Bolcheviques
v/s Agentes del Aparato de Dominación Cultural
Marcelo Mellado
y su novela Informe Tapia.
Por Omar Pérez Santiago
El libro editado por Calabaza del Diablo se presentó en diciembre
del 2004 en uno de esos gratos bolichines del barrio Bellavista, cuyo
nombre recordar no puedo. No había mucha gente. Familiares y amigos
del escritor. Dicen los opinólogos de nuevas tendencias culturales,
que ya no se usa lanzar un libro. Va poca gente.
Patricio Fernández presenta el libro coloquialmente, si estamos
en familia. Fernández es efectivo. Con su corta exposición
logra que el libro me llame la atención. También me
llama la curiosidad el despliegue de su autor, Marcelo Mellado.
Habla con afecto de un bolchevique que se reconvirtió al arte
y, desde un club de rayuela de San Antonio, reorganiza o recicla un
sindicato de ferroviarios en un centro cultural. Ha nacido un "gestor
cultural".
La novela es el retrato de un escenario donde se mueven bolcheviques
que descubren, aprovechan y canalizan recursos culturales comunales
o estatales. Pronto se dan cuenta que esos aparatos comunales de la
cultura son aparatos de dominación, según la jerga de
una izquierda (de una izquierda que leyó a la señora
Marta Harnecker, pupila del estructuralismo francés, tipo Althussser,
una señora, digo, que escribió manuales de marxismo
para los jóvenes creyentes allendistas).
Los personajes son unas polichinelas para, a ver cómo te lo
explico, ser útiles a los objetivos de Mellado. Omar Badilla
o Padilla o Ladilla (no está claro) ofrece una cartografía
cultural y se replantea la reconversión cultural, y funda la
Asociación de Poetas de la Cuenca del Maipo y esa corporación
sostiene un alucinado jaleo con los poetas de la cuenca del Maule,
siguiendo así una tradición telúrica (o enguatada)
de reconocer lo vernáculo con los ríos que van a dar
a la mar, (que es el morir). El mejor aliado de Badilla (o Padilla
o Ladilla) es Carrasco, coordinador del festival de rancheras de San
Antonio, dirigente de un, al parecer, importante club de rayuela de
San Antonio, y cuyo lugar preferido de encuentro es el bebedero Los
Puchos Lacios.
Estos bolcheviques, a falta de mejores adversarios, establecen un
forcejeo con el Aparato Oficial-Institucional, (o el enemigo) ubicado
en una oficina de la Torre Omnioceánica, que coordinada con
el aparato central de la gobernación y el departamento de cultura
municipal, (entre otros aparatos de dominación del Estado)
era manejado por un tal Vega, Vera, Varas o Vargas (tampoco está
claro).
La malla estructuralista está siempre presente en esta novela,
novela paródica, ya se habrán dado cuenta. El libro
se puede leer como una delirante paranoia colectiva, como ajuste de
cuentas con los aparatos de la cultura creados por la Concertación,
que en la novela se los inculpa de servidores del amiguismo o como
una forma de controlar o de amansar el pensamiento, uno de los males
que corrompe la calidad y la crítica. La novela identifica
a una nueva clase media en el poder (sociólogos, periodistas
o artistas reciclados en "agentes culturales del Estado"
o "gestores culturales", o "animadores culturales").
Por un lado. Y por el otro, dirigentes sociales huérfanos de
base social y que se metamorfosean en "actores culturales"
y cuyos requisitos son la astucia y el codazo - a saber: la falta
de méritos.
Ambos se potencian, por arriba y por abajo. Todo se municipaliza con
una mentalidad utilitarista que reduce el arte al papel de ornamento
alcaldicio o turístico.
Ya ven, la novela no deja de tener su trasfondo corrosivo. Aunque
por la tendencia a construir estereotipos, los personajes despintan
en el exteriorismo.
Los artículos del hermano de Marcelo Mellado, Justo Pastor
Mellado, pareciera que dicen en serio, y con una densidad algo malgastada,
lo que su hermano, el escritor, dice en forma de carnaval y de chiste
(y de hueveo, claro). Justo Pastor habla en sus artículos -con
reminiscencias de una teoría de los aparatos ideológicos-
de la municipalización y la fondartinzación de la cultura,
y critica al "nuevo intelectual orgánico" de la Concertación
por el mal gusto y la mentalidad utilitaria. No era fácil entender
hacia adonde apuntaba Justo Pastor. La mayoría de las veces
he desertado de la lectura de sus artículos. Leyendo la novela
de su hermano, por lo tanto y en cambio, me queda más claro
que persigue y que encubre. Y al revés. Haber leído
a Justo Pastor -aunque a medias- me aclara un cierto malditismo intelectual
de trasfondo en la novela de su hermano.
Quizás no debería yo leer la novela de Marcelo Mellado
como una cuestión familiar.
Quizás no debería yo leer la novela como una tesis familiar.
O no debería yo insinuar que los artículos de Justo
Pastor son la película en negativo de la novela de Marcelo.
Quizás se me cuestionará esos intentos de unir hermanos
con hermanos en una común aventura intelectual.
Quizás.
Pero tengo una inicua tendencia -tendencia incómoda, no lo
hago de engreído ni de agresivo- a relacionar lecturas como
me da la gana. Y con esto deseo decir que detrás de la novela
Informe Tapia hay consistente reflexión crítica.
Puedo decir algo más exagerado: Los Mellado son, en otra plataforma,
continuadores de la tradición de los Cultural Studies, estudios
multidisciplinarios sobre lo precarios, lo pueriles, lo banales y
lo miserables que somos los chilenos de esta época, esta era
de "globalización" económica, de fractura
de los "paisajes sociales", en el que el individuo se define
con respecto a distintas coordenadas. El proceso de homogeneización
y diferenciación que socava, desde arriba y desde abajo, la
fuerza organizadora del Estado-nación, de la cultura y la política.
Y sus resultados: un agudo fenómeno de pertenencia, no tenemos
lazos comunes de convivencia.
Como puede notarse, la novela también puede leerse como la
repercusión de la crisis de la izquierda. También cuestiona
la noción de "sociedad civil" como un aparente lugar
de la diversidad y la diferencia. Es una crítica a los usos
y abusos del concepto "sociedad civil", un terreno idealizado,
donde pululan, según cuenta la novela, los pillines encantadores,
los hábiles megalómanos que piensan ya sólo el
arte como beneficio y no como uso. O mejor dicho: el arte les da lo
mismo.
Una parodia bien construida, aunque el modelo narrativo podría
ser más ácido, más corrosivo. De igual modo,
es un intento de ejercitar la socarronería sobre nuevos aspectos
de la sociedad cultural. Y, además, la picardía sobre
problemas no resueltos de una izquierda chilena, que busca encontrarse,
(aunque siga perdida), no sólo con el pueblo, sino también
con la calidad artística. Pueblo y Arte. Forma y Contenido.
Mellado, de nombre Marcelo, de ese modo, ha ido constituyendo una
particular y necesaria novelística, donde se discute, a su
modo también, la función política de la cultura,
algo que hoy en este país resulta tan particular como difícil.
Como no éramos muchos en la presentación de la novela,
el editor de La Calabaza del Diablo, Marcelo Montecinos, colocó
amablemente en la mesa de la barra unos tragos que bebimos con José
María Memet. Según recuerdo, salimos luego un tanto,
un cachito alumbrados del bar, cuyo nombre, miren lo que son las cosas,
recordar hoy no puedo.