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SILVIA EUGENIA CASTILLERO

Eloísa
(Selección de poemas)

 

 

 

 

  .. .. .. .. .. .. .

 

La espera

 

Eloísa espera.

Un silencio de quilla de barco

al romper las aguas atraviesa cada

trazo del tiempo,

allí suspendida una gota se alarga

se alarga,

la espera inconclusa

colgando

de cualquier veta.

Puede ser una rama

rodeada de vacío, de esa nada

que sigue detenida,

queriendo volcarse en algo,

caer por fin, romperse.

 

 

                                  

 

 

Despedida

Después de esa imagen final:

Abelardo alejándose,

las tejas de las casas se desmoronaban, 

en un entrechocar

de mis piernas y los muros.

Las calles angostas,

intensamente recorridas

(entre joyas,

mercaderes, limosnas),

ya no existían.

Sólo un cielo incendiado

—lejanísimo y superficial—

un espectro provisional de luces.

El mundo se caía.

 

                       

 

 

Talud

El rumor de tu muerte, Abelardo:

una colonia de hierbas

sobre el talud.

 

La tierra despertaba a sus ardores;

el mundo vaciló. Allí me ahogué,

en ese azul desbordado

que tú volviste fin del mundo.

 

Tu nado hacia la orilla imposible

crepitó como un aspa:

herido dejaste mi hundir.

 

 

 

 

Ónice

La calle era de ónice,

abedules enormes cabían en ella,

pero eran bocetos sobre neblina,

los pasos arcillosos

nos volvían seres ocres

como caídos de la tormenta.

Era tal vez un día de esos

que llegan a toparse con el último día.

La lluvia abría la rigidez de las calles,

enlodaba su trazo recto, lloraba su pudor,

no había sino esquinas y muros

y las vertientes blancas o rosas del ónice

en desacuerdo con nuestros pasos indecisos.

 

 

 

 

 

Plaza Saint-Sulpice

Girasoles allí, tambaleantes,

rondando a los leones su color

amarillean y casi boquiabiertos.

En su rumor: letanía del caer y aglomerarse,

el agua se desprende de su ruta; ya sube,

ya bucea, canta por la piedra, entre la fauna,

hasta el fondo de su propio espiral.

Con espasmos se hunde, se alarga lejos,

de su respiración breve sabemos

cuando renace,

en ese dibujo insolente que no se alcanza.

Atajarlo, arrebatarle su delirio,

capturar del agua sus repliegues.

Pero sólo temblamos: girasoles mudos.

 

 

 

*****

 

 

Recuerda que también la ciudad se anochece a sí misma, queda en suspenso; una niebla cubre las cosas, es el hueco que dejan los trazos cuando la ciudad se angosta en un mapa. Sólo norte y sur pueden acompañarte. Acuérdate que también la noche se acaba, igual que tus itinerarios, tus estancias en el paraíso quedaron fijas en un punto del plano. Seguirán aunque ya no camines: también la ciudad oscurece. Los ritmos se desvanecen pero pueden repetirse incesantes en tu mente, los puedes llenar y vaciar. No te separes de ellos, aunque se hayan ido con el día. Puedes guardarlos en tus rincones para que rueden de nuevo en las grietas, en los desagües, en la circunferencia de lo que fue aquella ciudad de ritmos circulares.

 

*****

 

 

Tu canto

Oigo tu canto,

lo percibo en mis pulgares

como alas sin abrir,

oigo ese tímido ascenso de tu voz,

tu canto ¿una celosía a trasluz?

La frase ansiosa

—atribulada—

revive con fuerza de algún rincón,

como una pluma virtual y ascendente.

Tu canto se articula solo,

tendido:

el aire miente ante mi urgencia

de escucharte. Deshago las notas y las dejo

errar tristes en mi boca.

 

 

 

 

Río Sena

(sepia)

 

Qué antiguas calles en las aguas lúcidas del río,

de ellas brotan barcas, espejismos, diferentes formas del recuerdo.

Camino y me hundo en las aguas azuladas, como piel de tigre

manchada de luces, en la ciudad el río fluye.

Camino y me hundo

entre muros de agua, las líneas olvidadas

son nervaduras de algún nicho oculto.

 

Fosforescente el cielo se comba,

la luz crecida  —al borde­—

es piedra que gime,

raíz enredada al tiempo.

 

Camino y me hundo:

los puentes alargan su desmesura,

trastocan el relieve del pasado.

Regreso siglos hasta mirar

al agua tallar mi propia historia.

 

Allí nace

 lumbre en los vitrales:

tus muslos y mis senos

quemándose tras el altar.

 

Como plantas espinosas

sobre los cuerpos,

ahora la borrasca llega en arenoso frío.

