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La literatura es una forma de sobrellevar la existencia
Entrevista al poeta mexicano Gerardo Miranda
Por José Manuel Vacah
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Gerardo Miranda ha desarrollado una poética basada en la disección, su escritura es un viaje que inicia en la taxidermia del ser para cuestionar la realidad. Donde la oscuridad es el punto de partida, ha señalado: “somos la perpetuidad del ojo”, la carne es el cuarto oscuro más allá de su párpado. Su primer libro Venus y las moscas (Ediciones El Golem, 2010) –a decir del propio autor— “es una selección de poemas que componen una alegoría simple: el elemento tanático como directriz del elemento erótico”. Odilón (Rocinante, 2012), su segundo libro, es una confrontación directa con una de las mayores obsesiones de la sociedad posmoderna: la vista.
Además de ser un poeta con el síndrome de Diógenes, se mantiene alejado de la palestra editorial, conservando inéditos los siguientes libros: La hiperbólica caída del insólito niño WEBBER, en donde explora la relación de un niño de plástico con su cuerpo; La caída del señor Mishima, un diálogo consigo mismo para explorar la visión del cuerpo humano como una máquina libre de todo erotismo; y Tratado de sonambulismo para hombres verticales, de pronta aparición.
Desinteresado de la difusión y distribución de sus propios libros, se ha confinado en un mundo propio.
— Tu primer libro sugiere lo siguiente: ¿la belleza está podrida?
— Una de mis grandes fobias es el desgaste natural y paulatino del cuerpo humano, sobre todo de personas cercanas. El desgaste de mi propio cuerpo no me genera el temor que me provoca la finitud de los que me rodean. Otro temor es llegar a la vejez y no poder valerme por mí mismo. Mi obra está plagada de esta lenta decadencia, me provoca mucho más angustia el desgaste, que la muerte repentina o prematura. La belleza biológica es perecedera, se pudre y se termina. El proceso es lo que realmente me preocupa.
— ¿La belleza se desgasta?
— Sobre todo la belleza física, se desgasta completamente. Es como la inocencia de la juventud que se desgasta frente a los avatares de la vida cotidiana. Si en algún momento fuimos revolucionarios, probablemente terminaremos siendo unos viejos acomodaticios y reaccionarios. A esto también le tengo miedo: darme cuenta que creía en mentiras. Aunque espero equivocarme, en verdad lo espero.
— Un poema que nos parece bello ahora ¿en el futuro ya no nos parecerá así?
— Un poema, una pintura, una escultura; el arte verdadero, aquél que proviene de lo más profundo del ser, aquél que es intrínseco a la naturaleza humana siempre tendrá algo que decirnos. La belleza es subjetiva, responde a los parámetros de épocas y regiones, no obstante, la dicotomía expresión /comunicación del arte real, siempre será digna de tomarse en cuenta. La capilla Sixtina, por ejemplo, siempre será bella, una obra maestra. La calidad de la técnica y lo que comunica no da lugar a dudas más allá de la polisemia. También existen modas en cuanto al arte, a la poesía. Las modas son perecederas y responden a intereses específicos de su tiempo. No trascenderán. A final de cuentas el tiempo lo determina todo.
— ¿Esta es tu opinión sobre la poesía contemporánea?
— Hay infinidad de vertientes poéticas. Hay poesías, hay infinidad de cauces por donde el río transita. Es un término ambiguo. Incluso el término poeta joven me parece algo muy difícil de entender. He leído a poetas de mi edad que me parecen bastante clásicos, puedo ver a Huidobro más propositivo que muchos poetas actuales. Hay opciones para todos los gustos afortunadamente. Bienvenidas sean.
Leo a mis contemporáneos, conozco lo que están haciendo. Me siento parte de una generación sólo por la fecha de nacimiento, pero no me siento parte de ningún grupo. Me siento cercano a ciertas estéticas, alejado de otras y nada más.
— ¿Cuáles son las estéticas con las que sientes afinidad?
