Marcelo Mellado: "La derecha de RN y la UDI
también va a tener que luchar contra el fascismo que viene" Por Daniel Hopenhayn Publicado en La Tercera Domingo 9 de octubre de 2022
El escritor, que acaba de lanzar Teatro de muñecos, su nueva novela, cuenta aquí cómo surgieron las jergas ciudadanísticas y leniloriales que su literatura se adelantó a pesquisar. Hoy teme la reaparición de un proyecto "patriotero y criminal" a la usanza del fascismo clásico, alimentado por la crisis de la democracia y por las asonadas de un "I'ascismo progre" que se pretende dueño del espacio público.
Hamlet Astudillo y Jesús Valdebenito, protagonistas de Teatro de muñecos (La Pollera), son dos artistas de escasos recursos que emigraron a Valparaíso en los albores de la democracia, provenientes de San Antonio. Desde entonces ensayan una dramaturgia interpretada por muñecos de goma y de trapo, aferrados a un marco teórico en permanente revisión y que dibuja utopías posibles a contraluz de un fracaso seguro.
Se trata de un montaje dentro de otro, pues Mellado, obsesionado desde siempre con la política local como un teatro de operaciones, integra a la escena las diferentes tribus de la cosa pública porteña: operadores municipales, feministas empoderadas, marinos en retiro y "cuicos en busca de emociones con olor a meado".
Radicado hace dos años en Placilla de Peñuelas, donde alterna labores literarias y de jardinería, Mellado admite que en esta novela no ha pretendido reinventarse, sino establecer "un registro de continuidad" de ese Chile a escala municipal que ha retratado desde los 90. "Es una sensación del viejo futbolista que afirma su sistema de juego: aquí nos paramos así, recibimos la pelota, habilitamos, repetimos un esquema que ya sabernos. Y también están las ganas de ser considerado un novelista, para que mi familia me vea como novelista y dejar de ser un disparador de cualquier cosa."
—Hoy podría decirse que fuiste adelantado al crear una literatura desde las retóricas territoriales, que en la última década agarraron tanto vuelo.
—Claro. De alguna manera lo que hice fue meterme en medio de esas hablas que preanunciaban un modo del hacer. Esos lenguajes después los asumieron Sharp, el mismo compañero Boric, pero sobre todo las zonas más provincianas del discurso político. Creo que Barthes, cuando le pidieron que escribiera sobre Mayo del 68, dijo que la labor de un escritor es dar cuenta del estado de la lengua en algún momento determinado. Porque claramente la revolución, o los grandes conflictos, pasan por el lenguaje. De hecho, el fracaso de la Revolución Francesa no fue tal cuando después todos terminaron hablando como en los tiempos de la Revolución. Y tal vez, todo este capítulo de la Convención no fue un fracaso, porque todos estamos hablando en esa jerga ciudadanística, territorialista, empoderadista, la derecha incluida. No sabemos si esos modos del lenguaje significan más democracia, pero al menos son algo parecido a.
—¿Cómo empezaste a percibir la irrupción de estos lenguajes? ¿De dónde venían?
—Creo que esto viene del momento haber-masiano de la política chilena, cuando la Concertación empieza a instalar ciertas prácticas en torno a "lo público": el espacio público, las políticas públicas, toda esa cosa medio tibiona de lo público. Y ahí llegan a los municipios los cientistas sociales: la asistente social, el sociólogo, el antropólogo, que ya traían de la U esa jerga territorializante, entonces empezaron a bajar la información de esa manera. Y después aprenden esa jerga los operadores políticos más chuchumecos: "Hermanito, aquí somos los ciudadanos...". Yo fui testigo directo de ese momento del lenguaje, por decirlo así.
—Hamlet y Jesús, los personajes de tu novela, ¿serian los que aprendieron ese juego o los
que quedaron dando bote?
—No, ellos son el arte como medio de sobrevivencia, nada más. Y eso también lo vi. En las artes circenses y el teatro popular circulaban mucho estos personajes. Gente que hacía teatro Boal, o que se reconocía en un brechtianismo pasado por el Duoc o por algún teatrero que mandaran de Santiago a hacer un reciclado. Hay mucho teatrero santiaguino que se distribuyó por los territorios, porque Santiago está saturado de teatro. Tal como había mucho dirigente político que no cabía en Valparaíso-Viña, entonces los mandaban a Quilpué, Los Andes, San Antonio. La territorialización surgió en parte de eso, también, de darle lugar a lo que sobraba en las capitales. Pero claro, después se pone de moda, tal como se palmeriza Chile o se parcela.
—A la vez, ese lenguaje que se filtra desde las instituciones empieza a ser apropiado por los movimientos que aspiran a desafiarlas.