 

El recuerdo quebrado se hunde

templo invertido.

Y sólo queda este caminar de canoa

sobre las nervaduras del tiempo.

 

 

 

 

 

La caída

 

La lluvia obstinaba su caída sobre el tejado,

olor a sal en el viento

traía una casi precisión marina:

oleajes del niño en mi vientre

volvían cruel la espera.

Ni tú, Abelardo, ni el mar se acercaban,

sólo el rumor.

Un círculo interminable de imágenes

era maleza a mi alrededor

hasta cercarme lo imposible,

y el tiempo se detenía en la ventana

como teniendo misericordia.

Así me volví un manojo de hierba,

un ser quieto a merced de las estaciones:

me tocaba germinar mientras

los campos se volvían lodo,

mientras los árboles se deshacían:

en amarillo, rojo

y luego ramas grises en los caminos.

 

 

 

 

 

Naturaleza muerta

 

La llama arde

sin rojos, por fuera

titubea.

Su pólvora —informe­—

no engendra ni estalla,

hueca se balancea

disfrazada de un ardor lento:

embriones

fallidos de lumbre.

No le quedan más que

unas líneas de luz: un

arder en simulacro.

 

 

 

 

Más allá

No es una secuencia finita

este amor,

diagonal entre mi piel

y el cuadrado de la vida, es

una pura imposibilidad,

las fracciones fabuladas

de una lluvia, de tus gestos,

el ahínco de tu frente incierta.

En la certeza íntima

vacila tu figura, tal vez

te sostiene la invención,

esa levedad ilógica del gozo,

allí te has quedado, inmóvil,

irracional. Por eso no viniste

a construirte entre mis dioses,

prefieres quedarte en una proporción

estelar, más allá de la naturaleza,

quedarte en la tensión del infinito,

oscilante entre el más y el menos.

Eres una sensación itinerante,

prófuga.

 

 

 

 

Tour Saint-Jacques

 

Sobre un pedazo de piedra acanalada

se recarga el peso

de la torre inconclusa

desde donde se mire está rodeada

de otoños

ella sigue ahí con pequeños nichos

 

y guarda del viento sus espasmos

 

al final del día lo único que habla

es su contorno

rojizo

y a lo lejos su forma alada

 

de cerca el ángel que parece torre

—lleno de gárgolas—

es poseído por demonios.

 

 

 

*****

 

 

Las sombras itinerantes bajan hasta esa frontera de lo real, París no es más que ramajes sobre la expresión de los transeúntes. Trazos opacos se unen a los vapores hostiles que suben a la ciudad desde algún lugar inhóspito. Repta una viscosidad amarga, vaho que remeda la dispersión de la distancia. Las márgenes se deshacen, los edificios vuelven a ser partículas informes, migajas traslúcidas. Transido de un quedarse en su propio cerco París muere en un hilo de luz.

 

 

 

 

*****

 

 

Letanía

Dintel o tallo,

pétalo: la memoria. 

Palabra inútil

entre labios ávidos,

sin despedida

voló, tasajeó,

hubo alianzas,

sonidos acodados.

¿Música?

Rogaba en rimas,

mejor: rezaba.

Empeño balbuciente

—la memoria—

atiza la mañana.

Como letanía al alba

se vuelve necedad.

Al atardecer

memoria violenta,

y toca una a una

sus astillas,

letra sin letras,

rijosa, cruel.  

 

 

 

*****

 

 

Es como si París llenara de milanos sus arboledas, así de negro es hoy el horizonte. Un redil de imágenes desprovistas de forma tiene sitiada la calle, el boulevard es una abstracción del deseo, no hay paisaje más allá de Montmartre, desde ahí decaen las sombras. No hay otro París tras la montaña, hay reflejos en un ramillete, el pasado acumulándose en la boca de alguien como un surtidor de espejos. París se despoja de luces falsas y se deja poseer por una mirada en ruinas. En parcelas París muestra sus grietas, sus fríos hierros, sus árboles que se vuelven mantos negros.

 

 

 

 

*****

 

 

Ángelus

Era, no era

un jardín.

Era el inicio.

Volteamos en la noche la esquina

sumergida, en ahogo casi

bajo la crecida de la enredadera.

Era desbocada la corriente.

Eran tus sílabas.

Tus verbos.

Era tu mano amplia.

Era un aguacero dentro.

Era ya de una vez la nostalgia de tu tacto.

Y la vida.

Era un peñasco en desbandada.

Eran tus dedos.

Era el tiempo: duraba.

Era esa esquina.

Era, no era

el inicio.

Era este día sin esquina.

Eran los instantes arrebatados.

