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Poemas de Max Rojas

Presentación y selección de Iván Cruz Osorio

Max Rojas (ciudad de México, 1940) es el caso del poeta que se ha mantenido en la periferia de la poesía mexicana y que debido a la fuerza y cuidado de su obra, es reconocido por un público amplio que conoce sus poemas de memoria. Rojas ha estado lejano a las grandes editoriales, sus libros se han publicado en editoriales independientes con tirajes cortos y distribución casi inexistente.  A contracorriente de cualquier modelo de márquetin, la obra de Max Rojas ha sido puesta en la arena principal de la poesía mexicana por una legión de lectores y escritores jóvenes, no como una simple moda, sino como un trabajo consciente de crítica y relectura. Así El turno del aullante (1983) y Ser en la sombra (1986), sus dos únicos libros escritos y publicados en el siglo XX, han sido revalorados como obras imperdibles de nuestra poesía actual. No es gratuito que este fenómeno ocurra entre los jóvenes, y no lo es porque la poesía de Max Rojas lejos de verse como una poesía del pasado, en parálisis, se percibe como una obra fresca, cercana, en movimiento. El grito de desamor, de derrota, en El turno del aullante, “nadie camina subiendo la escalera, no vendrá nadie, /sólo tu soledad que sube crujiendo en tu esqueleto /sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto, desbaratado el grito”, yla lóbrega oración de desesperanza de Ser en la sombra, “Algo cruje; ciertamente algo cruje. /Madera o mundo o muerte ya cansada /cruje”, son estandartes poéticos actuales, donde la juventud presente se mira y se reconoce.

Max a sus 70 años es muy joven aún, quizá más joven que el poeta más joven de nuestra generación, y de varias generaciones después. No exagero. Hace seis años, este autor inició una de las aventuras poéticas más alucinantes, la creación de Cuerpos, un poema que se ha extendido en ya varios miles de versos y 24 volúmenes. Y dentro de la misma inercia del fenómeno, al que nos referíamos al principio, varias editoriales independientes, dirigidas por jóvenes, se han unido para publicar este mega poema. VersoDestierro, Proyecto Literal, Fridaura, y Generación Espontánea, en coedición con la Asociación de Escritores de México, han editado entre 2008 y 2010 los primeros cinco volúmenes del poema; no hablamos del Fondo de Cultura Económica, que ya publicó a Mario Santiago Papasquiaro, el poeta underground mexicano por excelencia. Es claro que Max, consecuente con su pasado, ha dejado que las dinámicas de publicación de su obra se presenten más por obra del azar, que por la búsqueda del reconocimiento. Lo que a continuación presento es una muestra de poemas de sus dos primeros libros.

 

ELEGÍA COMO GRITO PARA UNA TARDE DE DICIEMBRE

a María Elena

Vienen noticias del atroz invierno,
las traen veloces hojas amarillas,
dicen que pasa el frío las orillas
de la piedad, soplando del averno.

Que el norte salta de la luna al cuerno,
que los navíos crujen en astillas
y que las desoladas maravillas
no tienen fin, o puede que uno eterno.

Éste es el tiempo de no hacer derroche
y avivar la memoria de la hoguera
viendo que todo va color de muerto.

Pues el invierno es amo de la noche
y la tiniebla arrecia y ya no espera,
si es preciso soñar, soñar despierto.

