compromiso con la Iglesia Católica, la que nos llevó a tener un sentido muy especial del compromiso cristiano”. (pág. 15)
Más adelante le refiere que en su juventud fue dirigente de organizaciones católicas y en la Universidad de Concepción estudió las carreras de Filosofía y Periodismo, siendo truncadas con la llegada del Golpe Militar. Su primera militancia política sería en el MAPU del Partido Demócrata Cristiano, alcanzando puestos de responsabilidad en la estructura comunal. Aunque no perteneció a círculos “violentistas” en ocasiones pensó en un cambio del sistema imperante por medio de la “violencia revolucionaria”. Su formación cristiana, sumado a su naturaleza pacífica y sus estudios de filosofía le enseñarían a buscar “la razón por encima de la pasión”.
“Pertenecí a la generación que se arremangó las camisas y se puso día y noche a trabajar por el cambio económico y justicia social, que soñó que la rebeldía juvenil iba ser coronada con la cristalización de una sociedad muy parecida a las utopías sociales que poseíamos”. (pág. 17). Más adelante le confiesa que, a pesar de los errores cometidos y su trágico final los “1000 días de la UP” sería la época más enriquecedora de su existencia terrenal.
El Golpe Militar lo sorprendió trabajando en Santiago. El Presidente Allende moría en La Moneda mientras miles de chilenos eran transportados a centros de detención. Mario retornaría a su natal Talcahuano, a casa de sus padres, donde le llegaban noticias asegurando que lo buscaban agentes de seguridad. A mediados de octubre de 1973, la casa de sus padres fue allanada por unidades navales. Andaban en busca de armamento y material subversivo. Lo único que encontraron y se llevaron fue el libro La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán, dejando La sagrada familia de Marx por “tratarse de un libro religioso.”
En la madrugada del 12 de diciembre de 1973 fue detenido en casa de sus padres por dos detectives de la prefectura de Talcahuano quienes lo derivaron a la Segunda Base Naval de la ciudad. En ese lugar volvieron a su mente recuerdos de juventud: desfiles en honor a la gesta de Prat, campeonatos de fútbol donde representaba a su colegio, días inocentes que ilustraban alegría.
Después sería trasladado al Fuerte Borgoño, lugar que dejó una huella imborrable en su existencia, mientras sus pensamientos se disparaban: “¿Me enfrentaría a la muerte? ¿Sería capaz de resistir las atrocidades que se avecinaban? // Otros de mis pensamientos tenían relación con Dios. Hacía ya tiempo que me estaba alejando de Él. Muchas veces pensé que se había puesto del “otro lado”. Durante el gobierno de Allende la velocidad con que se producían los hechos no nos dejaba mucho tiempo para reflexionar o preocuparnos de los asuntos espirituales. Para nosotros, los cristianos comprometidos, la espiritualidad estaba en el diario quehacer junto a los pobres y marginados. Yo estaba convencido que lo que hacíamos era lo mismo que habría hecho Jesús si hubiera estado en nuestra situación”. (pág. 23)
Tales reflexiones le ayudaban a mantener vivo su hálito de resistencia. Eran sus máximas frente a una vida llena de valores, acompañada de una riqueza espiritual que no dimensionaba hasta ahora, cuando se enfrentaba a lo desconocido. De un momento a otro Mario fue amarrado a una especie de árbol o patíbulo. Y le informaron que sería fusilado por una orden de la Corte Naval que lo declaraba “traidor a la patria y un peligro para la sociedad chilena”. Le colocaron algo en el costado izquierdo, junto al corazón, y le ofrecieron confesarse con el Capellán.
Como en la Pasión de Cristo, el joven Sottolichio entregó su cuerpo a la cruz y aferrado a ella salvaría al mundo. Tal cual un Mesías, aceptó el llamado sin vacilaciones de ninguna especie. Y de sus labios titubeantes afloró una frase para el bronce: “si a Dios aún le queda paciencia con el ser humano, que los perdone, pues no saben lo que hacen” (pág.26)
“Y a continuación se terminaron los preparativos y se dio la orden de disparo. Sonó una ráfaga de metralletas lo que al instante me hizo tensar el cuerpo con mis brazos amarrados por la espalda. Con este movimiento pude constatar que ningún proyectil “había dado en el blanco”. En cinco segundos había pasado de la muerte a la vida. Desde ese momento nada de lo que sufriera más adelante sería comparable con la tortura del fusilamiento. Me sentía nacido nuevamente. La vivencia de esos 10 o 15 segundos me otorgaron un sentimiento de invencibilidad”. (pág.26)
Después de una pausa volverían las amenazas. El jefe del escuadrón le aseguró que la segunda ráfaga iba al cuerpo, aunque tenía la última oportunidad de entregar lo que ellos necesitaban: nombres y lugares relacionados con patriotas que, desde la clandestinidad, trabajaban por el término de la dictadura. Ahora lo interrogaban por el Plan Z (supuesto autogolpe que incluía el asesinato de miembros de las Fuerzas Armadas, carabineros, dirigentes políticos, opositores a Allende, periodistas de la oposición y sus familias, importación de armas, un autogolpe de Estado y el asesinato del propio Salvador Allende). “Recordé lo que había leído en la prensa oficialista sobre el “maravilloso” invento del Plan Z. Mi reacción fue irónica y les pregunté si creían efectivamente en él” (pág. 28)
