viii
Las mujeres cultivan rosas en azoteas negras
donde la humedad orilla a niños con alas invisibles
a despeñarse de altos edificios.
Por las calles los perros efímeros comen restos
de mariposas y huesos de bicicletas roídas.
Y al terminar la lluvia
queda una sopa musical
que a cuentagotas
alimenta vagabundos.
Suena el clamor de esta cisterna
donde navegan nuestras voces
y compartimos el hollín
. .. .. .. .. .. .. .. como sal negra.
xi
Los cables de la luz rayan el cielo
y dibujan renglones donde nadie escribe.
Sobre ese aéreo pentagrama
los pájaros cantan con sordina.
Las nubes de estopa lustran la luna
con un gastado aceite de sudor masivo.
Pasa una lumbre volando entre las espinas
ramas secas que una mariposa enciende.
El árbol
La luz oscila entre la piel de tronco
y el viaje de la fronda.
Este árbol con su región de ceniza
y su porción de bosque
roza el follaje con el viento;
el cónclave de alas
cuyo vuelo escapa de frágiles axilas choca
y el sonido se repite como un leve aplauso
en los senderos de la jugosa penumbra.
No pasa nada entre las hojas,
sólo se forman vitrales temblorosos,
acuden el gorrión, el colibrí, el cenzontle a dúo,
y el perico asciende
como un resumen tropical
hacia el hambre del sol
que lo devora en los cielos.
Nadie sabe los horarios del árbol,
caen estrellas ocres a tiempos indebidos
y a la noche se abisma
la luna entre las ramas
como un sol floreciendo a deshoras.
A veces el aire sopla
en el collar de los pájaros
que reposan a las once
cuando se calla el mundo
y los perros se lamen en silencio.
Un hombre
Un hombre se corta las uñas humanas
y en los espejos del baño repite su lenta bruma;
acerca su vaho al cristal,
al mapa efímero donde su dedo se desliza y se pierde.
En esa zona central de la congoja
hay una hilera de magueyes negros
un muro a mitad del aire
y como si un globo aerostático lo siguiera
una ostentosa sombra pasa encima de su sombra.
El hombre se harta de rosas y banquetas
y de la luz de mañana que abre el bullicio y el terror.
A un lote baldío
Las piedras mueven su silencio,
las habitan escarabajos desnudos en la sombra;
hay un aroma de carbón y de naranjas dulces,
rosas de cera arrojadas en el pasto.
De mañana la luz entra con su machete rubio
y corta un ala de mariposa que canta
y desgasta la ordenada clorofila del alambrado
y levanta el polvo que levanta el poco viento.
He visto a un loco comerse el hedor de las manzanas
y la inquieta hojarasca que sostienen los bichos;
la noche local deja caer sus cenizas sobre
un omóplato rasgado
que copia sus heridas en el jardín de vidrio.
El cuarto de la traición
En el tiempo de la traición
devoré carne cruda,
comí la sal de mis hermanos,
arranqué pieles humanas para cubrirme
los helados huesos.
Temí que me abandonaran en los pastos vacíos
y los engañé.
Vi mi futuro en un vilano envenenado
donde cada filamento era una flecha de sangre.
No me hablen ahora de las espinas,
conozco el nombre de cada una
que debí tragar frente a ustedes
con los labios cerrados y las encías
como una rota granada.
Es amargo el sabor de esta noche
que cruza mi pecho con su tormenta de ceniza.
El fuego se quebró a sí mismo
mientras ardía junto a mí, como una esfera quebrada;
sólo lo escuché morir, vomitar rescoldos
sobre la tierra insoportable.