El ajuste de
cuentas
La Provincia de Marcelo
Mellado
Por Marcelo
Somarriva Q.
Artes y Letras de El Mercurio, 7
de octubre de 2001.
Marcelo Mellado acaba de publicar su última novela,
"La Provincia", ambientada en el puerto de San Antonio,
lugar donde vive desde hace varios años trabajando como profesor
de castellano —profesora según dice él— y desempeñando
una serie de actividades más o menos gratuitas en lo que llama
su vocación de dama de rojo. En este momento se
dedica a hacer clases de castellano a los presos de la cárcel
de San Antonio, quienes, tal como él, están sorprendidos
con su repentina figuración en los medios —"si estuviéramos
en un programa de televisión les mandaría saludos"—.
Mellado, sin pretenderlo, se ha convertido en "el escritor de
San Antonio" y al parecer en el autor de la primera novela ambientada
en el puerto, al menos la primera publicada por una editorial conocida.
"Por lo menos hijo ilustre", cuenta que les dice a sus vecinos
y amigos cuando le comentan el hecho.
"La Provincia" continúa cierta tradición
literaria chilena humorística, combativa y algo esperpéntica,
que inauguraron a mediados del siglo XIX autores seminales como Pedro
Ruiz Aldea y Jotabeche. Marcelo Mellado presenta su libro como un
corte de mangas hacia quienes llama, con algo de exageración
y burla, sus enemigos. Aconseja ponerle comillas a todo lo que dice,
porque luego tiene que dar explicaciones de cuanto dice en todas partes.
Muchas veces termina sus frases diciendo que no está hablando
en serio y luego afirma que no, que de verdad habla en serio y
que hace mucho rato que dejó de simular.
Sin embargo, parece que Marcelo Mellado no toma muy en
serio lo que dice, y él mismo se encarga de tomarse el pelo
horadando su discurso con gestos y toda clase de impostaciones de
voz burlonas.
—En su libro "La provincia", el narrador
habla del "envilecimiento progresivo de la población chilena".
¿Qué quiere decir esto?
"Eso forma parte del tono declarativo del libro. Consiste en
escenificar la situación de todos los delirantes que existen
en este país. Incluidos los delirantes morales, desde Bonvallet
a ese que se paseaba por la calle diciendo "Gloria al pulento",
o el que se ponía a la salida del Café Haití
en
el centro diciendo como en secreto "la culpa la tienen los detectives,
la culpa la tienen los detectives". Se trata de un narrador moralizador
que denuncia al liberalismo chileno, una especie de plan deliberado
de empobrecer a la clase media chilena manteniéndola en un
subempleo permanente para poder manipularla mejor. El tema ahí
es el resentimiento. Lo que pasa es que al resentimiento lo despojaron
de la conciencia de clase, le quitaron su sustento moral y dejaron
puro envilecimiento."
"El tono delirante del loquito del café Haití
suena divertido, ese efecto de conspiración, aquí el
narrador cree que existe un proyecto perverso detrás de toda
esa precariedad insólita. Esa precariedad es lo que me interesa
escenificar.".
"Hay en este caso un relato hiperbólico, desmesurado
o exagerado de manera deliberada. El resentimiento es una práctica
de desmontaje, es un juego de errores. Frente al intelectual orgánico
y el empresario exitoso o a lo políticamente correcto, soy
un resentido, un fracasado. Prefiero el fracaso chileno al éxito
chileno. Dicho desde el lugar crítico que nombra un sentido
posible diferente, en circunstancias que nos entregan un modelo único.
Se trata de estar dudando permanentemente del ridiculo que te proponen
y de la autocomplacencia de los que están en el altar de la
patria política o cultural."
Desde la galería
—Después de escucharlo y leer su libro da la
impresión de que tanto usted como su novela se autoparodian
en forma continua.
"En el caso del libro hay una voluntad permanente de no parecer
una novela tradicional, es decir aquel proyecto de novela chilena
correcta bien pensante. La idea es hacer mal la tarea, cosa de sacarse
un 4,5. Me encanta ser un mal escritor. Esta novela yo la pienso como
una especie de ejercicio loyoliano, como un ejercicio espiritual que
sea expresión de una liberalidad absoluta. La cosa es un combate
constante."
"Esta novela es lo que se ve desde la galería.
