Las raíces del arribismo
"Armas arrojadizas". Marcelo Mellado. Ediciones Metales Pesados, 2009
Por Juan Manuel Vial
La Tercera Cultura. Sábado 16 de Enero 2010
La narrativa de Marcelo Mellado concede al lector momentos de gracia que por lo general no son comunes de apreciar en la obra de sus colegas. El humor oscuro, la imprecación insultante, la palabra masajeada con sorna, el desprecio por una chilenidad de pacotilla que, sin embargo, se ve a sí misma como un ente triunfador, más ciertas voces que hablan desde una derrota alcoholizada pero no por ello indigna, dan forma a un espacio de queja literaria único en nuestro medio, radiante por su coherencia, fuerza y desparpajo, y admirable por la capacidad de aplicar bofetones donde más duele, es decir, sobre el feo rostro de nuestra excelsa y fecunda mediocridad.
Armas arrojadizas contiene 15 relatos que provienen, en su gran mayoría, de dos libros fundamentales en la obra de Mellado: El objetor (1998) y Ciudadanos de baja intensidad (2007). La selección de los textos estuvo a cargo del crítico Vicente Undurraga, y si ésta fue certera y contundente se debe a que, tras la lectura del libro, uno queda en pie de articular, rememorar o citar con suma facilidad algunos de los postulados más profundos del herético credo del autor. Frases musicales, violentas e indiscutiblemente enraizadas en la pura y santa verdad, como la que sigue, son difíciles de olvidar o pasar por alto: "Él decía o dice que ese coágulo de caca llamado educación chilena es, al menos como él la había padecido y experimentado, un ritual adaptativo que uniformaba conductas y despotenciaba el deseo".
No es casualidad que Mellado haya sido, o sea aún, profesor de castellano: en Armas arrojadizas se observa un manejo del lenguaje sorprendente, que combina la corrección del estilo con aquello que en buen chileno entendemos por chuchada. Entre los personajes entrañables del libro (casi todos son seres que han fracasado en esta vida cruel e injusta, personas carentes de "eso que yo llamaría vocación vital") también hay ciertos maestros de escuela que, balbuceantes debido a los efectos del alcohol, aún son capaces de despotricar, haciendo gala de racionalidad, tino e imaginación.
Es el caso de un tal Carrasco, que en el relato Vocación docente le propone a un amigo abjurar de su patria: "Puta que me caen mal los chilenos, Mondaca. ¿Por qué no renunciamos a nuestra nacionalidad, Mondaca? ¿Eso se podrá hacer? Me refiero a la cosa jurídica. Es una fantasía de antiidentidad que tengo. No sé si hay algún precedente jurídico al respecto. Incluso he estado tentado a presentar mi caso a la ONU, que existiera la posibilidad de declararnos apátridas. Yo lo haría, Mondaca, créeme que sí lo haría. Podríamos dar entrevistas sobre el tema, saldríamos en el diario, nos harían algún reportaje televisivo. En una de esas es una solución, al menos psicológica, de nuestra miseria vital, incluso te puede servir para un proyecto de poesía maldita".
Por lo general, los personajes de Mellado son seres escépticos, que comparten un rasgo esencial: casi todos dan fe de un antiarribismo furibundo, pues, de una u otra forma, se han autoexcluido de las llamadas bondades del libre mercado y no han obtenido las prebendas propias del acto de lamerle las suelas al poder político. La conjura de los grupos en contra de individuos solitarios y aparentemente inofensivos es una fijación constante en la narrativa de Mellado, y ésta podría resumirse en una sentencia inquietante: "En un país insular como este la palabra traición no tiene el sentido de quiebre moral que posee en otras culturas, es casi un modo de relación social".
Cuentos que ya podrían considerarse clásicos dentro de la escena literaria local, como No iré a Madrid o Ratas, en donde el narrador desarrolla una potente invectiva en contra de los poetas de Valparaíso, o la alusión cariñosa a personajes olvidados, como el Súper Taldo, aquel muchacho que sufría de ataques de coprolalia incontrolables, hacen de Armas arrojadizas un libro fundamental para entender a cabalidad la época en que vivimos: la cara oculta del exitismo nunca estuvo mejor expuesta que en estos relatos de doble filo.