Cierta tipología de comentario critico habla de la novela chilena en términos peyorativos, como carente de espesor y calidad composicional; tendría que aparecer un Bolaño para darnos un cierto nivel "internacional". Antes de eso, sólo un Donoso habría alcanzado para darle cierta legitimidad. No pretendo asumir la defensa de ninguna tesis ni contradecir a los voluntariosos del canon. La gran obsesión del Chile culturoso es la validación institucional, cualquiera esta sea.
No pienso la novela como documento y menos como expresión autoral narcisista. Imagino el trabajo narrativo como un dispositivo investigativo que redunda en relato ficcional que suele resolver interrogantes del contexto extrarrelato; es decir, el ejercicio narrativo sirve muchas veces de prótesis retórica que resuelve continuidades en zonas textuales que no pueden homologarse a la vida social.
Los mercados que regulan la novela, como el editorial, el académico, el de la crítica y el político cultural, nos llenan de pautas rígidas, complejas y exógenas a la práctica de la escritura. Son ellos los que han producido los hitos que alimentan la verdad del canon, es decir, la necesidad imperiosa del juicio legitimador que proviene de una zona todopoderosa de decisión. De ahí surgieron estrategias mercantiles como el boom latinoamericano o la triste "nueva narrativa" (una ficción en sí misma de la que falta su propia novela) o el bolañismo pendejístico (sin desmerecer el proyecto del escritor Bolaño).
La novela no es otra cosa que la consagración de la modernidad, es la modernidad misma. La intersubjetividad, la cita que hace dialogar la obra con otras, las costumbres burguesas, las relaciones sociales, la crítica social y los conflictos, y el diseño de mundo o de modos de producción cultural que van desde el humanismo, pasando por el romanticismo, hasta los modos posmodernos, constituyen elementos que hacen del género lo que es. Y, por cierto, su extensión mediático tecnológica en el cine y la televisión, incluidos todos los sistemas domésticos para ver historias de ficción.
Lo impresionante es la persistencia de un imaginario estético que evalúa lo novelesco desde ese magma canónico, que a poco andar da paso a la farándula exitista, al periodismo culturoso y de espectáculo, a las páginas sociales y a la manipulación mediática de las grandes empresas editoriales.
Un elemento clave que está cambiando radicalmente la producción narrativa nacional es la proliferación de editoriales independientes. A lo largo del territorio, gracias a la democratización que producen las tecnologías de la edición e impresión, es posible que colectivos no empresariales provoquen un nuevo escenario cultural. La obra de muchos escritores de las nuevas generaciones está siendo difundida y tiene una visibilidad impensada para el mundo editorial mercachiflero. Este sistema productivo es homologable a otras iniciativas político culturales de otros colectivos que pretenden cambiar, también, la manera de hacer política en Chile, porque el fenómeno de las editoriales independientes y pequeñas es un fenómeno político no menor.
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Por Marcelo Mellado
Publicado en Punto Final, n°732, mayo de 2011