Yo vivo en la galería y esto lo ocupo como sistema crítico
para desmontar el poder, "el power". Vivir en la galería
me permite un sistema de disolución permanente que sirve para
quebrar a los tontos graves y desconfiar de uno mismo siempre. ¿Cómo
tan serio?, me pregunto. ¿Cómo tanto gasto de representación?"
"Mi caso es el siguiente, te lo pongo así
—empieza lo que sigue con un tono solemne. Lo tengo todo
pensado: me fui a San Antonio haciendo un cálculo absoluto
para convertirme en "el escritor del
puerto de San Antonio", reivindicando la precariedad y la fetidez
del puerto, feo, cochino, hediondo y pobre y, desde ahí, desde
la nada misma, me refiero al centro metropolitano. Todo esto lo hago
para triunfar en la vida. Además pon que participo de actividades
políticas ligadas al bolchevismo, específicamente al
estalinismo, pero no como un político, sino que más
bien como un artista constructivista; es así que me he llegado
a convertir en el tonto útil del PC —gran función ésta
de tonto útil— y trabajo como dama de rojo. Lo demás
es pura sobrevivencia. Como ves es una estrategia que no puede estar
más derrotada."
—En su novela hay un componente grotesco o esperpéntico
notorio. ¿De dónde proviene todo eso?
"Esto 'carnavalesco' es una obsesión polifónica
mía. Puede considerarse como un juego cortazariano, con influencias
de Puig, de Cabrera Infante y muchos otros. Creo que el ejercicio
lúdico siempre está en la escritura. Yo me pregunto
siempre .¿cómo será el cajoncito del velador
del escritor de toda esa escritura compuesta, ordenada y tan fingida?"
"Me inscribo en cierta tradición esperpéntica
chilena. Hay un cuento de Lastarria, "Don Guillermo",
que yo rescato como antecedente histórico de lo esperpéntico.
Donoso también tiene algo esperpéntico notable. Pero
también hay una clave humorística, que los escritores
chilenos parecen haber perdido y que es tan vieja como Jotabeche.
Veo mucha preocupación por los grandes temas, por los temas
universales y se ha perdido eso mínimo que hacía González
Vera".
"Mi novela es un intento de decirles a muchos escritores
"Yo no soy como ustedes". Odio a Chile. No soporto escuchar
a un chileno hablar, no me soporto a mí mismo. Me carga Chile.
Chile es un filtro que lo rebaja todo. Lo que pasa por el tamiz de
Chile se ve mal."
"En Chile los modelos de validación cultural
no son consensuados ni se adoptan después de un diálogo
entre los distintos sectores de la población. Aquí simplemente
se impone el modelo de las grandes familias "el modelo del apellido".
Lo demás es ilegítimo, es chulo. El mundo popular en
Chile es aceptado, como a regañadientes, pero nunca legitimado".
—A propósito del elemento paródico de
su libro, usted en él habla de un "flujo retórico
general" que parece como una tomadura de pelo a cierta jerga
"Tengo la voluntad de producir un relato delirante o un relato
inverosímil. Hay un juego con la retórica de las ciencias
sociales, con los discursos post estructuralistas o cierto antropomarxismo
retórico que aquí se aplica o refiere a la escena caníbal
rasqueli que supone a la horda primitiva que se devora al padre en
términos de relato. Es el comistrajo como posesividad. ¿Te
has fijado que aquí en Chile cuando el hombre posee o hace
el amor con una mujer, le dice luego a sus amigos que se la comió?
Por otra parte, adhiero a la noción de escritura de Barthes,
a un concepto materialista. Según Barthes, la escritura dice
el lugar del sentido, pero no lo nombra. Sería una manera de
estar en el lenguaje yendo contra su naturalidad. Barthes habla también
de una moral de las formas. Hay que tener conciencia de que uno está
en el lenguaje de una manera crítica haciendo parodias del
sentido o escenificando ciertas retóricas del poder, de lo
que podríamos llamar retóricas de la chilenidad. La
forma como habla el cuerpo a través de un sistema descompuesto,
ver el habla
como un síntoma. El fracaso en el sentido de un sujeto que
no puede dar cuenta de sí mismo. La escritura es este cuerpo
representado en el lenguaje."