— En el aspecto literario soy muy afín a la poesía chilena y peruana. Me siento atraído por autores como Rodolfo Hinostrosa, Mario Montalbetti, Antonio Cisneros, el grupo de Hora Zero, Raúl Zurita, Óscar Hahn, Juan Gelman, por lo menos son autores a los que releo constantemente. También Octavio Paz, José Carlos Becerra…
— Estos referentes que mencionas han sido una influencia para la gran mayoría de los escritores nacidos en los ochentas y noventas ¿por qué crees que la brújula poética apunte hacia ese lado?
— Tal vez porque sean los referentes más inmediatos. Lo ignoro. Aunque la generación Beat tiene muchos adeptos. Creo que más por este halo de poetas malditos ya muy gastado, que por otra cosa. Aunque he de confesar que se encuentran dentro de mis primeras lecturas. Mis lecturas de adolescencia.
— Mario Meléndez te ha señalado como una de las voces más “frescas” de tu generación, pero en tu poesía también está el diálogo con una tradición muy particular.
— Para romper la tradición traté de faltarle el respeto a los padres, en un sentido muy adolescente, pero también con conocimiento de la forma. Mi primer libro me da vergüenza, aunque hay algunos textos que no son tan malos. En Venus y las Moscas intenté abordar mis filias y mis obsesiones, aunque en los libros posteriores ahondo más en ellas. A partir de Odilón descubrí que tengo una obsesión por el cuerpo en tanto ente mecánico desprovisto de erotismo. La disección del cuerpo, no como elemento erótico sino como una máquina con un complejo sistema de engranes. Buena parte de mi infancia quise ser cirujano y en mis libros posteriores esta fijación se hace cada vez más presente de una forma un tanto inconsciente. No me propongo escribir sobre ello, simplemente aparece al menor descuido y pienso que hay que seguir por ese camino.
— En Odilón está muy presente la mirada. ¿La vista es el sentido principal de un poeta?
— Del artista en general. Se cree que un pintor es diestro con las manos pero es diestro con la vista. Todos los artistas, supongo, deben tener esa virtud. Ser muy observadores. Otra de mis obsesiones son los ojos, la mirada.
En ese tiempo estaba leyendo a Juan Luis Martínez, por eso quise que mi obra también tuviera detalles visuales. De esta manera Odilón pretendía ser un libro temático conducido a través de un personaje. Odilón es un globo ocular, un personaje que no está bien definido, porque no me interesó definirlo. A veces es un globo ocular, otras es mi alter ego, y a veces soy yo mismo… Tomo el título de un grabado de Odilon Redon.
— Resulta paradójico, porque es un libro sobre la vista que tiene más que ver con la ceguera.
— Creo que a final de cuentas es una crítica inconsciente a la ceguera generalizada, en términos metafóricos. También una ceguera autoimpuesta, un solipsismo de mi parte. Decía Eliot, la realidad es tan fuerte que el hombre no puede con ella, y es una frase de la cual surge el concepto del personaje, la directriz del libro.
— Odilón es un libro de viaje…
— Un viaje inconcluso al final de cuentas. Odilón se está escribiendo constantemente.
— ¿Crees que el arte debe tender a lo inconcluso?
— El arte sigue sus propias reglas, quien lo concluye es el espectador o el lector. El final es subjetivo, si hay arte fragmentario es porque las condiciones de nuestro tiempo así lo requieren. Surge porque el autor dialoga con su tiempo.
Antes de dedicarme a la poesía experimenté con la fotografía, el cine, la música y el dibujo. Me sirvió mucho. Estudié ciencias humanas y me especialicé en Literatura, pero sin lugar a dudas la poesía me ha permitido expresarme con mayor holgura, es lo que más disfruto y en lo que soy menos malo (risas). Soy muy perfeccionista, trabajo mucho mis textos, tardo mucho en escribirlos, por esta razón tengo libros que nunca verán la luz.
— Eres un hombre de muchas obsesiones, ¿cuántas tienes?
