Lo que sucede con Herrera Alarcón es alarmante, y lo digo porque su escritura es adictiva, juguetona, irónica e inmensamente seductora. A momentos lo imagino desnudo escribiendo poemas de amor sobre un piano de barro bajo la lluvia de Labranza. Lo veo lúcido, como profesor de enseñanza media abriendo sus venas en la biblioteca del pueblo, cuyos únicos libros son de su autoría. Es el dueño y señor de las letras doradas de Temuco. Un ejército de cabros chicos se pelea sus versos que huelen a cocaína, a sol, alcohol, cadáveres, orina, sexo. “No pedí este premio pero lo recibo / con una soberbia infinita: he resucitado / y camino otra vez sobre las aguas del Toltén / subo otra vez al Olimpo y en la cima arengo / a mi pandilla escéptica”. Eso nos dice en el capítulo El inútil premio de la eternidad. Pero vamos por partes, despacio, que las palabras giren al ritmo de Adicciones y Fobias, quiero decir aterrizadas, lentas, amables. Como un caudal de agua dulce y sin gas. De esa manera el libro se digiere con ganas, con credibilidad en el discurso (¿o anti discurso?) que el poeta anuncia en tierras solitarias donde nadie pareciera oírlo, excepto sus oídos y su mente abierta a lo que afuera y adentro sucede. Porque su poesía es para adentro donde se mezclan presente y pasado conviviendo en armonía sus pesadillas, delirios y realidad. Aunque también su poesía es para afuera, cuyos brazos agarran objetos que giran sobre su cabeza llena de estrellas que chispean a lo lejos. Los objetos -tangibles y reales- ubican a las letras, las ordenan y ellas encuentran la luz al final del túnel. “Duermo dentro de la luz y me dejo acariciar por un enjambre de candelillas de oro // Evito viajar a pesar de que soy la luz / Evito moverme porque estoy cansado / Cómo deseo haber sido un piano estático / Esperando unas manos piadosas / Cómo quisiera haber sido un anillo / Que una mujer pierde en un río / Imagino (cuando cierro los ojos) / que mi corazón es una lámpara / Que mi dios es una luciérnaga de oro / Que mis padres no son ciegos”. La luz ilumina estos versos bajo la lluvia; poemas y palabras que configuran un santo rosario que el profeta lleva a cuestas en las doce estaciones del libro, mientras recibe latigazos y escupitajos con olor a tinto y a blanco. Pero el maestro sigue adelante, a pesar de las dificultades la poesía salva, aunque sea por un rato. “Yo ando en una onda espiritual en la que creo poco / Y a veces creo nada / Yo ando en una sintonía fina con el yo como paño de guaipe, el yo / Como una trinchera llena de abejas / Para no autodestruirse mi yo machaca membrillos / Llena botellas de ron con semillas de girasol”. La bajada es un juego de naipes peligrosa y se baraja en soledad. Sus contrincantes son demonios, arcángeles, máscaras del bien y el mal que ahora se presentan como poemas muertos. “Mi trabajo es destruir, echar abajo. / Desde la mañana comienzo por entrar en la luz y por dentro repetirle que / no vale nada el resplandor, que la quemadura de la nieve o el brillo de la / llama es basura, una mentira seguramente fabricada por el día, que todo / lo confunde. Luego entro en el sol convertido en un ave mezcla de tedio, / robot y prozac y allí adentro y ya siendo un ave fría y calculadora, le / inyecto vino con ñache y lo dejo coagular hasta que se apaga”. Un poeta experto en el arte culinario, con variadas recetas de carne, sangre y eyaculaciones diversas. Herrera Alarcón dispara sus ideas en este libro que asemejamos a una erupción volcánica, cuyas cenizas caen como orgasmos, en nuestros sueños de cuna. Su visión de mundo se sostiene en pensamientos fragmentarios, recuerdos difusos, vivencias ruidosas, paisajes e imágenes que logran cuadros musicales a medida. Como un director-actor busca escenas perdidas en un cajón de recuerdos inútiles y que, a través del ejercicio poético, logran un propósito, un sentido de escritura que vale la pena experimentar: Mi poesía política