Eliseo Diego

Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina
por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie grita tu nombre, nadie te espera,
sólo el silencio que baja y te destroza,
sólo el silencio que baja y te aniquila,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie camina desde la oscura zona del derrumbe,
nadie te espera, di buenas noches, estoy triste, busco a Elena,
la he buscado en todas las grietas de la tarde, no la encuentro,
la he buscado en todos los hoyos de la noche, no la encuentro,
estoy palpándome ceniza y no la encuentro,
busco a Elena, no vendrá nunca, dile que venga, no vendrá nunca,
llámala hasta que el musgo te nazca en la garganta,
llámala hasta que tu garganta sea de musgo, no vendrá nunca,
di su nombre, repítelo hasta que la lengua se te caiga,
repítelo hasta que los dientes se te caigan, no vendrá nunca,
sólo el silencio que cruje en la escalera te acompaña,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie te espera, di buenas noches, tengo miedo, busco a Elena,
puedes echarte a caminar buscando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza, no vendrá Elena nunca,
di su nombre, graba en la noche su perfil de sombra,
su rostro de neblina, su cuerpo sepultado en caracoles,
di su nombre, repítelo hasta que los dientes se te crujan,
clávalo en tu memoria como una enredadera de moluscos,
di su nombre, guarda lo casi nada que te queda, el último sollozo,
el recuerdo como una abandonada calavera, el llanto en pedacitos,
pregunta por Elena, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu sombra que se hunden bajo el grito crujiendo en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
sólo tu soledad que llega crujiendo en la escalera,
no está Elena, besa la oscura zona de sus labios,
no está Elena, muerde su sombra fría, no vendrá nunca Elena,
seguirás esperando, seguirás caminando su oquedad con los dedos,
seguirás consumiéndote en tu furia, no vendrá Elena nunca,
recoge tu tristeza, envuélvela en su grito,
dile que busque a Elena por las calles,
dile que llame a Elena en las esquinas,
no vendrá nunca, seguirás esperando,
seguirás caminando los muros de la noche,
seguirás destrozando las paredes del sueño,
di su nombre, repítelo hasta que el miedo te derrumbe,
no hay remedio, bajarás con tu sombra al fondo de la tarde,
beberás en la tarde del grito que te ahoga, desbaratado el grito,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca Elena, desbaratado tú y tu cuerpo,
no vendrá Elena nunca,
sal a la calle y grita, búscala en donde sea,
rompe las puertas, destroza las ventanas, derriba las paredes,
no ha venido, pregunta a los que pasan, no ha venido,
asómate al espejo, Elena, ven, gritando al borde del espejo,
no ha venido, seméjate a su sombra, parécete a su ausencia,
no vendrá nunca, todo duele, nada importa,
desbaratado el grito, el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie camina subiendo la escalera, no vendrá nadie,
sólo tu soledad que sube crujiendo a tu esqueleto,
sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu cuerpo, y el grito con que gritan,
mira tu grito que se hunde en el espejo,
mira tu cuerpo que se hunde tras tu grito en el espejo,
entrarás al espejo, seguirás a tu cuerpo que se hunde
tras su grito en el espejo,
te hundirás tras tu cuerpo y tras su grito
en el cuerpo de Elena, oculto en el espejo,
volverás del espejo con el cuerpo de Elena metido entre tu cuerpo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá Elena nunca,
seguirás esperando, seguirás escarbando entre la noche en busca de su cuerpo,
no vendrá Elena nunca, quedarás para siempre roída la conciencia,
amargo el llanto, fúnebre el recuerdo, no vendrá Elena nunca,
sólo la sombra de su sombra habita en el espejo,
sólo la sombra de tu sombra baja crujiendo la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca nadie,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie jamás te llamará en la noche,
nadie jamás recogerá tu cuerpo partido en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos,
desbaratados tú y tu calavera abandonada,
un sonido de luna se derrumba, un sonido de espanto se desploma,
vete por el espejo, Elena, ven, gritando en el espejo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá nunca,
ámala y húndete en la furia, no vendrá nunca,
desbaratados para siempre tú y tu cuerpo,
desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie, no vendrá nunca nadie,
y cerrar esta puerta.

1965


 

EL TURNO DEL AULLANTE

a Lourdes y Antonio Gazol

A mi modo brutal, un poco manso…

José Martí

I

Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro, como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo verdaderamente huraño que me duele en los ojos.

Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte
de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo herido
y me desgarro —perdón por esta forma
de amargura, pero es que hoy
de muy dentro me sale lo animal desbocado,
la verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas por la boca
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal que me sostiene
está dolido.

II

No he podido morir porque empezó a llover anoche,
pero, a decir verdad, ya no me duele aquello
tanto como entonces, ya no me tumba tanto el cuerpo
como antes. No he podido llegar, pero no importa;
han sucedido cosas a todo esto: nacieron gentes
y vinieron visitas y pasaron tranvías largos como la noche;
mi único traje se volvió ceniza, mi triste hueco
se largó a paseo, me atardeció de pronto,
no sé, sin enterarme; luego empezó a llover y no hubo tiempo,
no hubo manera de llegar a parte alguna; me encontré
de repente sin memoria, y olvidé todo aquello que me hería.

Debo decir que era una lluvia oscura la de anoche
(no sé si me entendáis, quiero decir que era una lluvia
venida de muy lejos, venida desde abajo de la tarde
como un montón de niebla sollozante, como un grito;
no sé si me entendáis, era como mujer que llega a despedirse);
debo decir que era una lluvia fría la de anoche,
un encontrarse de pronto en un espejo, llamando a no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido.
Debo decir que era una lluvia hosca la de anoche.