—O sea, imagínate, Sharp habla de "territorios en red". Inventó una plataforma con esa
jerigonza y son varios alcaldes y alcaldesas que lo siguieron en esa lógica.
—Tú mismo te debates entre vislumbrar posibles utopías territoriales y boicotear los discursos que se atreven a intentarlo.
—Claro, lo que pasa es que estos hijos de la grandilocuencia se tienen que acoplar a cuestiones que otros les inventan, pero ellos son incapaces de diseñar acontecimiento político. A Sharp, el Pacto La Matriz (organización ciudadana que en 2016 sirvió a Sharp de plataforma electoral) le armó un sistema, y después él manipula esa fórmula para apoderarse de un discurso y de una escena, porque ellos no inventan. Y no por un problema de dones, sino porque la política es así, su definición misma de acción es la apropiación, la toma de lugar. Entonces mi perversión, o mi destino, es no poder participar de eso, porque no me la creo nomás.
—¿De tu participación en el Pacto La Matriz concluiste que esos asaltos ciudadanos al poder están destinados al fracaso?
—La persistencia nihilista me diría que sí, pero también creo que ese fracaso puede estar mitigado por una fiscalización perpetua, para que las políticas públicas no privaticen el deseo ciudadano. Y en este caso, lo importante fue lo que pasó después: hubo otros pequeños Pactos La Matriz que permitieron que San Antonio se liberara de las viejas prácticas concertacionistas. O sea, algo pasó. No lo quiera llamar éxito, pero hubo continuidad del deseo, no hubo deseo interruptus. Y también hay que dejar que el sentido común te vaya mostrando cómo debiera funcionar una república o una sociedad. Este vaivén entre el Rechazo y el Apruebo, entre "ya, hagamos un cambio constitucional" y "no hagamos este, hagamos otro", puede que, a pesar de las toxicidades que hubo, haya sabiduría en todo eso.
—¿No sentiste el triunfo del Rechazo como un fracaso del deseo?
—Al principio sí, pero después uno va matizando. Al final, este impasse significa retomar autocontrol: qué pasó, nos derrotaron, ya, la democracia funciona, qué bueno que funcione. Algo te dice. Tampoco digo "oh, sí, en realidad nos excedimos". Pero la democracia quiso otra cosa. Y la aparición del imaginario fascista oponiéndose tan brutalmente, y que ese imaginario tomara también a sectores de centro, quiere decir que la cuestión era importante. Creíamos haber avanzado cinco peldaños y ahora retrocedimos, pero igual hemos avanzado dos. Pero nuestra gente vale callampa también, entonces es bueno que nos peguemos contra el muro.
—¿Hoy te consideras un oficialista o alguien que nunca le creyó a la generación que llegó al poder con Boric?
—Nunca les creí, pero ahora estoy con Boric. Por una necesidad afectiva. Pero sobre todo, porque creo que él puede dirigir una lucha contra el fascismo que se nos viene encima. Le tengo miedo al fascismo.
—Está un poco desprestigiado llamarle fascismo a cualquier derecha dura.
—Si, te entiendo. Yo me estoy refiriendo a la reposición de un proyecto nacionalista, patriotero, criminal, que pretende no tanto la reposición de un capitalismo, sino de un sentido común machista, institucional, religioso, que se instrumentaliza como respuesta a un momento crítico del capitalismo. Y no es tan difícil que esa población perturbada que se movilizó por ciertas cosas se movilice ahora por otras. Acuérdate de la quema de las carpas a los venezolanos. A eso le tengo miedo. Y el caldo de cultivo de eso es la inseguridad económica, la pobreza, la falta de acuerdos, cuando la gente ve que la democracia no funciona. Estoy sintiendo que hay un escenario muy parecido al de entreguerras. Discursos antiinmigración, la necesidad de exterminar al otro porque es una amenaza. Me refiero a ese fascismo clásico, no a la derecha. De hecho, la derecha de RN y la UDI también va a tener que luchar contra el fascismo que viene. Lo dijo por ahí Girardi: si le va mal a Boric, la derecha que viene no es esa,
sino los fachos-fachos, los antiotros. Es una lucha cultural que vamos a tener que dar. Por eso estoy apoyando a Boric.
—Visto así, que él busque espaldas en la ex Concertación, a la que tanto ha deplorado, sería un acto de sensatez y no de traición.
—O sea, lo más ordinario de la politica es denominar al otro traidor. El tema del traidor es una función literaria nomás, aquí hay que operar. Y es muy fácil hacer escena histérica desde la galería, pero la política no pasa por la histeria, tienes que controlarte nomás. Y dejarte perder si es necesario. El cuento no es ganar, es funcionar.
—En la novela hay mucha crítica a lo que llamas "anarcopendejismo".