se entretiene mirando a unos niños que serán torturados en 10 años más / Y que ahora juegan en los columpios de una villa proletaria. / Cuando escriba mi poesía política habrán pasado varios años de la oscuridad y habrán muerto también / en su mayoría los protagonistas más importantes de esta historia. / Mi poesía política ahora se divierte mirando el memorial de las víctimas detenidas y desaparecidas / Frente al cementerio municipal de Temuco. / No encuentra su voz y pasa de largo por Balmaceda hacia la feria / Allí, frente a la pescadería / Piensa en las musas arrastradas por la corriente”. La fuerza centrífuga de sus poemas convoca a mundos paralelos, imaginarios, lecturas viejas y nuevas, emociones que entrechocan con el pensamiento poético o la rigidez del pentagrama final. Escritura en el precipicio de lo absurdo, anecdótica y acaso divina. Algunas piezas, a momentos, parecieran no encajar en el poema, aunque sí en la lectura que sigue una frecuencia ilimitada y fuera de control. Adicciones y fobias / es un libro de medicina que leo como ficción / como novela rosa / como vulgar tratado de esoterismo / escrito por un adicto lleno de fobias / que de niño se hizo adicto / hasta que su vida se convirtió en subir ascensores / para llegar a bares / que cada vez estaban en los pisos / más altos de las torres / así se transformó en lo que en Chile / llamaríamos un curadito / cuya mística es comer huevo duro con merkén / dormir rodeado de perros y gatos sobre cartones corrugados”.
Sus poemas íntimos, cargados de una extraña emoción, parecieran dictaminar su misión terrenal. Una herencia familiar que debe seguir el curso de los acontecimientos: nacer, amar, procrear, escribir, morir. Seguir la ruta sin mayores cuestionamientos. Como una pieza clave que permite una lógica de vida, un cronograma, un pentagrama con errores y aciertos: “El río Amur es bastante más impredecible que el Puello que es apenas un hilo de agua que baja desde la casa de Fernanda -inicio del delta- hasta los brazos de Yasna, donde va a morir. Hija y madre son los extremos de este río que amo. Donde me sumerjo. Donde me ahogo. Donde me dejo arrastrar por la corriente. Donde naufrago y soy salvado por ellas”.
En este punto me imagino al poeta arrodillado ante un confesionario, o en la consulta de un psicólogo que le recomienda escribir hasta que las manos duelan, la cabeza cruja y los dedos huelan a pétalos como las de los santos católicos. La misión del poeta consiste en ordenar los acontecimientos -al menos los personales- que se repiten en serie o en círculos que vuelan al infinito. Herrera Alarcón es consecuente: poesía y vida se sostienen en la cuerda floja de su existencia. El resultado de tamaña empresa supera toda expectativa: “Quieres café papá? / Necesitas que te limpie la baba? / Necesitas que te hable más fuerte? / Necesitas un cojín para apoyar la cabeza? / Quieres que te hable de lo que escribo? / Quieres agua? / Te darás cuenta si me tomo esta botella de vino / que está hace días sobre la mesa? / Te molesta si duermo mientras te quejas / Y dices palabras inconexas? / No tuve tu fe y aquí estoy, escuchándote. / Tus quejidos son mis palabras. / Tu olor a orina son mis palabras. / ¿Quieres que te limpie el culo con este poema? / No deberías confiar en este hijo que te cuida / Y presiento que no confías”.
A momentos intuimos una actitud acaso infantil del poeta. Un mecanismo de defensa ante los acontecimientos catastróficos. Una reacción natural del artista y su circo en llamas que cae al precipicio. Ricardo Herrera se hace cargo de las heridas de su crucifixión. Sostiene, con orgullo, la corona de espinas sobre la cabeza de sus poemas que le recuerdan su origen: “así me hicieron, supongo, en la oscuridad hace ya tantos años / imagino a mis viejos, tan jóvenes, tan bellos, buscándose en una cama / de fierro, con huinchas / sin tv en la pieza / solo la oscuridad y el paraíso de amarse”.
