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“La muerte tiene los días contados” de Mario Meléndez
Reseña de Ombretta Ciurnelli
Ensayista y crítica italiana
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La editorial Raffaelli de Rimini ha publicado la obra del poeta chileno Mario Meléndez “La morte ha i giorni contati.” [1] La colección de poemas, publicada en libro y en formato electrónico, presenta el texto original y la traducción italiana de Alba Metaponte. Mario Meléndez, considerado una de las voces más importantes de la nueva poesía latinoamericana, nació en 1971 en Linares, en el centro de Chile. Su infancia fue testigo de la violencia del régimen de Pinochet y la difícil condición de los exiliados.
Luego se traslada a Ciudad de México, donde se ocupa activamente de industria editorial, periodismo, crítica literaria y en particular de poesía, dirigiendo en “Laberinto Ediciones” una colección de los mayores poetas latinoamericanos. Actualmente vive en Italia, en la región Marche, donde ha colaborado, entre otras cosas, con la Universidad de Urbino, dando clases de poesía y literatura hispanoamericana.
Su poesía es de difícil colocación entre las corrientes y los géneros propios de nuestra literatura; Luca Benassi dice que «es una poesía que no se deja encasillar, sobre la cual la cola de las etiquetas no pega».[2]
En su libro, donde la muerte es protagonista de un representación que se articula en ocho tiempos (“La vida privada de la muerte”, “La muerte lloró a los pies de Jesús”, “La muerte tiene los días contados”, “Los heterónimos de la muerte”, “Los personajes de la muerte”, “La muerte lleva una camisa de fuerza”, “Postales del más allá”, “La muerte, todavía”), encontramos muy poco de lo que mucha literatura, música y arte han expresado sobre este tema. Meléndez está lejos de pensativas meditaciones, de impulsos místicos y religiosos, de reflexiones sobre el misterio de nuestro ser y de nuestro fin, y en la colección no hay lugar para esperanzas o tentaciones metafísicas. Lo que anima su poesía es, sobre todo, una extraordinaria imaginación surrealista a la que se funde un uso irreverente de la ironía. Parece que el Autor quiere burlarse de la muerte, ridiculizarla, no para exorcizarla en un subtenso juego apotropaico, sino para quitarle el velo de las hipocresías a través de un humor macabro y metafísico, como en los versos que anticipan la primera parte de la colección (“La vida privada de la muerte”): La muerte pidió que la cremaran / y esparcieran sus cenizas / sobre todos los vivos, o como en el poema “Reporte del forense”: Murió de un lanzazo en el costado / luego de desvariar durante horas / llamando a un tal Dios / (no se consigna el apellido) / y prometiendo la vida eterna / a quien se lo pidiera.
La representación parece grotesca: el día de su nacimiento la muerte era tan fea como las gordas de Botero, convirtiéndose más tarde en bebé robusto al que hasta Dios le cambia de pañales. Ella, en su autorretrato (“Autorretrato de la muerte”) confiesa con cinismo que ha sido feliz en los campos de batalla / aconsejando a los suicidas / mientras se miran al espejo por última vez. Dice Francisco Véjar en el prólogo al libro: «Finalmente un poeta que le quita el velo a la muerte y la hace dialogar con nuestro tiempo». El Autor quiere también subrayar la famélica espectacularización de la muerte que caracteriza la información de nuestro tiempo por parte de periodistas cínicos, listos para captar su rostro recién despierto o su esbelta figura en cualquier rincón.
A veces la muerte puede ser seductora y, como Mefistófeles, le promete a Jesús en la cruz un pastel con 34 velas si él se acordará de ella en su reino o le promete a Michael Jackson dejarle más blanco que los pechos de Madonna si él le enseña la sinuosidad de sus movimientos y de sus pasos de baile. En un rico escenario Meléndez mueve con habilidad a sus personajes más allá de cualquiera coherencia espacio-temporal; Sky y CNN están presentes junto con Moisés, Picasso y Ulises en su representación del Calvario (“La muerte lloró a los pies de Jesús”), en un guión visionario que se presenta a mitad entre un macabro Evangelio apócrifo y los ritmos de una encuesta judicial: Dios andaba en bicicleta / cuando la muerte lo fue a buscar / Ha fallecido tu hijo, le reveló / lo acabo de oír en la radio. O como dice el poema “Al tercer día”: Y quién resucitó entonces / preguntó la muerte, sorprendida / Y Dios no supo qué decir // (La cruz, los clavos, la corona de espinas, / el arma homicida y otros medios de prueba / ya son parte del sumario).