Caídos.

Era tu silueta gastada.

Eras el dios nocturno.

Desde la cúpula, en la capilla

—en cada gotear de la luz sobre lo negro—

eres la razón de arrodillarme.  

 

 

 

 

*****

 

 

Reconstruida la ciudad podría venir a tus pies de nuevo, cargada de esa penumbra sigilosa tras la cual brota la luz vertical, el tamiz de un pájaro sin ver al pájaro, ese rotundo vertedero de formas donde líneas y curvas se alían. La ciudad vendría a posarse en tu piel como antes, allí las casas harían sus solares. Largos serían los pasillos de tu mirar entre el vecindario acuarelado a lo lejos, con el fondo verde de avenidas al atardecer. Las fronteras se tocarían a tus pies de nuevo, turbarías cualquier límite para expandir el incienso de tu habitación hacia la ciudad. Voluptuosa volverías a ser, ondulante frente a las ventanas que seguirían tus pasos, montarías las escalas más temibles y ofrecerías a tu cuerpo el goce de la tierra.

 

 

*****

 

 

 

Cantos

 

De la piedra, Eloísa,

vuelves incandescente, de cada piedra

eres extraída en un cúmulo de años:

rosetones de lo que fue tu cuerpo.

Te aligeras, tal vez

te aligeras cuando apareces bajo el cincel,

clara, cálida, de un ocre matutino. La luz

con su prisma insita tu boca impregnada de sol.

Pero la piedra te arrebata,

sólo mis sensaciones te reconocen, ruedas

entre los bloques extraídos del suelo, cantos

agudos y esculpidos te arrastran del detalle

hacia el tiempo tumultuario y amorfo.

 

 

                                                          

 

 

Tajo

 

Tiene que haber sido el mar con su furia.

Arrastró de tajo las formas, la lengua,

la plegaria matinal. Tiene que haber sido

esa descomunal fuente de cristal en pedazos.

Labriego insoluto, huérfano océano

desbordó la intimidad;

rabioso horadó los herrajes de la noche.

Furia venida del espesor de arenas

y rocas. Con su perfil de resaca

nos dejó sin costa, sin muelles,

en la abstracta posición del alba.

 

 

 

*****

 

 

 

En aquella ciudad la liturgia era muda. Lo sabíamos en las aceras, uno cerca del otro, trazando mariposas con nuestros pasos para sentir roces voluptuosos. Iniciábamos en Palais Royal, entre columnas de tamaños desiguales el agua suministraba recodos imprudentes a nuestros cuerpos, después surgían las líneas de la avenida. Sin ver de frente llegábamos a los Passages, barrios agazapados en pleno día, entrábamos en una dimensión a escala nuestra, un lugar para mirarnos. La ciudad miniatura nos sumergía en el tiempo anterior donde lo externo se ocultaba. El pulso crecía en tus manos, aquel pasado se volvía verdadero: los libros, el café, los estucos siempre vivos. En las buhardillas dejábamos los anhelos, siempre a la conquista de subir escaleras cegadas ahora, llegar al piso alto, cerrar la pequeña aldaba y nunca más volver hacia el presente, a la avenida, al reloj de la fachada que nos caería como guillotina al salir, al entrar al sereno helado de la ciudad bullente y verdadera.

 

 

 

 

* * *

 

 

Silvia Eugenia Castillero nació en la ciudad de México. Autora de los libros de ensayos Entre dos silencios, la poesía como experiencia, Tierra Adentro, Ciudad de México, 1992 y 2003. Aberraciones: El ocio de las formas, UNAM, 2008. En poesía ha publicado Como si despacio la noche, Secretaría de Cultura de Jalisco, Guadalajara, 1993; Nudos de luz, con serigrafías de Rigoberto Padilla, Ediciones Sur y Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1995; Zooliloques, edición bilingüe, traducción al francés de Claude Couffon, Indigo Editions, París, 1997 ; Zooliloquios. Historia no natural. CONACULTA, colección Práctica Mortal, ciudad de México, 2004. Eloísa, Editorial Aldus y Universidad de Guadalajara, ciudad de México, 2010. Héloïse, Éditions du Noroît, traducción al francés de Francois-Michel Durazzo, Montreal, 2012. Acreedora del Segundo lugar en el género de poesía del Certamen Internacional Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2011, con el libro En un laúd –la catedral. Asimismo fue finalista del III Certamen de Poesía Festival de la Lira 2011, de obra publicada, en Cuenca, Ecuador, con su libro Eloísa. Actualmente es directora de la revista literaria Luvina de la Universidad de Guadalajara. Y miembro del Sistema Nacional de Creadores.



 

 

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Eloísa
(Selección de poemas)