No he podido morir, pero no importa. Me quedan otros trozos
de pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje funeral
no está bien hecho. Olvidé tantas cosas desde anoche
que olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está
no sé dónde, cayéndose de olvido; de esto, a veces,
me acuerdo con nostalgia: salgo por él gritando
como un loco, y acabo sin remedio tropezando.
Debo encontrar un cuerpo que me aguante: mi único traje
se volvió ceniza, y no me queda piel con que ir a mis entierros.

Para decir verdad, ya no me duele aquello como antes.
Tengo recuerdos de mujer trozándome los labios, y ganas
de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:
es un poco de polvo que me aguarda, un montón de silencio
que me espera. Traigo recuerdo de mujer crujiéndome
en los huesos y un hoyo, aquí, que me lastima.
No he podido morir, pero no importa:
desde anoche me duele el esqueleto,
y eso quiere decir que estoy llegando.

Han sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes y se fueron
visitas y pasaron noches largas como tranvías y anocheció
de pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré metido
en un espejo (debo decir que era una lluvia fría,
decir que era una lluvia que golpeaba), llamando a no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido,
con qué ganas de llegar a alguna parte.

Ya no me crece yerba en el olvido; me acostumbré, sin duda,
a tanto oscuro, y a lo mejor mi traje ya está listo:
es cosa de buscar en los armarios donde mi cuerpo,
a veces, se refugia.
Podría añadir algunas otras cosas, pero, a decir verdad,
aquello ya no duele como entonces.
Traigo recuerdos de mujer siguiéndome los pasos
y un hoyo aquí, bajo la piel, que no lo aguanto.

1965

 

VII

Descalabrado del lenguaje —y luego,
con quién hablar si a nadie
le importa mi gritada,
y nadie, en fin,
se va a dejar caer por estos huecos
en que anda mi bramido balbuciendo,
y más aún mi lenguaraje en busca
de qué decir o cómo y para qué,
si al cabo a mí lo de linguar
se me quedó una tarde apergollado
y dándose de topes contra el suelo,
en un lugar adonde para qué volver,
si pretender apuntalar mi lengua
es tanto o mucho más difícil
que pretender, ahora,
enseñarle a mascullar palabras,
y hoy la hablación me sale a punta
de trancazos,
y más que hablar
lo que me cuaja en la garganta es un aullido
y una ardición de las que escaldan la huesera
con un desmadre tal que ya no balbucir,
sino mover los labios duele,
y más acá el palabrerío pugnando
por salir —y cómo, si hay una trabazón
que ni manera de decir te amo
y mucho menos más lo que por dentro saja
y a empujonazos quiere hablar diciendo mucho
y sólo un dolorón se le amontona
a puñetazos en la boca;
por lo demás, si a quién le importa
un bledo hasta qué vertebraslinguales
me estoy desvertebrando
ni hasta qué tantos de mi carne
me ascua este alarido
mejor me guardo el descalabre
entre mi herrumbre, y esculco
alrededor por ver si me hablan.

1968

 

VIII

Anoche me dolió la esqueletada, de modo tal
y de manera triste, que al rato de crujir
se vino abajo;
ni para qué moverla —dije— de ese sitio
si al cabo he de acabar igual de caído:
la dentición ya me anda carcomiendo
y adentro el huesadal haciendo estragos;
mejor que de una vez se quede allí tirada
que pronto he de ir por ahi a recogerla;
me importa poco el hueserío que falte
porque de sobra sé que faltan muchos;
no por nada se me han ido cayendo,
a cada tropezón, un resto de ellos.
Si así de invertebral ha de quedarme,
mejor ya de una vez me angosto el alma,
y vale madre lo demás que venga luego.
Anoche me dolió la esqueletada, y a nadie más
que a mí me vino el crujimiento. Me entristo
un poco más y trago en seco, que al cabo sé
que he de acabar mi crujición a solas.

