CAPERUCITA ROJA
I
Hay un aliento que el frio dispersó en la niebla. El cuerpo de una anciana, como un enorme pez blanco flota en las aguas de un pozo.
La mirada del leñador lo distingue noche adentro, y entonces un mensaje de sombra llega al pueblo contiguo para hablar de la muerte.
De mañana una mujer robusta abre la puerta y el sopor del llanto le encarna las mejillas. Llora, y el leñador que la contempla siente pena y maldice, la noticia póstuma que entrega.
Lejos, una muchacha vestida de rojo enjuaga en un arroyo sus pies que sangran
enumerando las horas sobre el camino pedregoso
La mujer en la cabaña del pueblo seca su rostro con el delantal y dice al leñador que su hija se ha perdido en un andar inútil.
II
La abuela ha muerto. Caperucita no lo sabe, y todavía camina en el bosque, con el cesto en que lleva, la poción que no curará el delirio de la anciana.
III
La mujer apoya sobre las manos la blanca frente y piensa: “Hace días que mi hija se fue. Vi sus cabellos como espigas fulgurar a la distancia en el amanecer. El viento invernal consteló de la nieve su manto rojo, y no importa el tramo recorrido para llegar a tiempo.
Temo a los buitres que desearán sus ojos, a la sombra que la noche desova, a la jauría que acechará su carne.
Y será, de cualquier forma, tarde...”
IV
En el bosque la hipotermia muerde el cuerpo de la joven perdida. Se ha escondido en una cueva que encontró, y ahora recuerda el sabor de ciertos dulces que le ofreció su abuela.
Hace tiempo, cuando la adolescencia nació con el dolor de la menarquía. La abuela dio a la muchacha, su manto rojo de mujer mayor y la promesa de llevar para siempre el sabor del caramelo en los labios.
V
Otra vez es de noche. Nada se escucha alrededor. Un lobo, en el silencio vigila el sueño de caperucita. Al despertar un grito desgarra el entramado de lo oscuro. El lobo observa a la muchacha: es hermosa a pesar del polvo que cubre su piel, de la estela apagada que forma, la sangre que ha secado en sus heridas.
La belleza llama a la piedad, y el lobo hambriento, pide algo a cambio a la huésped para no comerla.
Caperucita saca del canasto los caramelos que un día le dio su abuela y renuncia a ellos narrando su historia.
“sólo puedo darte esto”- dice. Y sus ojos se marchitan esperando morir.
Pero el lobo está cansado y responde: “Quédate y duerme junto a mí esta noche. Mi pelaje mitigará tu frio. Traeré de mañana la carne de un cordero para entregarla a tu hambre”.
VI
La madre de caperucita habla al leñador sobre la enfermedad que consumió a la abuela:
“Por las noches velaba hablando del agua que veía evaporarse desde el piso y formar una humareda que luego dispersaba con la escoba, de un pájaro que veía ahogarse en el pozo, sin poder alcanzarlo…
La curandera del bosque halló en el insomnio la causa, y sólo el sueño de la hibernación podría sanarla.
Caperucita lleva en el canasto ese brebaje y su letargo”
VII
Antes del primer rayo crepuscular caperucita tiene los ojos abiertos.
Siente la brusca respiración del lobo. Pronto va a amanecer. Retomará el camino hacia la casa de la abuela. Falta poco. Lleva bajo el brazo el sueño extraviado al cansancio de la anciana.
VIII
Con la luz plena del sol, el lobo y la muchacha vestida de rojo comen carne y beben sangre de cordero. Luego se levantan, reconocen el camino y apuran el paso. Transcurren horas.
A lo lejos el bullicio del pueblo anuncia la llegada. En la cabaña que está junto al pozo hay una flor negra de luto.
Miran impávidos la inscripción que ha dejado la muerte: es tarde y el sueño sigue siendo una posesión anhelada.
Caperucita inclina la cabeza ante la flor. Quiere huir de la memoria: laberinto de humedades, páramo sitiado por la sombra.
Su mirada encuentra los ojos del lobo y se comprenden. Beben el brebaje de la curandera, y entonces duermen largamente, surgirán con el fuego de la primera estación, y entonces nictálopes podrán reconocerse.
IX
Por el camino más corto el leñador y la madre llegaron al mismo pueblo. Se han separado para buscar a Caperucita y los ojos exhaustos se llenan con imágenes nuevas:
El leñador se detiene junto a una zanja en la tierra: la muchacha envuelta en su manto color de vino yace junto a un lobo y su respiración es una lenta sinfonía de viento.
Ese hombre que la aparta en sus brazos. Observa también al lobo que descansa y la deja, con su sueño bajo un árbol, para afilar su hacha entre las rocas.
Las señoras en el pueblo visten a la abuela para la sepultura, mientras la madre de Caperucita observa un ave que se hunde en el interior del pozo.