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        LA ÚLTIMA NOVELA DE MELLADO Y EL INAGOTABLE RENCOR DE LA PROVINCIA
        Por  Oscar  Barrientos Bradasic
        “Frente  al caos de la existencia social y ciudadana, los poetas de los lares pretenden  afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el mundo del orden inmemorial  de las aldeas y los campos, en donde siempre se produce la misma segura  rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a  la gestación de los dioses y los poemas” declaraba Teillier en su célebre  artículo donde bosquejaba un gesto estético que luego denominaría lárico,  centrado en el regreso a la infancia y a la provincia.
          
Desde  aquel entonces percibo un gesto del   viaje del escritor a la capital como un asalto al poder centralizador de  la cultura, que curiosamente, en muchos casos, termina concibiendo artes  poéticas eternamente nostálgicas de la provincia. De eso quiero hablar, de esa  vuelta de tuerca que logra la última novela de Marcelo Mellado a este aserto.
Si bien  el autor ya nos había insistido en esta noción en trabajos como El Informe Tapia (Ed. La Calabaza del Diablo,  2004) y Ciudadanos de Baja Intensidad (Ed. Calabaza del Diablo, 2007), esta vez se trata de un perfecto resumidero de  sus inquietudes esenciales: la mediocridad congénita de los ateneos regionales,  la tristeza de la orgánica inútil, la necesidad de ensuciar el centralismo  desde lo simbólico.
La   Hediondez (Alquimia Editores, 2011) es una gran novela  que escarba en los problemas que aquejan   a la institucionalidad cultural, como algo que se degrada a sí mismo  hasta vaciarse de todo significado.
El  aporte de Mellado es revertir (quizás ensuciar) la manida construcción de la  provincia como la Edad  de Oro perdida, sino más bien como la perfecta distopía donde los infiernos de la significación arden sin  descanso. El Puerto de San Antonio y su oleaje putrefacto, albergando a poetas  y activistas culturales que intentan edificar sus conflictos y guerras  semánticas a niveles patológicos. Naturalmente, la ironía permanente en que el  lenguaje se apropia de sus diálogos y su narrativa de ideas dibujan a  personajes como Prudencia Aguilar, Archivaldo Zúñiga, Elizabeth Portentosa y  Chucho Velásquez , el surfista de pretensiones místicas que encuentra espacio  en la subversión de la maquinaria cultural municipal.
Porque  finalmente se advierte que los símbolos desentrañan lenguajes oscuros,  retorcidos alambiques de un poder que intenta perpetuarse en el puerto más  triste de la tierra. Por un lado, la Biblioteca Municipal,  descuidada por ediles y concejales, putrefacto escenario donde se encuentran  lobos marinos y lectores, o el carnaval regional donde todos encuentran pareja  y serenidad, en medio de realidades construidas con papel maché. En el medio de  todo, sistemas de vigilancia y soplones, guardianes del capital cultural.
Creo  que Marcelo Mellado está forjando una narrativa cardinal, una poética de los  pueblos olvidados, una literatura genuina que se plantea descubrir nuestros  carnavales tristes, el hedor de lugares poco parecidos al paraíso.