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ÉGLOGA DE LOS CÁNTAROS SUCIOS
De Oscar Barrientos Bradasic

Por Marco López Aballay
-escritor-


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La escenografía de este poemario la constituye el cauce de un gran río que, tal cual lo sugiere su autor, “sueña con ser un océano”. Al acercarnos al agua, percibimos el espíritu alicaído de la corriente que ahora permanece estancada entre las avenidas de una ciudad que crece día a día, la que abandona al río a su suerte, transformándolo en un animal que se niega a morir y que da señales de vida en territorios inimaginables, como subterráneos, puentes, pozos o napas, cuyos brazos se extienden -desesperados- hacia el mar.

Oscar Barrientos Bradasic (Punta Arenas, 1974) es el poeta que se atreve a cantar bajo las aguas tormentosas de este río inigualable. Con su obturador va captando el detritus de la ciudad, la putrefacción y fetidez que sus habitantes desean olvidar, utilizando de esa manera la generosidad y silencio de esas aguas que parecieran cargar con todas sus culpas y miedos.

Paralelo a ello, poco a poco se nos van revelando imágenes fantásticas y llenas de sabiduría, conllevando símbolos literarios, religión e historia universal. Es así como encontramos alusiones a Víctor Hugo, los jardines colgantes de Babilonia, Heráclito de Éfeso, Caronte y Juan el Bautista, junto a ellos vemos escenas de seres vagabundos, locos y soñadores de un mundo mejor, acaso extraviados en otro tiempo en que el poeta los divisa desde esta orilla, rescatando su esencia que va de paso por estos lados:

Ahí va el río como un mar tristeza soñando
la civilización de los pordioseros solemnes
que descansarán en la orilla cívica de Punta Arenas,
al camino que recorremos de noche, embriagados, de tanto
recordar tu cauce,
tu carácter de deidad con las quimeras empapadas de ceniza, de oro,
de príncipe mendigo hermano de los gatos silenciosos,
romanos o con tiña,
todos maullando tu himno que se
pierde hasta perderse.

Ese que ves ahí
es un pordiosero con un collar de tarros envueltos en el torso,
un mártir cualquiera de una catedral europea,
lleva esos grilletes amarrados al espíritu
como un escapulario cromado por el sol.

Considero necesario, debido a lo expuesto más arriba, citar algunas palabras de Juan Mihovilovich:

“Es posible, que Heráclito no pueda verse, precisamente, en éste río, y no sólo porque ni uno ni otro son los mismos, sino también porque la “suciedad” que involucra al observado y observador impide, probablemente, verse. O bien, se vean tal cual son. Y, aun así, en el ejercicio soberano del cauce difuso de los ojos del transeúnte rebotan sobre sí como un bochorno repentino, como un espejo de aguas trizadas río abajo. ¿La asunción de la culpabilidad, tal vez? ¿el espejo vergonzoso del autorretrato?

Por otra parte, obedeciendo a la ironía como un recurso válido ante la inmensidad de este paisaje un tanto desolador, nos encontramos en el camino con un notable poema en que se manifiestan elementos de la cultura popular, símbolos universales, noticias, y canciones que se arremolinan cuesta abajo, proporcionando una mixtura de componentes que enriquecen la lectura y visibilidad. El poeta canta, dialoga, ironiza con quienes lo acompañan en este peregrinaje de siglos, donde la única salida es la inmensidad del mar. A continuación, transcribimos algunos versos de esta égloga:

DIÁLOGO ENTRE EL RHIN Y EL RÍO DE LAS MINAS

R.  Pero qué desarreglado os encontráis
M.  qué más da, ya casi soy agua servida
R.   triste surco que pasa por la vida…
M.…sin un poeta que pregunte cómo estáis.
R. Que nace mi afluente en San Gotardo
M. y el mío en el orín de los borrachos.
R. Sigfrido me surcaba sin empachos
M. a mí un guarén tiñoso de ojo pardo.
R. Es linda la vida.                M. Sí, cuando llueve.
R. Pareces triste.                  M. Estoy acostumbrado.
R. Escucha Wagner             M. Mejor, Lucho Barrios
Que todo el mundo vive como puede
es que la utopía nos ha engañado
son sólo signos, momentos, estadios.

Así se desenvuelve en estas hojas el río de las minas de la lejana Punta Arenas, conllevando vida y muerte, alegría y tristeza, lucidez y cordura, claridad y turbiedad, codicia y desesperanza, ante la corriente que representa el tiempo y la historia de este esqueleto gigante, el cual se revela ante una ciudad -como la mayoría de nuestro país- que crece por instinto, casi por accidente y en desorden. Y su presencia, finalmente, desentona frente a la brillantez de sus edificaciones modernas.

… iluminando los imperios que descansan bajo el mar,
llegarás al mar,
río de lágrimas sucias,
intestino de la ciudad amurallada,
cántaros de la melancolía infinita, llegarás al mar,
allá donde alguna vez se despeñaron las palabras
y no volvieron.

Al reflexionar acerca de ésta égloga, veo cierta similitud con “El cementerio más hermoso de Chile” de Christian Formoso, en el sentido que ambos poemarios descubren la historia oculta de su amada Punta Arenas. Acaso la poesía envuelta en su lenguaje, sea la única forma de aproximarnos a la realidad.



 

 

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Égloga de los cántaros sucios, de Oscar Barrientos Bradasic.
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