¿Cómo nos condiciona la forma en que escribimos? Nunca he podido responder a esta pregunta. Pero puedo describir dos experiencias de escritura y compararlas entre sí: la escritura a mano y la escritura por computador.
Escribir a mano consiste en dibujar líneas con un lápiz en la superficie de una hoja de papel; líneas que anudadas de cierta forma significan letras y unidas se vuelven palabras. Escribir en un computador consiste en apretar teclas que envían a través de circuitos eléctricos instrucciones a un programa para grabar letras en un texto que nos muestra una pantalla retroiluminada.
La acción de la mano es muy distinta en ambos casos. En el primero escribimos con la mano entera, y el computador solo con los dedos. Lo que en el lápiz son movimientos fluidos, en el teclado son golpes.
El soporte también cambia. La luz de la lámpara cae gentil en la hoja y la sombra de mi mano ahora me acompaña por ella. El computador, en cambio, tiene su propia luz y nos encandila un poco, pero aún más nos desconcentra y nos reclama atención.
La hoja se puede tocar. Se puede arrugar, manchar o perder. La puede tomar una corriente de viento. Se puede quemar en la chimenea o en un incendio, Dios no lo quiera. La hoja de papel comparte un mismo plano con nosotros. El texto en el computador no es más que un conjunto de impulsos eléctricos. Código, en el fondo. Está como en un mundo aparte detrás del vidrio de la pantalla y no existe del todo hasta que se imprime.
Por último, escribir a mano es mucho más lento que escribir en computador. Y esto es poco práctico, pero a la vez da tiempo para pensar en lo que se dice. Es como un intercambio. Si les voy a dar a leer algo, es justo que me haya tomado más tiempo que a ustedes en leerlo. Ustedes son un grupo y podrán leer el texto más de una vez, mientras yo estoy aquí solo y acabaré de escribir esto en unos instantes. Y luego del punto final el texto ya no podrá ser escrito de nuevo.
Imagen: Escriba egipcio de la IV dinastía, del 2.500 a.C.
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Por Martín Mège W.
Publicado en Austral de la Araucanía, 18 de agosto de 2019