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La reposición de Paradiso

Por Marcelo Mellado
Publicado en Revista Santiago. N°3, 2017



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Era asmático, jadeaba al hablar por un pecho siempre obstruido. No es un dato menor, porque el cuerpo habla, más aún, adquiere la complejidad del lenguaje. Alguna vez leí algo relacionado con el asma y su relación con su escritura; la escritura lezamesca habría estado signada / marcada por ese flujo entrecortado del habla, a la que le falta el aire. Creo que era su discípulo, Severo Sarduy, quizás en su libro Escrito sobre el cuerpo, quien le daba una connotación de signo a su patología. El episodio inicial de Paradiso es el de un niño enfermo por una crisis asmática, atendido por su niñera. Era José Cemí, el protagonista.

A pesar de la supuesta difícil lectura, la novela transita por los tópicos clásicos: el del texto de iniciación, poética y existencial, y también la reconstrucción autobiográfica teñida por el paisaje familiar. Y por cierto el correlato histórico, con episodios de vida universitaria en el contexto de la dictadura de Machado.

Hay momentos clave en la novela, como el período adolescente escolar, que es la metáfora de la inversión sexual (homosexual), el famoso capítulo VIII. Ahí aparece Farraluque, el leptosomático adolescente dotado de una enorme verga. Y por cierto, los rituales de formación poética con Fronesis y Foción, sus amigos entrañables, hasta la apoteosis de la discipularidad (en el capítulo final) de Oppiano Licario, personaje que después protagonizará su última novela.

Mi fascinación por su escritura viene del uso de la lengua, incluido su registro de productor de imagen, como sistema de cognición. Todo esto redunda en un mundo B o paralelo que necesariamente traduce el otro, el literal, y lo pone como una posibilidad más del relato y que funciona como ejercicio crítico. Me parece interesante retomar esta lectura hoy, porque hay una huella escritural que es todavía subversiva, en momentos en que se nos impone una literatura que se confunde con los procesos de edición, es decir, escribir hoy es editar. De ahí el facilismo del realismo freak, que pasa por la producción mediática y define el mercado literario.

Lezama fue (y quizás sigue siendo) un sujeto de la escritura americana y cubana, fuera de circuito; su validación en la isla y en el resto de Hispanoamérica fue una rareza. Recuerdo el énfasis de Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos y un respeto institucional en su zona de origen. Leo un prólogo de una reedición de Paradiso escrito por Cintio Vitier, y me entero de detalles de su vida y obra, a pesar del tono oficial. Su obsesión barroca culterana que constituye toda una matriz de lectura, produciendo una mirada brutalmente otra del texto clásico y moderno.

Me topé con el texto de Lezama, a mediados de los 60, creo que en la biblioteca de la Universidad Católica de Valparaíso. Mi incerteza quiere ser toda una certeza frente a las revistas indexadas del negociado académico. Creo que era una revista norteamericana que daba cuenta de su obra en un contexto de preocupación estratégica por Cuba y América Latina de parte de los EE.UU. de la época, complicado por un patio trasero desbocado.

En ese período, nuestro contexto formativo academicoide nos imponía la filología española más rancia. Algunos poquitos sentíamos la necesidad de la voluntad barroca, que era un aprendizaje que imaginábamos marginal e insurrecto culturalmente. Era un modo de la sobrevivencia político cultural en una época oscurantista. Aprendimos una jerga oblicua a la que le adjuntamos el posestructuralismo francés. La lingüística estructural nos enseñó que la literatura era un nivel del lenguaje que tenía sus propias leyes articulatorias. Todo eso era parte de la lucha ideológica y la academia que nos enseñaba la añeja corriente filológica y el impresionismo literario era el enemigo. El descubrimiento de Lezama, además, nos permitió liberarnos de la literatura testimonial que se nos imponía como un canon disidente, dados los sucesos de la época.

Paradiso se me viene como recado literario, como revisión histórica, incluso como revisionismo histórico literario, en el sentido en que el barroco de Lezama es, quizás, una deformación del modernismo republicano en versión Caribe; de eso me enteré más tarde, cuando estando en Cuba me di cuenta de la fuerza de una España desconocida para uno que se filtraba en la cultura cubana.

Incluso, con un compañero de curso hicimos nuestra tesis de titulación en Paradiso, aprovechándonos de su catolicismo. Era una presentación del barroco lezamesco a partir del capítulo VIII. Perdí ese texto.

Leyendo Paradiso aprendí que la novela es una zona de laboratorio no solo de un nivel del lenguaje, sino también que sirve como recurso investigativo y de juegos textuales. Y de algo que no hay que olvidar, de la cita como experiencia genuina de la práctica textual.



 

 

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La reposición de Paradiso
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