—Es que el fascismo también tiene una dimensión subjetiva, personal, y esa conducta primaria persigue a nuestros pendejos anarcos antisistémicos y al irracionalismo iconoclasta de los ultra, por decir algo. O sea, el anarcopendejismo es conservador, son hueones típicamente inventados por el enemigo para que le hagan el juego. Esos tipos debieran estar muy en crisis ahora que el narco se impuso.
—¿Por qué?
—Porque la dimensión cultural narco, el consumo de iniquidades, siempre le gustó a ese anarquismo que validaba el lumpenismo o ciertos modelos de criminalidad. Entonces, ¿qué van a hacer ahora? ¿Cómo se van a separar de todo eso?
—¿El anarcopendejismo sería el contingente que salió a saquear Valparaíso para el estallido, o estamos hablando de otra cosa?
—No, eso ya no sé lo que es. El que salió a saquear votó Rechazo, partamos por ahí. Era el lumpen-lumpen. Había un anarcopendejismo que se vestía tipo Christian Dior, de negro, que estaban en la subida Cumming. Los otros estaban en la subida Ecuador, se las dividieron. Y el anarcopendejismo hacía actos de voluntarismo escénico, no era más que eso. Ahora, hay momentos de la pelea en que somos todos lo mismo, también. O sea, en esto no hay coherencias absolutas donde todo calza, hay puros descalces, heroicidades que van y vienen. También el MIR, cuando se metió en las poblaciones, tenía harto compadre lumpen. El tema siempre ha sido qué hacen con los lumpen después, ese es el problema de todas las guerrillas cuando terminan. Y es el mismo problema que tiene ahora la derecha con Pancho Malo.
El gesto afectivo
—No obstante el bullying de rigor, en esta novela parece imponerse el cariño del autor por los personajes, como intentando salvar ciertas formas de ingenuidad.
—Puede ser que uno haya caído como en el mariconeo de la afectividad, en la necesidad de los afectos. Porque de repente uno pierde de vista esa dimensión, porque la pelea es muy fuerte. Pero la dimensión afectiva es clave, te la recuerdan los bicharracos, los animalejos, y la misma gente, por supuesto. Entonces uno recupera el pequeño gran gesto. Por ejemplo, cuando en plena insurrección popular yo tenía que cruzar una barricada y unos cabros me dicen: "Tío, ¿lo ayudo a cruzarlo?". Ese pequeño gesto emotivo te puede hacer la diferencia. Y creo que siempre lo ando buscando, pero no siempre lo encuentro. Y se nota que la gente los busca, que la política los necesita. En los grandes conflictos, cuando está la zorra, aparece esta necesidad del pequeño gran gesto. Eso fue un poco lo de Boric: un cabro TOC que permite un acuerdo para salvar a la república.
—Después del combo del estallido y la pandemia, caminar por el plan de Valparaíso era asistir a una depresión fulminante que se notaba en las caras. ¿Sientes que eso sigue así?
—Es que aquí en Placilla es distinto. Pero sí, la depre fue brutal. O sea, hubo un momento en que Valparaíso desaparecía. Pero así como los países no pueden morir, las ciudades tampoco. Y Valparaíso está lleno de pequeños gestos de sobrevivencia que le dan calidez humana. El plan está para la cagada, pero de repente tú haces efecto cerro y te encuentras con lo que creías que se había perdido. Hace poco me tocó ver una fiesta de una calidad...
—¿Qué tipo de fiesta?
—Una fiesta de cumpleaños. Pero tan bien armada, que tú dices "chuta, esto lo echaba de menos". Porque no era un carrete, era un diseño. La Yorka, una amiga, cumplía 50 años y se consiguió una casa pequeña en el cerro Florida, con una vista espectacular. Y era de mucha calidad lo que armaron ahí, funcionó todo muy bien. Tal vez porque lo hacían mujeres. Si hubiera sido un asado, con los cara de hombre piscoleros, parrilleros, queda la cagá. No sé, yo soy antimasculinidad. Me cargan los hombres, los cara de chileno.
—¿Por qué te cargan?
—Porque el chileno suele ser un gorilón básico, como decían unas feministas que conocí. Entonces uno anda huyendo de eso. Pero de repente los gorilones básicos no son tan básicos, son hueones finos. El vecino que tengo a un lado, don Luis, y el que tengo al otro lado, don Caños, son tipos súper razonables con los cuales hago cosas bien interesantes. Con don Luis, sobre todo, hacemos muchos negocios comunitarios, de habitabilidad.
—Al final, todos tus rodeos políticos han decantado en una poética de habitar el pequeño espacio.