El chileno bromista
—Una de las ideas de su libro, que se anuncia hasta
en la contraportada y que incluso trivializan los propios personajes
es el tema de "la orfandad del chileno". ¿Podría
explicar esto?
"Se trata de la falta de paternidad nacional, del huachismo endémico.
El huérfano no tiene superyó ¿Dónde nace
el Edipo el que no tiene padre? Con la propia madre y ahí tienes
a todas las madres fálicas chilenas."
"Está el modelo del choro chileno, ¿quién
es este choro chileno? el chorito es el que sufre la imposibilidad
de la paternidad responsable o simbólica y que al mismo tiempo
es un procreador de huachos. Por alguna extraña razón
el hombre chileno percibe la virilidad en la ilegalidad, en la comisión
de pequeños grandes delitos, como drogarse o en tratar de hacer
desfalcos imperceptibles. Vive traspasando un limite que sus padres
no le establecieron".
—¿El chileno bromista o tallero?
"El chileno bromista está siempre desintegrando al superyó,
a la ley o a cualquier referencia de autoridad. Siempre está
buscando matar al orden.
En Chile no hay humor, en su reemplazo esta la talla que
es agresión pura. La talla es descalabrar el esquema y luego
ser un testigo de cómo se destruye el mundo. Al final de toda
patochada está el ¿y qué...?, ¿qué
tanto? ¿qué le poní y toda una gama de interjecciones
irreproducibles. En el polo opuesto al bromista está la seriedad
absoluta. Por ejemplo, Zurita que anda de monje por la vida o ese
chileno que marcha disfrazado en la parada militar".
"Hay una agresividad brutal que se manifiesta en
el habla. En Chile el maltrato de obra empieza por la palabra. Es
muy frecuente que la primera palabra que se digan dos personas que
se encuentran sea un insulto que paradojalmente es una manifestación
de cariño".
"Yo practico la escritura de la negatividad porque
la identidad del chileno se funda en lo negativo. En la pertinencia
del no. El ejercicio del poder en Chile consiste precisamente en el
ejercicio del no. El que tiene un buen sí es tontito".
—¿No es usual que una novela se escriba y ambiente
en San Antonio?
"Escribo desde San Antonio como un espacio estratégico.
Me parece que el chileno ha reemplazado su natural sentimiento de
vergüenza ajena por un delirio de choreza intragable. Todo indica
que a nivel de relato, de signos identificativos conductuales los
chilenos perdieron la vergüenza ajena para hacerse cancheros.
Eso en San Antonio al menos no lo veo. Y lo digo desde allá,
desde la nada, desde ninguna parte. Quiero que vuelva el chileno tímido
de antes".
"En ese sentido, yo me ubico en la provincia, en
el lugar sin registro, en el lugar paródico. La mía
es
la voluntad del boludismo retórico".
—Usted habla de su novela como ajuste de cuentas.
"Un ajuste de cuentas político cultural. Hay un enorme
placer en la crítica, en ejercer el deseo descomposicional.
Hay también un ajuste de cuentas con el sistema novela".
"Creo en la escritura como un modo de pensar, de observar. Uno
postula una relación del sujeto con
la literatura. Me interesa buscar la íntersubjetividad. Lo
importante es desarrollar una mirada retórica que después
se convierta en una operación de intersubjetividad. Me interesa
hacer de la novela el lugar de lo inútil, de lo inverosímil,
el lugar de la no novela, todo eso sin dejar de ser un escritor. Para
mí todo esto significa tener enemigos, y la novela desde un
punto de vista social es una herramienta de combate, lo que por cierto
es una tradición muy antigua. Curricularmente escribo para
decirles a mis enemigos que tengo obra y sigo vivo".
"Yo por mí me dedicaría al cultivo
de árboles. En el campo me siento bien, me carga el mar. Me,
gustan los árboles, los sé describir, los reconozco.
Manejo toda una jerga agrosilvestre y puedo simular muy bien una conversación
con un agrónomo. Mi libro de cabecera es uno de árboles
de la Adriana Hofmann".
"El campo y los árboles es, lo único
que realmente me gusta".
* * ^* *
Marcelo Mellado (Concepción
1955) es autor de la novela "El Huidor" (1992) y de la colección
de cuentos "El Objetor" (1995). "La Provincia"
fue publicado por editorial Sudamericana en julio de 2001 bajo la
colección "Transversal dos" que dirige Germán
Marín.