1968

 

IX

Mi lenguaraje hoscón y mis bastantes ganas
de entardecer de pura muina
hoy más que ayer me llevan de bajada
y, más que ayer también, me friegan todo;
y de remate, allá donde la lengua pare polvo,
un gran charcal de llanto ya se me hizo
y eso que queda todo por decir de tanto escombro
y tanta rabia como hay royéndome la carne.
Si un poco más de ayer logré medio salvar
lo que de mí y de mi pellejo andaba a tarascazos
por ahí, cayendo y siempre a punto
de darse el fregadazo, hoy de plano el dolor,
allá donde la lengua en su charcal se estanca,
pide esquina, diciendo: en esta de una vez
aquí me quedo; nunca jamás mi lenguaraje hoscón
y su tristeza encima jorobando
van a lograr que vuelva yo a más de antier
en que empezaba apenas mi ladrido
a embronconarse;
de pura rabia hoy vengo de bajada y, no que no,
jodiendo recio, un desgarrón me parte el espinazo;
me esculco y sé que estoy ladrando a falta de lenguaje
y que ya es hora de empezar a mordisquear mi osario:
de tanto como hay royéndome la carne,
a puro hueso carcomido estoy sonando.

1968

X

Era como si el fantasma de un hombre que se hubiera
ahorcado regresara al lugar de su suicidio, por pura
nostalgia de beber otra vez las copas que le dieron valor
para hacerlo y preguntarse, tal vez, cómo tuvo el coraje.

Malcolm Lowry, Bajo el volcán.
 

…y sepa dónde y cuándo apuñalearon mi cadáver.

 

Caidal mi pinche extrañación vino de golpe
a balbucir sepa qué tantas pendejadas;
venía dizque a escombrar lo que el almaje me horadaba,
y a tientas tentoneó para encontrarse
un agujero tal de tal tamaño que en su adentro
mi agujereaje y yo no dábamos no pie
sino siquiera mentábamos finar
de donde a rastras pudiera retacharse nuestro aullido.
Eso es lo que me queda —dije— de tanta extrañación
como he tenido; un hueco nada más, y ya me crujo
del tanto temblequear de que ese hueco
del mucho adolorar se me deshueque
y ya ni hueco en que caer tengamos
ni mi agujero ni mi yo
tan deshuecado invertebral volvido
que ni a madrazos mi almaraje quiera
ponerse a recoger su trocerio.

Caidal mi pinche extrañación se fue de golpe
luego de extremaunciar sepa qué tantas pendejadas;
no le entendí ni madres de todo lo que dijo,
pero sentí que era de cosas que desgracian.
A buena hora se te ocurre —dije—
venirme a jorobar con lo pasado,
cuando que a puro ferretear me atasco el alma;
si no fuera por tanto pinche clavo que me clavo,
ya ni memoria ni aulladar tendría.
A mí de sopetón una mujer me destazó en lo frío,
y desde entonces
a puro pinche ardor me estoy enfriando.
Ni lumbre en el finar del almaraje y sus trocitos queda
y sólo el agujero está y estamos dentro
mi esqueletada y yo y mis agujeros,
a trompicones tentaleando fondo
para por fin tener donde aventar el alma
y de una vez echar la moridera.

Luego de extremaunciarme el esqueleto,
mi pinche extrañación se fue de golpe;
a tales rumbos me aventó de lejos
que pura mugre soledad me fui encontrando;
de arrempujón en empujón llegué a mis huecos,
todo ya de oquedad hallado hoyado,
y sin huesaje ya y sin nada
en que la agonición llevar a cabo.

Es frío —me dije— lo de agonir que tanto escalda,
pero el asunto es memoriar lo que en trocitos
del almaje va quedando de esa mujer y yo memorio
de cuando me hoyancó y, luego, hubo un desmadre tal
que estropició la elevación de los San Ángel
y memoreo, también, que al destazarme
los huesos se me fueron hasta un deshuesadero tal
que, entonces, mi agujereaje y yo crujímonos de frío,
y a puro pinche enfriar hemos andado desde entonces.

Extremahumado ya,
ni un chinguirito de lumbre en el almaje y sus retazos queda
para lumbrar siquiera el huésar donde a tumbos
velorio a esa mujer que desahució mi almario
y cascajó, de paso, la ardidera.
Una llagada me dejó, y qué llagada,
y aluego hubo un friadal y un chingo más de casas
que a chingadazos, pues, me auparon la caída.

Si así —me dije—, sin nada de huesar
y a puro bújero velorearé por siempre a esa mujer
mientras chinguitos del almar me queden
y siendo como es de frío lo de agonir que tanto escalda,
mejor ya de una vez me descerrajo el alma
y a ver en qué lugar la moridera boto.
Ya ni mi triste corazón me aguanta nada
y ya que en éstas del morir me esculco muerto,
dada la extremaunción, el último traguito
mi agujereaje y yo nos lo echaremos solos.
Briagados ya, y a tarascazos dando fondo,
vidriaremos por ahí a ver en que mugre velorio
nos aceptan:
resurreccir como que está bastante del carajo
y este pinche camión de Tizapán que ya no pasa,
como que nada más hasta un barranco hubo llegado.