Imaginamos su nacimiento como bala loca envuelta en ácido amniótico, saltando de un lugar a otro: del paraíso al infierno, donde un día caminará a sus anchas leyendo – escribiendo lo que se le venga en ganas. Un mapa de letras que caerá al desagüe de la ciudad maldita. Lo importante sea acaso llegar a la meta, a la estación del último sobreviviente, donde deberá reconocerse feliz o derrotado, lúcido o loco, rabioso o apacible. Todo dependerá del lenguaje y su semilla: No diré palabra sobre el tiempo / Es un viaje de placer y nada me apura / La santidad no es una condición que persiga / Soy un mendigo y trabajo con materiales de desecho / Pienso en mí como un asiento de terciopelo / Como una azafata sonámbula que recorre los coches / Con los ojos convertidos en dos linternas verdes. / Hace veinte años que no entro a una iglesia. / Pienso en mí como una taza de café que un ángel sopla / Para no quemarse los labios: / No diré una sola palabra sobre el tiempo: / Viajo en tren / Y nada me apura.
Fiel a sus pasiones, el poeta conquista el mundo en sus días de juventud, atraviesa las paredes de sus libros favoritos, salta de un poema a otro, se saca la cresta escribiendo, se enreda entre líneas y versos, invoca a los siete jinetes del Apocalipsis, dispara al arco, se cruza en el camino con amantes de turno y amigos que le chupan la sangre y los calzoncillos. La juventud es divina y no se equivoca, los poemas desparraman la belleza y fealdad del paisaje, las palabras se cruzan como flechas de fuego y el poeta las atrapa empapado de sudor, sangre y semen. Pero nada lo detiene, excepto los fantasmas de la enfermedad y de la muerte. “Pero te has muerto esta mañana / Sin la menor delicadeza de esperar / Aun cuando había anunciado mi visita / Ayer tarde desde una cabina / No puedes llegar sin anunciarte, fue el reclamo / un día que aparecí mojado / con un paraguas roto en las manos / Creyendo que era el tiempo y no el amor quien llegaba / A esas horas de la noche a tu casa”.
Estos poemas los leo como una novela, una crónica loca, un paisaje de plástico al interior de un microondas, una comedia en madrugada, un diario de vida pasado a marihuana, un cuadro de Edward Hopper, una úlcera duodenal doble que chorrea pétalos negros sobre una bacinica. Escenas que conmueven y perturban mi mente psicótica. Herrera Alarcón apunta al blanco de mis pesadillas, y lo veo como un ángel vestido de lentejuelas que viene a mi rescate y lo saludo. “Pasa. Hace frío y estás mojado / Tienes la cara de quien ha dejado a una mujer, en un café, llorando / O ha consagrado sus últimos días a limpiar un acuario en su cerebro. / Hace tiempo quería habla contigo / De tus adicciones y fobias y esos amigos / Que de seguro te llevarán a la tumba”.
Pero insistimos en la luminosidad de estos poemas como una aliada, una amiga que espanta los días oscuros y fríos del sur. Una búsqueda desesperada que, a través del papel, logra un rol preponderante en estos versos sangrientos. Acaso sea la fórmula perfecta para lograr el equilibrio entre el poeta, el hijo, esposo, padre, profesor, amante, amigo, enemigo, hombre ilustre de la tierra desolada y lluviosa, aunque no menos mágica de un sur que invade los rincones de este libro.
Pero Herrera Alarcón dispara versos a otros puntos cardinales de su existencia. Hay tanto que contar y escribir. Tanto material que escapa de sus manos. Echémosle la culpa al tiempo, al ocio, al carrete de los viernes, a la soledad que machaca su mente todopoderosa: “cada letra es un minuto, cada palabra una hora. / El lenguaje es la máquina del tiempo, le digo. / Me acosté con tres años y desperté con cincuenta. Así pasan las cosas, dice / madre, abriendo las cortinas: levántese hijo, es hora de envejecer”.