Imágenes surreales, fuera del tiempo y del espacio, se superponen y se persiguen con soluciones escénicas prodigiosas y sorprendentes para reflexionar sobre la muerte, más que como un hecho individual y personal, como una dimensión política y social.
Más allá de los textos desacralizadores, en la colección hay poemas en donde lo representado es el drama de la historia. Así en la poesía “El testamento de la muerte” encontramos las herramientas de la muerte: la guillotina de Robespierre, los fósforos de Nerón, la bacinica de Stalin, una silla eléctrica confiscada por falta de pago, y, finalmente, la guadaña, metáfora por excelencia de la muerte, que pasa a manos de Charles Manson, uno de los más sangrientos criminales del siglo XX.
Grotesco, y probablemente por esta razón aún más dramático, aparece el “turismo” en los lugares de la muerte (“La muerte está de moda”): desde Auschwitz al Patio 29, donde «fueron enterrados y luego exhumados unos 200 cuerpos de detenidos desaparecidos durante la Dictadura Militar»[3] , desde Isla Dawson a Villa Baviera, otros lugares símbolo del drama del pueblo chileno durante ese periodo. Sobre la poesía social de Meléndez, Manuel Cohen escribe que: «la épica de su gente constituye y determina el hábito y el ámbito de su atención. Nuestro autor nos habla de su vida, sus pasiones, sus furores, sus dolores, y continuamente remite, reverbera y se refiere a pasiones, furores y dolores de su tierra.»
El lenguaje, adaptándose a la dimensión irónica y grotesca de la representación, se desliza hacia un sarcástico cinismo, al representar la muerte como mercancía de un supermercado: Sorpréndase con las ofertas del día: / una mandíbula rota, una lanza en el costado / un cráneo con salida de proyectil. El de Meléndez es un lenguaje sencillo y coloquial, capaz de construir imágenes cargadas de crudo realismo, en cuyo concreto, sin embargo, se disgregan relaciones y sentidos hasta llegar a una dimensión onírica y surreal donde todo puede ocurrir y donde se rompen las tradicionales categorías descriptivas y representativas.
Concluimos esta reseña con un juicio sobre Mario Meléndez que apareció en el blog “La bella poesía”: «La poesía de Mario Meléndez es sorprendente, intensa, imaginativa, y sin embargo clara, inmediata; encuentra los sueños y las ansiedades del lector y le otorga alas de libertad y, además, rigor expresivo; es la confluencia de muchos ríos y tradiciones culturales; en sus versos se oye el eco de los grandes poetas chilenos, empezando por Pablo Neruda y Gabriela Mistral, pero se reconoce también la gran tradición visionaria de García Márquez y de Amado, desbordantes en metáforas y sugestiones. Por lo tanto, no sólo una tradición circunscrita en precisos confines culturales, sino un crisol de historias y culturas diferentes, una mezcla de mares tumultuosos que logran reunirse al final en un único, inimitable estilo, lleno de ritmos de absoluta pureza poética.»[4]
Mario Mélendez, La morte ha i giorni contati, trad. di Alba Metaponte, Rimini, Raffaelli Editore, 2014, págg. 142.
2014-08-14
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Notas
[1] Título original: La muerte tiene los días contados, Laberinto Ediciones, Ciudad de México 2010.
[2] Luca Benassi, Ricordi del futuro. La poesia di Mario Mélendez; en:
http://issuu.com/inrealtalapoesia/docs/ricordi_dal_futuro_-_benassi, pág. 7.
[3] nota a la poesía La muerte está de moda (págg. 54‑55).
[4] http://www.labellapoesia.info/2012_09_01_archive.html.