— Creo que no son tantas, dos o tres tal vez, más las que aún no descubro o las que sólo son manías. Lo que tengo de sobra son manías provocadas, creo, por estas obsesiones.
No sé, pero afortunadamente no aparece una cada semana, sería mortal. Tengo el síndrome de Diógenes, soy un acumulador compulsivo. Colecciono objetos. Creo que esto se da mucho en personas que se dedican al arte, no en vano Neruda llenó una casa con mascarones de barcos. Bretón coleccionaba guijarros, piedritas que encontraba en la calle. No he ahondado mucho en esto, sólo me dejo llevar. La poesía, el arte, es una forma también de lidiar con esto, de sublimar las obsesiones. He sido acumulador desde mi infancia. Colecciono fotografías; juguetes antiguos; taxidermia. Mi casa es como un pequeño museo del horror.
— ¿La poesía es una forma de coleccionar?
— Sí, claro. Una forma de coleccionar experiencias, de diseccionarlas, de tratar de entenderlas.
La literatura es una necesidad, una forma de sobrellevar la existencia. A mí la poesía me permitió abrirme al mundo, verlo de una manera distinta y de soportarlo.
odilón desde la perspectiva no siempre exacta de su portador
EN ESTOS MESES DE ENCIERRO
He intentado muchas veces razonar la última palabra del ciego
Ernesto Sabato
ayer odilón caro amigo
bajé por la escalera a tientas
para no toparme con mi sombra
dejé atrás mi piel saturada
y corrí bajo los cascos de un equino
-vieras que ni siquiera tuvo la delicadeza de mirarme a los ojos-
dirigí una mirada a los huecos de mi rostro
donde inventamos un lenguaje mutuo
donde dibujamos símbolos que sólo nosotros comprendimos
donde construimos una fonética distinta a la de nuestros abuelos
e hicimos de nuestra imagen una estampa en negativo
ahí donde la luz nos penetró al mismo tiempo
y nos llagó la carne en partes iguales
nos rasgó las tripas y testículos y el rostro todo de igual manera
tendí mi cuerpo en espera de ese ansiado sueño
de la imagen única y verdadera
recorrí los caminos odilón
donde cuentas que las personas suelen mirarse a los ojos
por días
por meses
y por años
donde la piel del rostro se transforma en un ser unánime
y las miradas se confunden juntas en un punto imaginario
recorrí los caminos trazados como marcas de tierra
pero muy a pesar de mis esfuerzos
aquellos rostros no me ofrecen más que cuadros vacíos
rara ítaca me presentas con tus relatos amigo
el lugar donde nuestro padre se niega tres veces a sí mismo
el lugar donde la luz del astro rey nos encandila
y transforma a tristán e isolda en puercos travestidos
hijos de las sombras nos llamaban
hijos del encierro de alas desplumadas y cera derretida
de carne trémula y palabras escondidas que se meten por debajo de las uñas
pero aún así somos inmortales
una imagen impresa que reniega de su alegoría
que besa
copula
fornica
y expulsa la sangre que mana de la noche
habitantes de la frontera más lejana
del país sin bordes y la imagen perfectible
llegamos tarde y tus palabras terminaron por quemar la tierra que pisábamos
de nuestros ojos brotó sangre y aguamala
y nuestras cabezas trazadas al azar
terminaron por deformarse tanto a la usanza de viejos trofeos
de nuestro cuerpo entumecido
emergió la última mirada en espera de respuesta
sin embargo
tú ni provocaste que me ahogara en un vaso de agua
tú me ahogaste en la catarata de un ojo
y no sabes o no quieres darte cuenta
que es imposible cambiar lo que nos rodea con un simple pestañeo
vi mis adentros
me vi las entrañas
y las tripas colgando
rojas como en tendedero
mis carnes llagadas por dentro
y mi aliento cortado
y mis ojos cegados desde dentro
susurrándome al oído
cuántas veces en la vida hermano te ha sangrado la retina