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Breves consideraciones a partir de El mago de la soledad
de Mario Meléndez
Gerardo Miranda
Poeta y ensayista mexicano
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Siempre que tengo un acercamiento a la poesía latinoamericana, a la poesía chilena específicamente, me viene a la mente el por qué de tantos poetas en Chile, es decir, por qué hay tantos y tan buenos poetas chilenos. La respuesta nunca la he sabido, pero intuyo varias posibilidades como el vino, el agua, su geografía accidentada, que parece orillarlos al mar con cada bocanada de aire, con cada palabra que se pronuncia ¿será eso el origen de la poesía chilena? ¿la locura? Esta última posibilidad me parece la razón más poderosa. ¿quién sino un loco dedicaría su vida a la poesía? En una ocasión, en un encuentro con el poeta, también de origen chileno, Hernán Lavín Cerda, me comentó que el autor de Maqroll el gaviero, Álvaro Mutis, le confió un descubrimiento importantísimo: ¡todos los chilenos son unos locos! Y no es que yo defienda tal afirmación, no obstante, es gracias a este tipo de dilucidaciones, que mis sospechas se disipan. Algo que sólo transitaba en el plano de la intuición, tomaba forma y se convertía en una hipótesis nada despreciable. Sin embargo, aún conservo algunas dudas al respecto.
Es justo aquí cuando un texto del tigre mayor, el maestro Eduardo Lizalde, adquiere todo su sentido. Cito:
La extranjería es bastante parecida a la locura, casi su igual.
Por eso nos parecen siempre algo chiflados
todos los extranjeros (…)
Yo no lo sé con certeza, pero intuyo, quiero creer, que en los terrenos de la poesía, sean lo que éstos sean, las fronteras se quiebran, se despedazan, se aguadan y se llenan de agujeros. Y no afirmo esto con un ánimo de cordialidad, de falso optimismo, sino por el hecho de nunca haber conocido un poeta que pueda presumir de cordura. Yo celebro infinitamente lo anterior. Por tal motivo, la locura de Mario Meléndez responde a ciertas variables que apenas intuyo pero que no podría asegurar, porque caer en el terreno de las certezas y las definiciones, amerita un riesgo casi mortal, un pequeño suicidio parecido a la labor de poeta.
Tanático, absurdo y contundente, con una escritura telúrica que se balancea entre la antipoesía Parriana y la síntesis epigramática, Mario Meléndez continúa con la arraigada tradición chilena del asombro y la locura, enmarcados, ambos, por un amplio conocimiento de la forma y una indubitable manejo y percepción del fondo. Bardo viajero, la geografía lo determina al igual que lo hizo con sus antecesores, con la salvedad de que el talento y la maestría literaria lo acompañan allende las fronteras. De origen chileno, radicado en Italia y adoptado por México, cuando nos enfrentamos a uno de sus textos, los personajes, los entornos, las atmósferas, dan cuenta de un estilo propio.
Alejado del Yo confesional que se separa de la biografía y dotado de un espíritu exploratorio, su imaginario tiene la cualidad de formar un microcosmos individual que, de manera colectiva, se convierte en una cosmogonía que atrapa.
En El mago de la soledad, antología editada por la prestigiosa editorial Valparaíso México, se reúnen los ejemplos más característicos de su quehacer como escritor.
Una recopilación de 6 libros en donde la poiesis no da lugar a dudas, entendida como el acto puro de la creación, la labor de un demiurgo huidobriano que ordena, reacomoda y estiliza lo ya dado, para embellecerlo en un sentido ilimitado. En Vuelo subterráneo, El circo de papel, El zoológico de palo, La muerte tiene los días contados, Esperando a Perec y Jardín de escombros, se percibe una evolución del sentimiento, una evolución escalonada sobre la percepción de las sensaciones y la manera de expresarlas.
Una intrusa curiosidad, antecedente de una poesía de certeras sentencias que nos transportan sorpresivamente a su universo, su realidad, creando en la mayoría de sus lectores empatía con un discurso que va más allá de la versificación simple y llana.
La poesía de Meléndez, está aparentemente alejada de las estructuras clásicas, aunque entiende, intuye, que el riesgo, la novedad y la transgresión, no son valores artísticos por sí mismos, si no cuentan con el sólido e inamovible basamento del conocimiento literario. La tradición, sea para romper con ella o para dotarla de nuevas lecturas, nuevos significados y significantes, no es una carga para él, es materia moldeable, materia prima como las palabras y el lenguaje mismo, herramienta que domina, maneja y da forma a su antojo.
No abusa ni se engolosina con las mieles del largo aliento, sino muy por el contrario, la factura y la minucia en cada uno de sus textos adquieren un valor trascendental, una manera de apropiarse y ejercer dentro de los complejos terrenos de la creación.
Mario Meléndez, ha sabido abrir la poesía a distintas áreas de lo real, pero lo ha hecho reafirmando las posibilidades del discurso poético. Entre pistas, símbolos y signos que hacen posible su lectura; su obra nos remite a un mundo en donde la imaginación y la intertextualidad juegan un papel fundamental. Recorrida de extremo a extremo por un fervor extraordinario, que se vierte por distintos cauces y de distintas formas.
Hay cierta belleza que rodea sus textos todos, cierta unicidad cuyas características nos envuelven las más de las veces, en la categoría del misterio, la energía convulsa alejada de la llana observación lineal del entorno y una apropiación de elementos populares, o incluso sacros, para desarrollar su poesía al máximo. Su trabajo será, sin duda, parte de la cultura latinoamericana.
A manera subjetiva y personal, puedo decir que su calidad como escritor, se conjuga con su calidad como persona, como maestro y amigo. No alcanzo a percibir cuál virtud es la que impera. Sólo me resta agradecerle la oportunidad de presentar esta magnífica antología que da cuenta de un arduo trabajo y nos permite conocerlo más allá de las apariencias.