Asciendo al tren de la lectura y de un impulso subo al carro de los derrotados. Al fondo, a la izquierda, diviso a Herrera Alarcón: tiene mil años y escribe como animal. Una voz en off nos advierte: “No somos nadie para preguntar a dónde se dirigen. / No somos nadie para intentar saber por qué permanecen aquí”.
Poemas de Adicciones y fobias (Bogavantes, 2021)
Huidobro
Sin Huidobro hubiera sido
un mago surrealista haciendo truco en las cantinas,
un doctor honoris causa entre las ruinas de una universidad bombardeada,
un extraterrestre que pasa a caballo
con las obras completas de Altenor Guerrero bajo el poncho,
el último payaso de la aldea
limpiando el maquillaje de mi cara con vino blanco,
la costilla de cerdo sin un gramo de carne
que arrojo a los perros bajo el parrón del espanto,
un volantín que se quema a medianoche sobre la ramada
donde baila el niño tartamudo con la pincoya y el relámpago,
menos que un príncipe, mucho menos que un árbol torcido
con todas las raíces al aire,
un vaso de vino que un poeta etnocultural sostiene en la mano
mientras se queda dormido en la silla,
un pescador sofisticado arrojando sus redes de filigrana
en un mar seco o un océano de cuero,
un aeroplano del calor perdido en una antártica brumosa,
un zepelín congelado que cae y se hunde
en un pantano de aserrín y caviar, apagando todas sus luces,
un atleta que corre la maratón con un río de lava a sus espaldas,
la lechuza de un bosque artificial dormida sobre un árbol con luz propia,
un sacerdote mitad humano mitad bestia cuyo único siervo es un espantapájaros
que lo ignora mientras observa al trigo devastado por el temporal,
una gramática azotada por el lenguaje de los pájaros,
el alfabeto cifrado de los escarabajos,
el poco soportable idiolecto de un tipo de viento que azota las palmeras,
un traficante de oscuridad, lluvia o cochayuyo, escapando del Crítico Único,
el piloto automático de un avión con destino al Olimpo,
el profeta de una iglesia donde los fieles son gusanos
y el dios las obras incompletas de un escritor prematuramente desaparecido,
una gotera infernal tratando de perforar un acero que solo cede a la caricia del ácido,
un navegante dormido a la orilla de un charco,
un tubo de oxígeno vacío en hospital vacío donde pasan camillas vacías y se arrastran bolsas de suero,
un faraón construyendo una pirámide invertida,
un jinete sin cabeza y sin leyenda, un cuatrero del espacio
saqueando naves, estaciones abandonadas, planetas que aún no han sido descubiertos,
un boxeador que usa yeso en el vendaje de sus guantes,
un director de películas de terror que no puede dormir por las noches,
un mimo en una pieza a oscuras, un demonio perdido en el color calipso,
una manzana de la discordia que se disputan las casquivanas de un burdel rural,
una lluvia de meteoritos que los borrachos ignoran mientas conversan de fútbol,
una estatua de adobe al que el granizo no perdona su insolencia,
un poeta objetivista leyendo a Corín Tellado frente a las costas de Mehuín,
una cría de cuervos que picotea los ojos de un ave de acero,
la rueda de Duchamp girando eternamente tras la catástrofe,
el alguacil sin rostro de un pueblo fantasma,
el Imperio mular de Cantinflas comiendo prietas con puré picante,
la sala de clases donde improviso un poema modernista frente a los alumnos calcinados,
el salmón que se pierde en la correntada y desova en el pozón más oscuro del río,
una bestia atolondrada que arremete contra el alambre de púa creyéndole una nube,
un viejo computador apagado lleno de archivos y virus, arrumbado en una caja platanera,
la envidia frente a la grandeza ajena, el antídoto vencido por la rabia y el veneno,
el escupitajo contra el rostro y no el polvo del suelo,
el pez que recuerda por última vez el azul mientras se revuelca en el buche del pelícano,
una caverna donde las imágenes falsas juegan a tener mi rostro,
un antipoeta depresivo condenado a cazar y actuar para una tribu diezmada,
sin Huidobro habría sido
un sol que no permite que le miren a la cara,
Sin Huidobro habría preguntado
¿volvieron?