—¿Es que sabes qué? Descubrí que cierto modo de habitabilidad doméstica puede ser el paraíso. Levantarte a cocinar, a hacer el aseo, plantar, jardinear. Estoy hablando como vieja, pero es lo que a mí me produce placer. Tener una cocina al aire libre, jugar a la autosustentabilidad, a cuidar tu territorio, tu vecindario. O sea, creo que la vida se salva a partir del juego con lo doméstico. Algo que en las grandes ciudades me imagino que no se puede hacer. Espero que la solución macro no sea parcelar todo Chile, pero en lo personal me oriento por ese lado y me es brutalmente satisfactorio. Con todo lo que se sufre, porque hay que sacarse la chucha, estar físicamente encima de los procesos.
—Hace algunos años llegaste a trabajar de Jardinero. ¿Cómo aprendiste el oficio?
—Mi madre me dejó esta vocación. Una vez estuve en Granada y cuando vi estos jardines granadines me di cuenta: "Chucha, mi mamá siempre hizo esto en pequeña escala. Miniaturizó el jardín andaluz". De repente vi el ordenamiento, la trama de ciertas plantas, la poética del agua que hay en todo eso, ¡era mi madre, hueón. haciendo un jardín chiquitito! Y ese jardín andaluz me lo encontré después en Valparaíso, en plena calle Héctor Calvo. Entonces dije "ya, es obvio que tengo que dedicarme a esto". En ese testimonio está uno. Y tal vez la solución política personal sería conectarnos con eso, con subjetividades que nos permitan sobrevivir.
—¿Y podría decirse que dejaste de creer en la reinvención de lo popular?
—Es que lo popular no es una verdad, son pequeñas cosas, son las hablas que se reinventan en el contacto diario con el otro. Tengo un vecino que trabaja en la leña y tenía mala la camioneta, entonces le digo "vecino, me prestaron una camioneta, vamos a repartir leña". Y en ese quehacer empezamos a descubrir otras cosas. O, por ejemplo, yo saco mi pasto y alimento al caballo del vecino. Ahora me tengo que esconder del caballo, porque me tiene asociado con alimento, me exige. Esas cosas me dan motivo para sobrevivir. Pero para eso hay que dejar de ser cara de hombre, porque el cara de hombre tiene que hacer cuestiones serias. Y lo fundamental en mi vida es no hacer cosas en serio, ni cosas "de verdad". Ahora hago un taller literario en la biblioteca de Placilla, a unas comadres que van. Tengo un hombre, las demás son todas mujeres. Y es bien fascinante, porque la subjetividad que predomina en ellos tiene que ver con enriquecer su mundo, con el adorno del mundo. Y también con la sorpresa ante el mundo en que viven.
—En la novela se constata que "hay un nuevo neoclasicismo muy perturbador que se instaló en la cultura luego del neobarroco pedante". Podríamos desarrollar la idea.
—Ahí me refiero a que existe un barroquismo de manual que está complicando la articulación escénica, porque repite sus tópicos académicos de maneras un poquito pateadoras. Toda esa jerigonza de las subalternidades, que se aplica a las políticas de las mujeres, de los niños, de los homosexuales, etc., tiene un límite cuando se transforma en una jerga de negociación o en un mercadito de abastos de la retórica. Entonces, ahora hay una irrupción que dice: "Ya, córtenla con eso, vamos al clasicismo de siempre, Rubén Darío no era malo, recitemos de nuevo a García Lorca". Estoy inventando.
—¿Y eso por qué sería perturbador?
—No, lo perturbador es que este neoclasicismo también le sirve al que dice: "Ya, córtenla con eso, las niñitas usan rosado, los hombres azul y los maricones son maricones". ¿Cachái? El fascismo reponedor. Alimentado también por todas las brutalidades que cometen las subalternidades. Porque cuando ya no dejan vivir, cuando se apropian del espacio público "porque es mío", cuando metes Mil Tambores y haces prácticas de ocupación criminal de la calle, necesariamente estás generando un fascismo progre. Y ahí no tenemos lugar nosotros, porque el fascismo progre promueve el amateurismo cultural. "Esta hueá no es pa' los artistas, es pa'l pueblo." ¿Y quién es el pueblo? Ellos, poh, la clientela del mercadito de abastos. En Valpo hay muchos lugares donde yo no puedo meterme —el Parque Cultural, el Palacio Baburizza— porque son espacios municipaleros "pal pueblo". O sea, para clientes. Pero en San Antonio pertenezco a otro colectivo, "La ciudad que no es", y ahí somos puro vecindario. Es decir, ya no nos contrató el Departamento de Cultura, ya tenemos nuestro toldito en la feria. Lo conseguimos con puro trabajo, sin lamerle el culo a nadie. Probablemente porque la institucionalidad también cachó que tenía que reconocerles derechos a los que no funcionan con ellos. "Ya, listo, ustedes también." Eso es la política moderna.
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"La derecha de RN y la UDI también va a tener que luchar contra el fascismo que viene"
Por Daniel Hopenhayn
Publicado en La Tercera Domingo 9 de octubre de 2022