Finalmente anunciaron que las autoridades de la justicia naval habían cambiado la pena de muerte por el presidio perpetuo. Y mientras lo trasladaban recibió una paliza con toallas mojadas. De pronto lo amarraron y lo conectaron a una serie de cables eléctricos, introduciéndole uno por el pene. Le preguntaron por el nombre de su polola, y en vista que no lo pronunciaba, le obligaron a deletrearlo lentamente, repitiendo cada letra que ellos le dictaban. “Cada letra era un golpe de corriente que iba en aumento. Lo mismo pasó con su dirección, desgraciadamente para mí, ella vivía en una calle de nombre largo”. (pág. 30)
Tortura e interrogatorio se complementaban con dolor y sadismo, con luz y oscuridad, amor y odio, risa y llanto. Un túnel sin escapatoria ni final. Los torturadores querían nombres, direcciones y sitios de arsenales clandestinos. Pero el joven Sottolichio seguía la ruta del silencio. Solo contra el mundo, sin una mano que lo arrebatase de tanta crueldad y alevosía. En tales circunstancias el torturado agudizaba sus sentidos mientras recordaba cuando en la Base Naval un guardia le había entregado un manual para enfrentar una tortura. Aquel documento contenía métodos para salir airoso del acoso físico en un interrogatorio. "Uno de los consejos que practiqué fue no escuchar las preguntas, sino concentrarme en mi propio cuerpo y repetirme una y otra vez que era el precio de la lealtad y el amor a los propios ideales". (pág. 31)
Después fue trasladado al Estadio Regional de Concepción y entre los meses de enero a octubre de 1974, permanecería en la Cárcel de Concepción, hasta ser liberado con la condición de una firma mensual.
A principios de 1976 volvería a ser detenido, ahora por agentes de la Marina, quienes lo interrogaron por su relación con personeros de la Iglesia Católica con el objetivo de denunciar a los obispos y sacerdotes “comunistas” que estaban infiltrados en la Iglesia. “¿Se podía afirmar seriamente que los obispos Aristía, Camus, Contreras o Silva Henríquez eran comunistas y que también lo eran el Padre Vial o el Cura Puentes?”. (pág. 34)
Ahora las técnicas de tortura eran más refinadas, con apremios psicológicos muy bien estructurados. Apenas vendaron sus ojos lo trasladaron a una especie de túnel subterráneo, donde procedieron a desnudarlo, amarrándolo a un catre de fierro, conocido como “la parrilla”. Nuevamente conectaron su cuerpo a cables eléctricos, procediendo a una serie de interrogatorios que no llevaban a ninguna parte. “Debo confesarle que esta segunda experiencia me produjo más miedo que la anterior. Era el tiempo de los desaparecimientos de personas o de las ejecuciones nocturnas. Recuerdo que cansados de “gastar” electricidad me llevaron a la parte exterior y me colgaron de un árbol boca abajo e introducían mi cabeza en un tonel lleno de “aguas sucias”. Pasados algunos segundos me retiraban, me golpeaban el estómago para vaciarlo y me sumergían otra vez, era el famoso submarino. Así pasaría horas, no recuerdo si dos, tres, cinco… no sé”. (pág. 35)
Enseguida repetían el ritual de “la parrilla” y en ese intertanto aparecía el típico “torturador bueno”, que aconsejaba responder a las preguntas ya que, de lo contrario “lo que vendría sería peor”. Sólo él podría ayudarlo y si estaba dispuesto a “colaborar” no irían a buscar a su madre, y él hablaría para que lo dejasen tranquilo. Él sabía que “era un buen chato”, que pensara en su polola o en alguna mujer, etc. “Debo contarle que ahí tuve un pequeño percance que tocó brutalmente mi dignidad humana: me defequé amarrado en el catre. ¿Puede usted imaginarse eso?” (pág. 37)
Días después junto a otros dos detenidos fue trasladado a diversos sitios de detención: Cuartel de Investigaciones de Concepción, Villa Grimaldi, Cuatro Álamos y Tres Álamos. En el mes de septiembre de 1976 fueron dejados en libertad. Ocho semanas más tarde Mario Sottolichio abandonaba Chile rumbo a Alemania, donde pasaría 13 años en el exilio.
Conmovedor testimonio de uno de los miles de chilenos y chilenas que sufrieron tortura y exilio en nuestro país y todavía buscan respuestas a tanta crueldad. Curiosamente Mario encontró respuestas en el amor: su vocación de servicio frente a niños/as, jóvenes y adolescentes lo ha elevado a las alturas. Acaso un Cóndor, “ese que infla su pecho, abre sus alas, mira al horizonte y se marcha a la conquista de nuevos aires y metas”.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Las cosas en su lugar: Carta abierta al Almirante Arancibia"
de Mario Sottolichio Urquiza.
2da. Edición, Xilema ediciones, San Felipe, 2023.
Por Marco López Aballay