Y me habría quedado perplejo, pensando
Que nunca nadie regresa
Que uno mismo es un cofre y no una pampa
No un cielo cruzado de cambuchas
No un mar bendecido por el naufragio de una monarquía,
Sería un hongo alucinógeno, una planta que adora el decomural,
Una luz argentina que no viene ni va ni está detenida y que desecha la idea de ocultar
Y ser a perpetuidad la excusa de la sombra,
Me habría muerto escribiendo madrigales,
Me habría declarado loco, habría viajado a Europa en barco
Con una vaquilla para dar leche fresca a mis hijos o hacer asados en cubierta
Habría escrito caligramas, pintado poemas, tristes manifiestos mientras me cortaba la cara,
Habría sido un ¡ay! Lastimero, un ¡oh! Amoroso
Las cenizas de un libro que comenzó escribiendo un fauno y terminó un sátiro
Un asesino en serie amante de las vanguardias, un admirador de Stalin,
un misil que cruza el Atlántico para alcanzar el corazón del hombre
Andaría viendo el mundo como es el mundo: plano, chato, sin relieve ni forma
Y no como esta esfera luminosa que sostengo entre las manos.
Teillier
La quema de pastizales se ha escapado de las manos y amenaza el bosque.
Espero la llegada de la lluvia y que todo pase.
Yo anduve esa oscuridad. Fui náufrago y me hundí tras beber con los piratas.
El sendero de la luz ya no me es esquivo ni le falta combustible a mi lámpara.
Me sobra el tiempo para ver girar la rueda.
Nadie tiene rostro cuando pasa a mi lado
Pero a la distancia puedo ver a mis padres, mis hermanos, mis amigos.
Espero que broten los árboles que he sembrado al fondo del patio.
Tienen forma de corazón y barcos que son algunas formas de mis sueños.
Yo que no tengo patria he encontrado en tu silencio un territorio que no necesito fundar.
Allí abandono, a la buena de Dios, los primeros deseos y las últimas lunas
Sobre el cielo rojo del valle.
Allí también te asemejo a la sed y el hambre
Al pez que se acerca al anzuelo por locura e instinto,
Por torcer el destino que la corriente le ha regalado.
A ti te hablo, medusa. Así abandonan los dioses del hogar a sus hijos,
Así se detienen los trenes en mitad de la noche para que suba
Y sea el único pasajero de regreso a la infancia.
No me excuso por haber perdido llaves y pasaporte,
Los que viajamos alejados de la bandada no exigimos ruego o redención en la Estación de
[los Desamparados
Ni volvemos a reclamar el abrazo de una extraña en los muros de un cementerio
Para otros se abrirán esas puertas que no deseamos cruzar.
Aquí nos dejen
Ayudando a sacar las crías del vientre a una leona
Hirviendo la chicha en bronce y carbón de piedra
Atenazando las tortillas en la ceniza para que el hambre de nuestros hijos
Se transforme en el corazón de la harina.
Pido me abandonen en un pueblo donde se pueda alcanzar la santidad sacando truchas del
[estero
Que la taberna no sea mi destino sino apenas un horizonte del que me alejo y acerco a mi
[antojo
Que la conversación fluya como una fuente subterránea que mezcla entre sus minerales
El oro y el silencio en partes exactamente iguales.