Junio de 1971

(De El turno del aullante)

 

SER EN LA SOMBRA

Sé que estás:
pared entre lo oscuro.
Amaso mundos
soy
       —qué destrozo.
Palpo ansias o paredes
(toro muge).
Acumulo tinieblas; luciérnagas ya
crepitan tristes.
Pero el muro.

Pobladora de erizos:
sé que estás.
Te acaricio.
Amaso mundos ya sangrantes
o tiniebla.
Pero estás: muro implacable:
estás.
Toro que muge muere entre tinieblas.


ALGO CRUJE

Algo cruje; ciertamente algo cruje.
Madera o mundo o muerte ya cansada
cruje;
ciertamente algo cruje, roe campanas,
masca niebla; algo mastica huesos
de angustiadas palomas.
Algo cruje; ciertamente algo cruje:
caen sonidos o golpes de azadón
o alguien escombra piedras
o quién va hacia mi hueco,
pero no, y sigue de largo.
Ciertamente algo cruje, algo en alguna parte
se está muriendo a escombros,
algo se está viniendo abajo.
Tristeza o soledad o rabia oscura:
qué desolado mundo sin ti se desmorona.

 


RELACION DEL SEDIENTO

Sed. Cuánta. Qué ansias. Cómo quema
este hierro en la garganta,
este alarido.
Qué de ansias de apagar esta llaga.
Esa mano. Clavo ardiente es tu mano.
Cuánta sed. Hace frío.
Sal es el agua. Sales del agua
hecha sombra hecha hierro que destroza.
Cuánto polvo. Qué de sed da ese polvo.
Vete, o no; ven; ven a mi lado.
Cuánta sed; cuánta. Qué de derrumbes.
Cuánto arde tu tizón; ese hierro.
Ven. Sé labio: empápame. O durazno, no sé.
Empápame. Sé jardín o paloma. Pero ven.
Otro hierro ya no, que ya es bastante
este que en tu impiedad hierro me está
mascando todo.
Esa mano ya no, que me destroza.
Cuánta sed da ese hierro. Qué de polvo.
Qué de remordimiento en ese hierro.
Otro ya no. Esas uñas ya no.
Piedad.
. .. .. .. . —¡Cuánto desastre!

Cómo, cómo troza. Cuánta sed da ese hierro, cuánta;
qué de remordimiento en ese hierro.
Otro ya no, que ya mi llaga llaga mucho.
Esas uñas ya no.
. .. .. .. .Piedad.
. .. .. .. .(Este desastre.)

 

 

* * *

Max Rojas (ciudad de México, 1940). Fue director del Instituto del Derecho de Asilo-Museo Casa de León Trotsky durante el periodo (1994-1998). Ha publicado artículos periodísticos bajo el seudónimo de Carlos Manrique. Es autor de los libros de poesía: El turno del aullante (Claves latinoamericanas/COPEC/CECOPE, 1983); Ser en la sombra (Claves latinoamericanas/COPEC/CECOPE, 1986); Cuerpos uno: Memoria de los Cuerpos (Verso destierro/Asociación de Escritores de México A.C., 2008); Cuerpos dos: Sobre Cuerpos y Esferas (Literal/AEMAC, 2008); Cuerpos tres: El Suicida y los Péndulos (Fridaura/AEMAC, 2008); Cuerpos cuatro: Prosecución de los naufragios (Generación espontánea/AEMAC, 2009). Además de la novela Vencedor de otras batallas, que, iniciada en 1965, se encuentra ahora en proceso de reescritura.
Poemas suyos han sido publicados en diversas antologías como: Poetas de una generación (1940-1949) (UNAM, 1981);  Dos siglos de poesía mexicana. Del XIX al Fin del Milenio (Editorial Océano, 2001); Anuario de poesía mexicana 2006 (FCE, 2006); Palabras en poesía. Diccionario poético por 50 poetas mexicanos (Siglo XXI, 2008); y El oro ensortijado. Poesía viva de México (Ediciones Eón/Secretaría de Cultura de Puebla, 2009). Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA en el periodo (2006-2009). Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer 2009 para obra publicada por el libro Cuerpos uno: Memoria de los cuerpos.

 

 

 

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Poemas de Max Rojas.
Presentación y selección de Iván Cruz Osorio