Esto fui y no me arrepiento:
La casa que el relámpago destruye y la lluvia vuelve a levantar,
La marmita que el fogonero calienta en la caldera mientras afuera la nieve cambia de
[nombre,
El río que no teme repetirse sobre el cuerpo desnudo y amado,
El salmón que saltando contra la corriente regresa a la taberna liberado de toda amarra,
[toda oscuridad,
El sueño del pescador dormido sobre sus redes,
Un libro prohibido que las sacerdotisas leen tras los grosellales,
El aromo que mueve lentamente sus brazos para no despertar a los gorriones,
El ángel al que persiguen los gansos por los eternos caminos del verano.
Yo es el otro
1
Hay días en que me levanto Enrique Lihn
Soy E.L.
Ando con cáncer todo el día
Con sombrero de copa
Con cara de asco
Y odio a Teillier.
Me acuesto con una periodista veinteañera
Que me hace preguntas absurdas sobre cómo cambiar el curso de los ríos
Soy un Lihn sin bigotes y obsesivo
Que pasea vestido de cura por mi depa
Con un habano sin encender
Soy un Lihn jovencísimo, flaco, histriónico, pedante, ultramarxista
Que acaba de fundar un subte donde voy a dormir
Que acaba de fundar la Universidad de la Pantomima
Donde enseño las Artes del Birlibirloque
Y ahora como pescado crudo y ensayo una sonrisa para la posteridad
Una posteridad donde soy el crítico único y el poeta único
Que pasea entre las cenizas humeantes de los poetas calcinados
Soy Enrique Lihn Carrasco
Pude haber pintado el cielo pero preferí escribir
Sobre la tierra húmeda
Con mi falo de oro.
2
Hay otros días en que me despierto Pablo de Rokha
Lleno de hijos, con un hambre voraz
Con mi boina mis lentes de marco grueso
Soy un comunista pendenciero
Que compra cada día una chuica de vino
Que voy vaciando entre el almuerzo y la cena
Me he tatuado uñetas de vaca en el estómago
Una hoz y el martillo en el pecho
La cara de Sor Juana en el brazo
Me hago todos esos tatuajes porque soy un presidiario
El preso total y absurdo en una realidad obtusa, canuta y moralizante
Cuando haga nacer el nuevo mundo
Por fin seré el Hijo de Satanás
Que rechaza el Premio Nobel Alternativo
Y abraza la eternidad de los suburbios rojos.
3
Ayer me levanté Neruda
Me deslizaba lento con mi cuerpo obeso de un cuarto a otro
Abrí la ventana y no había mar ni islas
Solo un patio que daba a otro patio
Era un Neruda sin paisaje
Era un Neruda que aún en decadencia se permitía lo maravilloso
Y ejecutaba un lenguaje semejante a la electricidad
A los minerales que no han sido descubiertos
Era un león que abría de un zarpazo una despensa llena de licores mágicos.
Ser Neruda es lo máximo, pensaba,
Mientras dirigía en la oscuridad la única película surrealista
Que atrapa el sentido antes que prendan la luz
Y hagan desaparecer el decorado del lenguaje.
Atravieso la cordillera y aparezco en México
Convertido en nieve que cae sobre una hoja negra.
Soy el mejor poeta del siglo
Y no deseo morir.
4
Hay días en que me levanto Sergio Valencia y ensamblo el sonido de mi nunchaku en el aire con el tono de una metáfora escéptica.
Cristian González y tapizo las paredes de mi casa de barro con sostenes y reproducciones cubistas.
Luciano Rivas y extiendo sonriendo mi mano para despertar al poema que duerme encima
de mi botella de ron.
Edgardo Añazco y camino lento lleno de pájaros y ampolletas como una carátula de Pink Floyd.
M. López y toco mi guitarra eléctrica hasta que se rompen todas las ventanas del lupanar.
Molina y M. cruzando a caballo la estepa hasta llegar al corazón de lo insondable.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Adicciones y Fobias.
-Poemas de Ricardo Herrera Alarcón-.
(Bogavantes, 2021).
Por Marco López Aballay